Mikel Buesa-LA RAZON

 

Hace una semana la ministra de Justicia se ausentó, con toda la razón, de un acto en homenaje a los republicanos españoles internados en Mauthausen por los nazis tras la ocupación de Francia. El motivo no fue otro que la pretensión comparativa del gobierno catalán al aludir a los secesionistas que están siendo juzgados por su rebelión, para situarlos en el mismo plano que el de aquellos deportados y, en muchos casos, muertos en el campo de concentración. La ministra Delgado tuvo así un gesto expresivo de la solidaridad merecida por nuestros compatriotas que vivieron aquella tragedia totalitaria. Pero –siempre hay un pero– la ministra erró cuando para justificar su retirada aludió a «los miles de españoles que perecieron aquí (en Mauthausen) en unas condiciones brutales simplemente por ser luchadores y defensores de la democracia y la libertad».

Los españoles deportados a Mauthausen fueron 7.186, según las cifras que David Wingeate Pike, en su estudio del tema, considera más fiables. Sólo 2.183, menos de un tercio, fueron liberados al acabar la guerra. Sobre ellos, destaca este autor, su alto nivel de autoestima, a la vez que constata que, en ese campo, «ningún otro grupo nacional consiguió colocar a tantos de sus miembros en puestos esenciales… en la administración de las SS». Ello fue sobre todo, nos dice, mérito del «comité de resistencia formado por los comunistas españoles». Y también señala que los supervivientes, «en su gran mayoría habían sido antiguos ‘prominenten’».

El libro de Pike deja claro que aquellos hombres lucharon primero y principalmente por su supervivencia y lo hicieron organizándose bajo una estricta jerarquía como correspondía a la inspiración comunista de su comité. Lejos de ellos cualquier aspiración a la democracia. No lucharon por ella ni siquiera cuando combatían en España durante la Guerra Civil, pues la suya era una aspiración revolucionaria. Sí querían, en cambio, la libertad –más bien la liberación–, aunque seguramente no en el sentido abstracto al que alude la ministra Delgado, sino en otro más concreto referido a su personal existencia, la misma que condujo a unos cuantos de aquellos supervivientes a seguir su lucha contra el régimen de Franco. Y tampoco en esto buscaron la democracia a no ser que consideremos como tal la «democracia popular», remedo de la dictadura del proletariado –del partido comunista, más bien–.

Los republicanos españoles de Mauthausen merecen nuestra evocación y respeto, no por lo que hicieron, sino porque fueron víctimas de un sistema totalitario. Y su muerte, como escribió Primo Levi, «no fue gloriosa: fue una muerte inerme y desnuda, ignominiosa e inmunda». Por eso ha de ser siempre recordada.