IGNACIO CAMACHO-ABC
En este paradigma político indoloro, la palabra «sostenible» es un eufemismo. Decir verdades ingratas está prohibido
EN política, como en el comercio o en el turismo, el cliente –votante– siempre lleva razón aunque todo el mundo sabe que a menudo no es cierto. Pero cuando no la lleva, artículo segundo de esa ley no escrita que sólo tiene dos preceptos, también hay que dársela en virtud del artículo primero. Con razón o sin ella manda la calle, sobre todo cuando los partidos han perdido el poder prescriptivo que alguna vez tuvieron, y la calle está acostumbrada a culpar de sus males a unos Gobiernos que, sean cuales sean, no pueden llevarle la contraria por temor a generar más desafecto.
Al marianismo, por ejemplo, le van a estallar las pensiones, siendo una de las pocas cuestiones socioeconómicas en las que se ha cuidado de no maltratar a su propio electorado. La oposición ha mordido tobillo y no piensa soltarlo, y el Gabinete no se atreve o no sabe explicar que la protesta se basa en datos falsos o inexactos. Los pensionistas son el colectivo que mejor ha soportado la crisis, al punto de que han podido cargar con muchos hogares de hijos y nietos desempleados. La jubilación se ha revalorizado al compás del IPC –sólo tres décimas de descompensación— en el conjunto de los últimos nueve años, y la pensión media es actualmente superior al salario medio porque está calculada sobre índices de la época de sueldos altos. En este ejercicio sí ha habido una actualización innecesariamente cicatera, 1,75 % menos que la inflación, y eso ha generado un malestar notable agravado por la cartita impresentable del Ministerio de Trabajo. Por ende, el fondo de reserva está prácticamente agotado. A partir de ahí es fácil explotar el miedo de un colectivo hipersensible en el que, oh casualidad, el PP mantiene un holgado liderazgo.
Vivimos bajo un paradigma político indoloro en el que decir verdades ingratas está prohibido. El año que viene bajará el índice de cálculo de las pensiones y desde ese momento nadie volverá en mucho tiempo a cobrar lo mismo. Las rentas jubilares van a ser cada vez más bajas salvo un improbable cambio de ciclo, y no serán sus actuales perceptores los que salgan peor parados sino los trabajadores que vayan pasando a situación de retiro. Ésta es la clase de realidades antipáticas que la dirigencia pública camufla bajo rodeos ambiguos hasta convertir la palabra «sostenibilidad» en un eufemismo. Con el actual ritmo de creación de empleo, que ya resulta bastante positivo, sostener el sistema significa simplemente reducir sus prestaciones mientras no se invente la cuadratura del círculo.
Pero las elecciones no se ganan informando con seriedad a los ciudadanos sobre la posibilidad verosímil de colapso. Con el consenso de reformas bloqueado es más fácil asegurar desde el poder que no pasará nada o prometer desde la oposición fórmulas mágicas de reparto. Y ni siquiera en esta época de populismos ilusorios está bien visto creer en los milagros.