EL PAÍS 17/10/16
EDITORIAL
· La pérdida de apoyo por parte del Gobierno de Tsipras es una expresión de la frustración que generan las promesas irrealizables
La dramática pérdida de apoyo popular que, según las encuestas, experimenta el Gobierno de Alexis Tsipras en Grecia —y la posibilidad real de que se produzcan elecciones anticipadas— pone de evidencia por un lado la frustración que genera entre la población el incumplimiento de promesas irrealizables ofrecidas en campaña electoral y por otro la inexistencia de soluciones fáciles y rápidas a problemas enrevesados cuya solución necesita diálogo y no propuestas desafiantes.
A pesar de su machacón discurso de rechazo a la política de ajuste exigida desde Bruselas, Tsipras ya tuvo en julio del año pasado que ceder con las condiciones impuestas por la UE para recibir un tercer rescate por valor de 86.000 millones de euros. Y además lo hizo tergiversando la voluntad popular aceptando unas condiciones muy similares a las rechazadas en un referéndum convocado por él mismo y para el que había pedido el no. Ahora el mandatario griego se enfrenta a la segunda revisión de este tercer rescate financiero, para lo cual tuvo que aprobar antes del verano un nuevo recorte hasta 2018 por valor de más de 5.000 millones de euros, que representa nada menos que el 3% del PIB griego. Desde hace meses las protestas han tomado unas calles que Tsipras creía controlar.
Pero más que las dificultades en la gestión económica, algo a lo que desgraciadamente los griegos están acostumbrados, Syriza está sufriendo un tremendo desgaste por la gestión de la crisis de los refugiados y una polémica ley de televisión de dudosa constitucionalidad. Respecto a lo primero, desafortunadamente ningún país de la UE ha sabido lidiar con éxito con la mayor crisis humanitaria en Europa desde el final de la II Guerra Mundial. Grecia está en primera fila, y no es descabellado dudar de que cualquier otro Gobierno hubiera podido hacerlo mejor. Sin embargo, el control de los medios es una estrofa repetida en la mayoría de los programas populistas. Y Tsipras no es una excepción.