Ferran Caballero-El Español
  • Sánchez sabe mejor que nadie que este argumento, «in vigilando», tiene las patitas muy cortas. Y que es útil, como todo, para arrojarlo contra los demás, pero demasiado débil para convencer a los propios.

Lo peor de que Pedro Sánchez pida perdón es que habrá quien se lo conceda. Incluso sin saberlo.

Como hacía Risto Mejide, por poner un ejemplo y sólo uno, pidiéndole que dimitiese porque su obligación era «elegir buenos Secretarios de Organización» y «supervisar para que se comportaran decentemente».

Sánchez sabe mejor que nadie que este argumento, «in vigilando«, tiene las patitas muy cortas. Y que es útil, como todo, para arrojarlo contra los demás, pero demasiado débil para convencer a los propios.

Lo fue y lo sigue siendo contra M.Rajoy, más por insistencia y por chiste que por lógica, pero no será suficiente contra Sánchez.

Es un argumento que no convence nunca a nadie porque no es un argumento, sino una simple sombra de sospecha. Muy razonable, diría yo, pero sombra y nada más.

Sánchez pide perdón como lo piden los niños a los que pillas copiando en el examen, como si fuesen las circunstancias, los nervios, la presión de los padres, las prisas por terminar el último examen, lo que no permite estar al loro de lo que un cuerpo siempre un poco extraño hace en su nombre.

El Partido Socialista es un poco así para Sánchez, y todos esos hombrecillos tienen que serle extraños porque al final ninguno es tan guapo ni tan poderoso como él. Hay una distancia y una soledad en la cumbre que dificulta y hasta imposibilita la correcta vigilancia.

Tú puedes vigilar lo que quieras, porque toda la lógica de la relación está montada para que esos movimientos te parezcan extraños, indescifrables incluso, a poco que seas alguien medio normal. Medio decente.

Todo el mundo sabe que para eso están los secretarios de Organización y sus semejantes. Hasta el punto que ya casi diría que la culpabilidad de los demás no sólo protege sino que refuerza la inocencia del presidente. Y si no lo digo yo, es porque ya lo dijo Sánchez y plagiar está muy feo.

Él estaba, como tiene que estar, a otras cosas, a las cosas importantes: al progreso de España. Y lo seguirá estando.

Sánchez no va a dimitir porque no sabría encontrar motivo alguno. No tendría por qué. La cuestión es, por lo tanto, quién le obligaría a hacerlo. Quién podría.

Lo normal es la oposición, pero ya se ha visto que no puede y que prefiere no intentarlo.

Lo propio, lo que correspondería en la partitocracia en la que se supone que vivimos, sería que el propio partido —y más habiendo descubierto ¡ahora! lo de la urna (otra cosa que supo antes la fachosfera, por cierto)— le forzase a dimitir. O que el grupo parlamentario forzase su caída. Algo así.

Pero no hay semejante cosa. La partitocracia siempre fue una exageración y si dejó de serlo es porque Sánchez se cargó, simple y sistemáticamente, una a una, uno a uno, todas las estructuras y todas las figuras y barones antes conocidos como Partido Socialista Obrero Español.

Cuando killerkiller. Cuando víctima, víctima. Es como si tuviese algo personal contra las instituciones que limitan su poder.

Lo habitual sería que lo abandonasen los socios como abandonaron a Rajoy, con mucho menos motivo, por cierto. Pero los socios de Sánchez no pueden abandonarlo porque no pueden, simplemente, entregar el gobierno de España al PP y Vox.

Es un problema que Feijóo no va a poder solucionar por muchas entrevistas que logre dar a La Vanguardia en representación del galeguismo cordial. Con Vox no hay manera y sin él, tampoco.

Lo único que pueden y deberían hacer es sumarse ellos también a los Madinas y demás, tímidos disidentes del sanchismo ahora que empieza a costar más disimular que apartarse, y buscarle un sustituto que salve el orden.

Hay que recuperar al PSOE de verdad, el de los buenos, y arrancarlo de las manos corruptas del sanchismo. Hay que personificar en Sánchez el problema, culpar a su camarilla para salvar los muebles y hasta el mismísimo régimen del 78 de su auténtica amenaza, que son las pulseritas de Vox, el de la foto de Feijóo y el novio de Ayuso.

Yo creo que Rufián tiene aquí una oportunidad de oro para terminar el trabajo que fue a hacer a Madrid y convertirse, esta vez sí, en el auténtico héroe de la retirada. En español del año, incluso.