Una de las cuestiones más sorprendentes de este país es la creencia generalizada de que Sánchez es un fino estratega que siempre acaba saliéndose con la suya. Juicios como este no avalan a quien los enuncia. El gran mentiroso va tropezándose a cada paso con sus palabras, con sus anuncios, pero sobre todo con la realidad y con los hechos, los propios y los ajenos.
La Ley de Amnistía, un suponer. Ha dicho el Felón que “la convivencia se abre camino. Hemos superado la mayor crisis territorial de nuestra historia. España no se rompe”. El subalterno Bolaños decía que “la amnistía cose el espacio común de la convivencia”. Esto lo decían el mismo día en que los diputados se partían la crisma metafóricamente hablando en el hemiciclo. Se acusaban de traidores y cobardes y de neofascistas y filonazis. Fuera, fuera, gritaban a Paquita Armengol, cuando negó la palabra a Vox para que se defendiera de dichos epítetos, lanzados desde la tribuna de oradores por el doble de luces de Sánchez, un tal Rallo que tuvo que defender el bodrio porque al jefe le daba apuro. Tuvo Artemi Rallo una intervención que combinaba en íntima armonía la estupidez y la acritud. Lo mejor, sus cálculos sobre si Feijóo iba a tener arrestos para subir a la tribuna o pensaba esconderse, cuando el único que no los tuvo fue el presidente del Gobierno, que estuvo escondido durante todo el debate y llegó a su escaño cuando faltaban dos minutos para votar.
El éxito de la amnistía, el logro de la convivencia. ¿Por qué entonces, su principal artífice, no se presenta, sube a la tribuna y se arroga el mérito? Sono stato io, podía haber dicho para que vaya tomando nota Meloni. Pero prefiere esconderse y encargar la tarea a un anónimo sin cualificación para afrontarla. Llaman ‘convivencia’ a una norma que ha partido al Congreso por la mitad: 50,57% a favor del ‘sí’, 49,14 por el ‘no’. Ya pasó antes con el nuevo Estatut y en el País Vasco con el Plan Ibarretxe: hasta las mesas de comedor de las familias catalanas y vascas se partieron por la mitad. El nacionalismo no es la convivencia, ‘c’est la guerre’, como dijo certeramente Mitterrand. Y es una guerra en la que el desenlace es solo aparente, porque al fin de las hostilidades no ha empezado la paz.
¿Recuerdan que hace una semana Sánchez anunció que Illa iba a ser el presidente de la Generalidad: “todos los caminos pasan por Salvador Illa y todos los caminos llegan a Salvador Illa”? Bueno, pues recién aprobada la amnistía, Puigdemont le ha hecho saber que: “o soy president o te dejo caer”. Y no solo eso: ERC dice que hoy no apoyaría a Illa para la investidura, que no teme volver a las urnas. Y la amnistía ha unido a los dos partidos golpistas que hace una semana estaban separados. Y Junts, Esquerra y la CUP coinciden en que ‘ara toca referèndum’. No han dejado de decir ni un solo día ‘Ho tornarem a fer’. Y para terminar de componer el puzzle, Pedro Sánchez ha anunciado que la amnistía se publicará en el BOE y se aplicará después de las elecciones europeas, sin que querido explicar por qué. Podrían dedicar el resto de la campaña a reivindicar el gran logro de la convivencia en la seguridad de que los votos de Illa crecerían para ganar las europeas tal como augura Tezanos. En fin, lo tengo dicho: para librarnos de este tipo solo podemos confiar en Puigdemont.