EL PAÍS
El temor a expresar la disidencia frente a multitudes con banderas provoca un falso efecto de unanimidad secesionista en Cataluña
Si, según los sondeos, la mayoría de los catalanes –y sobre todo los más jóvenes—no está de acuerdo con el referéndum auspiciado por la Generalitat, ¿por qué la sensación es justo la contraria? El silencio de la mayoría, su ausencia durante años del espacio público, ha provocado en la minoría independentista y también en quienes contemplan los acontecimientos desde fuera de Cataluña una ilusión de unanimidad —“la mayoría de los catalanes quiere la independencia”— que una y otra vez desmienten las encuestas. A tres semanas del 1 de octubre, el arquitecto Fermín Vázquez, el editor Miguel Aguilar, el médico y activista Álex Ramos, la escritora Milena Busquets, el consultor en comunicación David Espinós y una magistrada de Barcelona responden a la pregunta: ¿por qué calla la mayoría?
“No lo sé bien”, admite el arquitecto Fermín Vázquez, “pero la verdad es que estar a la contra siempre es fastidioso. Todos queremos ser tolerantes. Pero nadie piensa que van a romper la baraja y a despreciarte de esta manera. Ir con una sonrisa y tocando la bandurria y muy ilusionado no significa tener una bandera moral. Al revés: da miedo. Y al final da miedo enfrentarse a tanta gente que se toma esto de una manera tan emocional. Las multitudes con banderas siempre dan miedo. Y, probablemente, muchos de los que hablan de ilusión y alardean de espíritu cívico, saben perfectamente el efecto amedrentador”.
Hace ya cuatro años, justo por estas fechas, el escritor Javier Cercas –blanco recurrente de los más exaltados— advirtió sobre el “unanimismo” tal como lo concebía el historiador Pierre Vilar: “La ilusión de unanimidad creada por el temor a expresar la disidencia”. Un temor que aumenta, según subraya el prestigioso arquitecto, cuando se comprueba que “la propia Administración está dispuesta a saltarse las normas de una manera partidaria sin el menor empacho; es inevitable la sensación de que el que discrepa es clasificado de desafecto”.
Para Miguel Aguilar, editor madrileño afincado en Barcelona, hay varias razones que explican el silencio de los disidentes: “Ni estamos tan cohesionados como ellos ni la lucha contra la independencia es el único objetivo de nuestra vida. Es una mayoría silenciosa contra una minoría locuaz, muy organizada y muy subvencionada. Nosotros no tenemos una única respuesta para solucionar el problema y ellos sí: la independencia”. Aguilar aporta otro aspecto al debate: “No se trata de una guerra entre Madrid y Barcelona o entre catalanes y españoles, sino entre catalanes. La mitad de Cataluña está oprimiendo a la otra mitad y, además, es una revuelta de los ricos contra los pobres, como escribió Javier Cercas”.
El médico Álex Ramos, militante socialista y activista de Sociedad Civil Catalana, advierte de que se trata de un silencio forjado con martillo y cincel. “Ahora vemos un golpe de Estado agudo”, explica, “pero es crónico. Llevan muchos años sembrando y sembrando y sembrando. Primero se instauró la espiral del silencio ante la hegemonía política del independentismo, en la escuela, desde la televisión y los periódicos. Nos hemos ido callando porque existe una fractura social y la gente lo pasa mal. Se discute en las familias como pasaba en el País Vasco.
