Cristian Campos-El Español 

 El martes por la noche puse el despertador a las 3:00 para seguir el recuento de las elecciones americanas. A las pocas horas quedó claro que los sondeos americanos se habían desviado tanto del resultado real que hasta José Félix Tezanos brillaba a su lado como un ejemplo de españolísima objetividad demoscópica.

Veamos. Reuters le llegó a dar 12 puntos de ventaja a Joe Biden. NBC News, 10. La CNBC, 13. La CNN, 16. El New York Times, 14. La USC Dornsife no bajó jamás de los 9 puntos y le dio al candidato demócrata 12,68 puntos de ventaja a menos de un mes para las elecciones. The Economist y la empresa de sondeos YouGov le daban 10 puntos a Biden este mismo lunes, a sólo 24 horas de las elecciones. 

«En contraste», decía la BBC en la página donde ha recopilado todas esas encuestas, «los sondeos preelectorales de 2016 fueron mucho menos claros y sólo unos pocos puntos separaron a Donald Trump de Hillary Clinton durante los días previos a los comicios».

Dicho de otra manera: «Esta vez sí hemos acertado, Biden va a arrasar, confía en nosotros».   

Mientras escribo esto, Biden suma el 51,2% de los votos y Trump, el 48,8%. Es decir, 2,4 puntos de diferencia. Si alguno de los sondeos mencionados hubiera arrojado una diferencia de apenas 2,4 puntos porcentuales, suponiendo un razonable margen de error del 3%, el medio en cuestión se habría visto obligado a titular «empate técnico». Que es, básicamente, lo que ha ocurrido.  

Lo chocante es que esos mismos sondeos sí acertaron a la hora de detectar algunas tendencias de voto que las elecciones han confirmado. Por ejemplo, el aumento de la intención de voto de Donald Trump en todos los sectores demoscópicos –mujeres, latinos, negros– con la única excepción de los hombres blancos. 

Pero a pesar de esas tendencias, que cualquiera habría interpretado como un signo de que los votantes de Trump eran mucho menos monolíticos de lo que se estaba vendiendo, la prensa americana dio a Biden probabilidades de victoria de hasta el 97%. Mayores incluso que las de Clinton en 2016.

Les confieso algo. Esos porcentajes son inútiles, cuando no inventados, y sabido es que los periodistas sólo los publicamos porque satisfacen las ansias de certezas del lector que se plantea las elecciones en términos de casa de apuestas.

[Lo cual, bien visto, no deja de ser un rasgo de inteligencia postmoderna. A la vista del claro sesgo de los sondeos, el público ha empezado a fiarse más del mercado de las apuestas que del periodismo al uso, en la creencia de que alguien que se juega su dinero está menos dispuesto a autoengañarse que un periodista del New York Times reconvertido en activista de la moda ideológica del momento. Como dice Nassim Nicholas Taleb, fíate sólo del que se juega la piel en el envite]. 

Ahora, tres días después de las elecciones, el recuento está siendo tan justo que el Partido Demócrata y el Republicano luchan a cara de perro por el voto por correo. En Nevada, sólo 8.000 votos separan a Biden de Trump. En Georgia, 18.000. Incluso en Arizona, donde no ha acabado el recuento, pero que ya se ha atribuido a Biden, sólo 69.000 votos separan al uno del otro. 

¿Quieren un dato interesante? El nicho demoscópico más favorable a Trump y más reticente a Biden es el de las mujeres casadas. El menos favorable a Trump y más entusiasta de Biden, las mujeres solteras. ¿La explicación? Muy probablemente, la violencia de los antifa, que habría actuado de repulsivo de las primeras. 

Dado que la inmensa mayoría de los sondeos han fallado en el mismo sentido, es decir a favor de Joe Biden, parece razonable descartar el error inocente y hablar de posible manipulación. Precisamente aquello de lo que esa misma prensa, y con razón, ha acusado a Donald Trump. Al populismo trumpista la prensa ha opuesto el populismo de las elites de Washington y Nueva York.  

Acertar la quiniela el lunes es fácil, pero no hace falta ser un lince de la psicología para intuir que la satanización del votante de Trump –al que se ha calificado de paleto, inculto, racista y nazi– podía generar una bolsa más o menos relevante de voto oculto. Especialmente, a la vista de lo ocurrido en 2016. Y, sobre todo, cuando tú has sido uno de los principales ejecutores de esa satanización. 

«No hemos logrado entender al votante de Trump», decían todavía ayer muchos de los grandes medios americanos. Ya ven: medios de prensa que confiesan no entender al 50% de los ciudadanos de su país. Como un médico que no entiende el cuerpo humano de cintura para arriba.

