Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Creo que la sentimentalización contemporánea de la política ha alcanzado su cénit. O su nadir. El ‘wokismo’ es, justamente, puro sentimentalismo aplicado a todas las causas imaginables. No olvidemos que, tanto para el ‘wokismo’ del siglo XXI como para los dos grandes totalitarismos del siglo XX, todo es política

Escribo estas líneas bajo la conmoción de una catástrofe natural. Aquí al lado. Una nación es eso que siempre está aquí al lado, sin que importen las distancias. Quizá lo único positivo que quepa extraer de las putadas mortales de la Tierra (a la que es preferible no personalizar —Gea, Pachamama— para no odiarla) sea el modo en que siempre afloran espontáneos los afectos. Esto es, la posibilidad de arrojar a la cara de los nihilistas el amor al prójimo. Junto con la evidencia, inútil es negarlo, de que al humano común le duele más la tragedia cuando se abate sobre sus compatriotas. Quizá ser compatriota consista en eso. Con sinceridad, el día en que sintamos lo mismo por las víctimas de una letal avalancha en Finlandia que lo que sentimos ayer, lo que sentimos hoy, la Europa federada tendrá sentido. ¿Es todo sentimiento entonces? Claro que no.

El sentimiento como baremo político es poco fiable; países como el nuestro rebosan de autoodio inducido, una forma de no ser nunca lo que eres, una alienación eterna insuflada por perniciosos maestros. Como herramienta política, el sentimiento es tan eficaz que resulta prácticamente imposible erradicarlo del discurso público. La cuestión es si resulta deseable. Pues bien, depende del grado. Creo que la sentimentalización contemporánea de la política ha alcanzado su cénit. O su nadir. El ‘wokismo’ es, justamente, puro sentimentalismo aplicado a todas las causas imaginables. No olvidemos que, tanto para el wokismo del siglo XXI como para los dos grandes totalitarismos del siglo XX, todo es política.

De ahí la compulsión de exigir el castigo de culpables antes de haber tenido tiempo de echar una mano, de ofrecer consuelo, de mirar al cielo. Sabemos que obedece a un reflejo porque es innecesario, al exigir (saltándose el duelo) investigaciones que llegarán con seguridad. Si la compulsión es una forma de mitigar el dolor, entonces es comprensible y hasta respetable. Si se trata de aprovechamiento político, no solo refleja la indecencia, sino también la imposibilidad de desconectar de la lid política. Lo que significaría que aquellos para quienes todo es política se estarían refiriendo a sí mismos, lo único que tienen a mano para tan salvaje restricción de la infinita realidad. Tanto más infinita cuanto más se acerca uno al detalle.

Si ante el dolor ahondas, si durante un rato comprendes que habrá o no negligencias, pero que nadie quiso el indescriptible pandemónium, irás a parar a un espacio moral del que nunca se regresa satisfecho. Porque, literalmente, así es la vida. Es algo que amargó a Voltaire cuando dio en concebir su poema del desastre tras el terremoto de Lisboa, lo que tornó más sombría su visión de la realidad. Pues, ¿a quién vas a culpar? ¿A Dios, de entrada? De acuerdo, comprensible, pero no hace falta una gran teodicea para entender que Dios no puede ser, no es, el fabricante de un juguete llamado mundo, con mecanismos previsibles. No hay un porqué, y esta verdad puede ser inadmisible.