Es verdad que allí te podían pegar un tiro, pero aquí existe la muerte civil. Te puedes jugar el trabajo. Yo me lo juego porque creo que debo hacerlo, pero muchos tienen miedo a significarse. El salir del armario políticamente cuesta. Hay alguien que se hace con la hegemonía del poder e impone a los demás la espiral del silencio. Es muy duro, porque ellos ya han mostrado su verdadero rostro, el de un nacionalismo identitario, supremacista. Quieren ser independientes porque se creen mejores”. El arquitecto Fermín Vázquez amplía esa idea: “Se suele decir que Rajoy es una fábrica de independentistas, pero el argumento se puede también poner del revés: los independentistas serían una fábrica de Rajoys. No sabe uno qué le parece peor en el argumentarlo secesionista, si la superioridad implícita en que el resto de España ‘no tiene remedio’ o el escaqueo de la responsabilidad compartida. Por más que se quiera vestir suena a supremacismo o egoísmo: ‘ellos siempre serán unos tarugos. Nosotros no tenemos que ver con todo lo malo. Estaremos mejor por nuestra cuenta”. Y añade: “Nadie piensa que con una minoría y con medias verdades o directamente falsedades, retorciendo conceptos universalmente compartidos como libertad y democracia de una manera burda, se fuera a llegar tan lejos. Pero pasó con Trump y su ‘America great again’ y con el Brexit y su ‘Europa nos roba”.
El consultor en comunicación David Espinós ofrece otra explicación sobre el silencio de la mayoría. “Yo creo que hay mucha tensión política y mediática, pero no social. El micromundo de la política y el periodismo se retroalimenta y lo intenta transmitir a la ciudadanía, pero hay mucha gente que no se siente interpelada todavía. No le vale la pena movilizarse ante el peligro de ser estigmatizada y etiquetada muy rápidamente. Los partidos políticos están muy pendientes de la opinión de unos y de otros para utilizarla en su favor. Por ejemplo, nadie en la vida me había preguntado qué iba a votar, pero con relación al referéndum tienes que estar posicionado forzosamente y lo tienes que exteriorizar. Yo no estoy de acuerdo con eso”.
Para Milena Busquets, la refriega entre los partidos políticos y los Gobiernos de Barcelona y Madrid está provocando una gran confusión y pueden provocar efectos contrarios a los buscados: “Hay mucha gente que, aun no estando de acuerdo necesariamente con la independencia o con el referéndum que ha planteado el Govern, puede decidir a última hora ir a votar en rebeldía por las barbaridades que dicen algunos periodistas o como reacción a la prohibición que llega de Madrid”.
A Miguel Aguilar no le cabe duda de que el presidente de la Generalitat tiene puestas sus esperanzas en una reacción fallida del Gobierno español: “Puigdemont quiere salir esposado, y es muy difícil no terminar esposando a alguien cuyo objetivo político es ese”.
«Se está llevando la emoción a un punto muy peligroso»
La magistrada tiene una pesadilla recurrente. Se desarrolla el día 1 de octubre. “En una localidad cualquiera de Cataluña”, explica desde el anonimato que le exige su cargo, “los organizadores del referéndum logran instalar las urnas, la fiscalía se querella y el juez de instrucción le pide a los Mossos que intervengan. Se niegan y tiene que recurrir a la Guardia Civil. ¿Qué puede pasar a partir de entonces en uno de esos lugares como Olot o Vic donde el nacionalismo es dominante? No lo quiero ni pensar. Se está llevando la emoción a un punto que empieza a ser muy peligroso”. La magistrada, nacida fuera de Cataluña, eligió hace casi dos décadas Barcelona como un lugar ideal para vivir y ejercer su profesión. Ahora no descarta tener que hacer las maletas. “El miércoles fue un día muy duro. Tuve una sensación parecida a la del 23-F. Si este presidente y este Gobierno existe es por la Constitución. Y si tú desobedeces a quien te ha puesto en este cargo, pierdes la legitimidad. Se arrogan la representación de todos los catalanes, interpretan lo que según ellos quiere la gente y dejan de lado al resto”. El editor Miguel Aguilar y el médico Álex Ramos coinciden en que, aunque parezca asombroso, al Govern no le importa tener a la mitad de Cataluña en contra. Dice Aguilar: “Para ellos, la mitad del país no cuenta y, como es una causa épica, todas las trampas están permitidas. Dicen que España oprime, pero presumen de lo bien que actuaron los Mossos. ¿Cómo puede ser un pueblo oprimido uno que dispone, por ejemplo, de una policía autonómica tan eficaz?”.