Parecen mostrar esos medios una enorme pereza para entender a los americanos de Wyoming, de Kansas o de Louisiana en contraste con lo bien que parecen entender el porqué de los atentados islamistas en Europa, barbaridades acientíficas como las teorías interseccionales del género o por qué Cristóbal Colón debe ser «cancelado» y la historia, reescrita al gusto de los adolescentes del siglo XXI.

Ojalá hicieran el mismo esfuerzo con sus compatriotas. Quizá hasta acabarían ejerciendo de periodistas sin pretenderlo.

A la hora de escribir este artículo, Trump suma 68.819.000 votos. Casi tantos como Obama en 2008. Por lo visto, hay más nazis en los Estados Unidos de 2020 que en la Alemania de 1939.

Biden suma 72.176.000. Más que ningún otro presidente en la historia. El dato es interesante, pero no dice mucho dado el aumento en la participación. También Trump acabará, probablemente, con más votos que el Barack Obama arrasador de 2008. Y eso habiendo perdido las elecciones. 

Dice un sondeo de Political Polls que el 44% de los votantes de Biden no han votado «por Biden» sino «contra Trump», en contraste con sólo un 22% de votantes de Trump que lo han hecho «contra Biden». Intuitivamente, parece verosímil. Esos 22 puntos de diferencia han sido los que el periodismo americano ha construido, artículo a artículo, durante cuatro años. Los 22 puntos de la crispación.

Dice Freddy Gray en un artículo de The Spectator titulado Cómo Trump ha confundido a sus críticos que «con Trump, el Partido Republicano se está convirtiendo en el partido de los pobres, de los mal pagados y de los oprimidos, independientemente de su raza. Mirad a los donantes. Los de Biden son de alto nivel: ejecutivos de marketing, abogados y empleados de Google. Los de Trump, con alguna excepción, son propietarios de pequeños negocios, granjeros, obreros de la construcción y oficiales de policía».

Y esa ha sido, quizá, la mayor revolución del trumpismo. Ese es el gran movimiento tectónico de placas políticas que Trump ha iniciado. A veces, Dios escribe recto con renglones torcidos. Muy torcidos.

La sociedad española no es como la americana, pero no apostaría yo por la posibilidad de que esa tendencia –la de un PSOE para ricos, funcionarios privilegiados y elites regionalistas y un PP de clases medias y populares– no acabe llegando también a España. Ya está aquí, de hecho, y hace falta ser ciego para no ver las pistas. Pero quizá no de forma tan clara como en América. Aquí todavía pesan las viejas etiquetas.  

¿Trump ha crispado, polarizado y dividido a la sociedad americana? La duda ofende. ¿Lo ha hecho la exquisita prensa liberal americana? Por supuesto. Sólo uno de ellos, sin embargo, lo ha hecho desde las alturas de su superioridad moral. 

Hace sólo unas horas negué en Twitter que haya prueba sólida alguna de un fraude electoral, como defienden los seguidores de Trump. La idea no parece sostenerse. ¿Ha diseñado el Partido Demócrata un fraude de proporciones colosales para ganar las elecciones, pero ha dejado el Senado en manos republicanas para que este bloquee todas las iniciativas de Biden durante los próximos cuatro años? 

Luego dije que las elecciones americanas han sido mucho más reñidas de lo previsto por los sondeos. Ambas son afirmaciones objetivas. 

«Estás manipulando, el fraude existe» me respondieron unos. «Biden ha arrasado, Trump ha sido aplastado» me respondieron los otros. Son esos ciudadanos que ya no ponen en duda las opiniones, y ni siquiera la interpretación de los hechos, sino los hechos mismos. Son esos ciudadanos que han aprendido todo lo malo de ese periodismo que ha confundido sus prejuicios con la realidad. 

Trump, el populista alfa, ha comprendido mejor la sociedad americana que esa prensa que afirma saber lo que es mejor para esa sociedad. No estoy halagando la inteligencia política de Trump, sino desdeñando la de la prensa. La victoria pírrica de Biden y la derrota dulce de Trump es una derrota del periodismo, pero sobre todo de la razón. 

Es imposible perdonar el daño que ha hecho al periodismo la prensa americana a lo largo de estos cuatro años. Tenían una oportunidad de oro para darle el golpe de gracia al populismo y lo que han hecho es confrontarlo con más populismo: el de las políticas de la identidad, el de la violencia callejera de los fascistas antifa y Black Lives Matter, el del chorradismo woke, el del clasismo y la humillación del votante republicano y de las clases populares.

Menudas mariantonietas del teclado. Populistas con el meñique levantado. Gracias por nada, compañeros. Trump también es criatura vuestra.