Santiago González, EL MUNDO, 5/10/12
El favorito de las encuestas para ocupar Ajuria Enea los próximos cuatro años, Iñigo Urkullu, ha entrado en campaña con una reivindicación implícita de su antecesor en el cargo. No Patxi López, sino Juan José Ibarretxe. Los nacionalistas han tendido siempre a ningunear a los lehendakaris no idóneos. A los que no son de casa, vamos. En sus galerías de retratos falta Ramón Rubial, presidente del Consejo General Vasco entre 1978 y 1979. Los nacionalistas sostienen que el órgano preautónomico no cuenta y contabilizan como lehendakari en esos años a quien había ejercido ese cargo de manera fantasmal en el exilio, Jesús María de Leizaola. Sin embargo, cuando Rubial fue relevado por Garaikoetxea en el CGV, éste empezó a firmar los decretos con el cargo que, según esa lógica, no podía ejercer hasta la aprobación del Estatuto y su elección. Iñigo Urkullu va a repetir el viaje de Ibarretxe, con todos los pasos por su orden: un texto articulado, una ponencia que se aprueba en el Parlamento Vasco y una consulta o referéndum. Hagamos un recordatorio de los primeros pasos: Ibarretxe anunció el 26 deseptiembre de 2003 su intención de proceder por este orden con su famoso plan: aprobar el 25-O por el Gobierno el proyecto de Ley de Reforma del Estatuto, para depositarlo ese mismo día, con majestad y pompa, en el ParlamentoVasco. Aquel día, sábado, se cumplían 24 años del referéndum estatutario; Ibarretxe presidió un Consejo de Gobierno y se hizo una foto con sus 11 consejeros en el hall de Ajuria Enea. A continuación, los 12 subieron a un microbús que les llevaría hasta la sede de la Cámara vasca, situada a unos 200 metros de la residencia presidencial. El personal de Lehendakaritza y los periodistas salieron detrás, en un autobús que, ¡vaya casualidad!, fue a averiarse a la mitad del trayecto. Todos los periodistas y el personal de Presidencia echaron a correr con cámaras, trípodes y demás enseres, mientras el microbús gubernamental dio una vuelta por Vitoria para darles tiempo a que las cámaras pudieran captar el gran momento de la entrada del lehendakari, plan en ristre, flanqueado por Azkarraga y Madrazo. El asunto es que aquello no era un proyecto de ley, ni podía serlo, porque no estaba aprobado por el Gobierno. Alguien hizo notar que el documento que Ibarretxe había repartido embargado a sus colaboradores llevaba en su portada la expresión Lehendakaria (El Lehendakari) y que un proyecto de ley tiene que ser aprobado por el Consejo de Gobierno, no por su presidente. No hubo tal. Aquello fue una ponencia política, un proyecto normativo, cuya falta de empaque legal trató de compensarse con la solemnidad de la liturgia. Lástima de avería. Ah, aquella cita del 18 Brumario, la más repetida de Marx, en la que afea a Hegel su olvido fundamental al afirmar que los hechos y los personajes se repiten en la historia: «Se le olvidó añadir: la primera vez, como tragedia; la segunda, como farsa». En la historia del soberanismo vasco, cosas de la aceleración histórica, Ibarretxe ya había vivido su primera vez como comedia. El pasado lunes me transmitía un burukide su divertida perplejidad por el hecho de que los convergentes y unidos no hubieran escarmentado en cabeza ajena: «Eso ya lo vivimos nosotros con el plan Ibarretxe». Es de suponer que su perplejidad será mayor ahora, al comprobar que su partido tampoco lo ha hecho en la propia.
Santiago González, EL MUNDO, 5/10/12