- Adviertan la singularidad de que nadie en España se refiere a los populismos propios, bien visibles por otra parte en las pretensiones de los portavoces
Desconozco quién fue el primer introductor del vocablo “populista” pero tengo la convicción de que debía correr por la banda liberal conservadora. Tuvo éxito y nos dejó metidos en un berenjenal semántico ideado para majaderos que no tienen el más mínimo interés en averiguar qué es lo que quieren decir, pero muy seguros de haber sentenciado y marchar tranquilos. Resulta cómico y sin embargo nadie se da por aludido. Lo dicen y ahí queda.
Según eso las elecciones francesas se dirimen entre un populismo de derechas (Le Pen) y otro populismo de izquierdas (Melénchon). ¿Y qué hacemos con Macron, el más prominente de los candidatos? Pues que se quede como populista de centro. El pueblo en general da para mucho y el francés incluso para bastante más. ¿Pero nadie se pregunta qué demonios es eso del populismo? Al contrario, sirve tanto para un cosido como para otro zurcido. Si nos metemos en América Latina alcanza niveles de metafísica tertuliar para politólogos. Hay populismo de izquierda (el desvergonzado Andrés Manuel López Obrador, alias AMLO, muy angustiado por las tropelías de la colonización y menos por el narcotráfico que domina el país, sin olvidar a los periodistas que caen asesinados con más frecuencia que en Rusia y Ucrania). También la Argentina postperonista de la familia Kirchner, y la Venezuela de Maduro. ¿Cuba es populista o sencillamente una tiranía de partido único? El populismo de derecha tampoco está manco mientras exista Bolsonaro en Brasil. ¿Son todos regímenes iguales? De ninguna manera. ¿Qué los diferencia? El jefe, el caudillo.
Habría que empezar a llamar a las cosas por su nombre, y muy concretamente en política, donde las palabras adquieren la categoría de armamento. Tenemos un caudillo al que amar hasta el delirio; un dios que exige sus rituales y concede sus preces, no siempre y no a todos. Luego un pueblo tan parcelado como un parque público, donde los más agresivos suelen ser quienes desde su búnker gritan “el pueblo unido jamás será vencido”, uno de los lemas más injustificados de la historia.
Con una cierta perspectiva habría de considerar a Napoleón como el primer populista de Occidente, porque nadie como él logró engañar a los suyos, alimentarlos de mentiras y hacer todo lo contrario de lo que decía. El toque populista se lo dio la inversión, insólita en la historia antes que él, a fin de disponer de todos los elementos demagógicos y falaces para hacer pasar como una necesidad patriótica y popular lo que no era sino ambición de poder. Fue recordado como un revolucionario, portavoz de libertades nacionales recién inventadas, creador de un Código archicitado que fue el primero en saltarse, codicioso y megalómano. Intente usted, meteco, ironizar sobre el popular emperador de los franceses y aún hoy se encontrará con un rechazo visceral. Napoleón no se toca. Cayeron otros ídolos populistas como César, Bismark, Stalin o Mao, pero él no. La diferencia entre ser un estadista y un gran negociante no está delimitada, al menos en el campo de la ciencia política. Ahí tienen a Gerhard Schröder. Fue el hombre de estado alemán más considerado desde 1998 hasta 2005 y luego se dedicò a los grandes negocios con los rusos. ¿Cuándo pasó de un empeño a otro? Quizá nunca dejó de ser un gran estadista de los negocios. Se interpretaría como una provocación si me hiciera la misma pregunta sobre Felipe González; un bien de Estado aún en proceso de amortización.
La mayor inquietud que provoca en España, y quizá fuera, el especímen de Pedro Sánchez como presidente consiste en analizarle tras el esfuerzo de saltar por encima de sus modos de trilero, de su desparpajo de trepador sin escrúpulos, de su manejo de un “partidete” de gente joven y ya arrugada o viejos empleados envilecidos tras tantos años de sueños palermitanos. Lo puede comprar todo y lo consigue, aunque lo suyo por maneras sea el alquiler en incómodos plazos, pero sus esfuerzos en el campo del populismo quiebran cuando se trata de contemplarle como caudillo.
Terrible frase esa que da término a tantas conversaciones españolas del momento: “Es lo que hay”. No tiene nada de inquietud existencial ni de resistencia frente a la bancarrota de cualquier ilusión transformadora. Se afronta como la asunción de un fenómeno meteorológico: ya pasará. Se olvidan del pequeño detalle de que las catástrofes pueden durar meses pero dejan efectos que se mantienen durante años. Y sobre todo causan un deterioro social de consecuencias incalculables.
Pero adviertan la singularidad de que nadie en España se refiere a los populismos propios, bien visibles por otra parte en las pretensiones de los portavoces. Si no lo hacen no es por falta de ganas en denominar populistas de derecha a Vox, de izquierda a Podemos, sino porque del presidente al último rufián carecen de la más mínima entidad que trascienda al youtuber o al influencer que cada uno lleva dentro. No es de extrañar que se vuelquen en las Redes. No hay para más. Convierten su inanidad en libros; nunca tantos locutores de radio, presentadores de televisión, columnistas salomónicos, se han lanzado a la narrativa. Las editoriales ya pondrán al “negro” que les escriba.
Lo nuestro no es populismo sino una costra de saliva que se va solidificando. Fíjense que ya hablamos sólo de rentas. Bajas, medias y altas. Todos rentistas; desaparecieron las clases y los estratos sociales. Hemos ocultado la realidad disfrazando las palabras. Quizá por eso resulta como un chiste negro la pretensión de la derecha más castiza por abrir una batalla cultural frente a la nomenklatura de la izquierda. Dice mucho de ellos; en el páramo cualquier planta escrofulosa puede animar a un leñador frustrado. Para una batalla, sea la que fuere, se necesitan como mínimo dos ejércitos. ¡Y está la derecha como para formarse y guerrear! Mucha tropa empoderada y un puñado de sargentos encanecidos, supervivientes de todas las batallas. Esperan llevarse el botín. Hasta entre secuaces se engañan. Los que se reparten hoy los bienes institucionales se adaptarán y habrán de ser competidores en la próxima rebatiña.
Cataluña es una lección presencial, nada virtual, que sirve para un retrato del conjunto hispano. Aumentaron los camellos que abrevaban en el oasis que les otorgó el Poder desde los tiempos de Pujol. Pero como no podían cambiar su naturaleza y puesto que el pozo seguía siendo el mismo, se apelmazaron un poco más y siguieron pegados al manantial. Eso sí, bajo la consigna general que implanta el poder de los caudillos efímeros: hay agua abundante para saciarse, pero procuren no remover los fondos