Carlos Martínez Gorriaran-Vozpópuli

  • Todas las guerras europeas posteriores a 1945 las han provocado el comunismo y sus restos

Atizar a la Unión Europea se ha convertido en el deporte de feria pueblerina de los populistas y oligarcas de todo el mundo, y desde luego de los cenizos del propio continente. Es cierto que hay gran diferencia en atizar al estilo de Putin -guerra y barbarie- o al de Musk -amenazas y rabietas narcisistas-, pero tanta unanimidad contiene una lógica que requiere explicación. Es urgente, hasta el punto de que el Papa se ha saltado los tradicionales y cautísimos eufemismos vaticanos para denunciar, con inusitada claridad, que “las últimas declaraciones de Trump intentan romper la alianza entre Estados Unidos y Europa. Trump intenta destruir lo que debería ser una alianza muy importante hoy y en el futuro”. La Iglesia siempre está muy bien informada y además León XIV es estadounidense, de modo que tiene un doble conocimiento del problema.

Vegetarianos en un mundo de fieras

¿Por qué contra Europa? Para resumir, diría que hay tres motivos convergentes: en primer lugar, la innegable debilidad de nuestra Unión -ni un verdadero Estado ni sólo un club económico- la hacen fácil objetivo de las tartas en la cara que nos tiran los payasos más agresivos; en segundo, un hecho cultural de importancia, a saber, que Europa representa la democracia y su cultura a derribar; y tercero, que hay interés en un nuevo reparto del mundo entre superpotencias (Estados Unidos, China, India, Rusia…) donde Europa sobra, según demuestra nuestra marginación de las negociaciones de paz en Ucrania. En síntesis, Europa molesta a las autocracias y aspirantes.

De la debilidad de la Unión Europea se ha hablado y hablará mucho, pero es posible que convenga adoptar un cambio de perspectiva: quizás no sea una prueba de decadencia, sino de crecimiento en la etapa adolescente. Es innegable que la mayoría de los países fundamentales de la Unión no acaban de salir de su crisis posimperial -por no hablar del Reino Unido, el que la lleva peor-, resultado de pasar del estatus de gran potencia colonial mundial a mediana potencia con mucho menos poder y consiguiente crisis de identidad. En un mundo que parece encaminado a un regreso de los imperios agresivos, como razoné aquí, esa crisis se percibe como debilidad, muy peligrosa cuando, como se ha dicho, el problema de Europa es parecer un club de vegetarianos en un mundo de fieras.

Pero esa debilidad tiene una explicación fácil: ningún continente ha sufrido y exportado guerras tan brutales como Europa, y por eso la prioridad era hacer inimaginable una nueva guerra entre los viejos enemigos. En cambio, todas las guerras europeas posteriores a 1945 las ha provocado el comunismo y sus restos: la desintegración de Yugoslavia y el nuevo imperialismo ruso de Putin (al sur del Cáucaso, la tóxica herencia postsoviética de Georgia, Armenia y Azerbaiyán). Sin embargo, la presión de Rusia y las nada veladas amenazas de Trump pueden jugar un efecto inesperado: compactar la cohesión de Europa por una vía nada extraña: la unión militar.

Abolir la civilización europea

No es baladí que Dinamarca se haya unido al Papa en la nueva claridad al considerar oficialmente a Estados Unidos una amenaza contra su seguridad por la agresividad de Trump con Groenlandia. El emperador naranja parece empeñado en anexar (Canadá, Groenlandia) o controlar toda América no por la democracia o la amenaza del narcotráfico, sino dentro de un nuevo reparto virtual del mundo donde América será, obviamente, dominio o colonia de los Estados Unidos en una extensión de la vieja doctrina Monroe. ¿Y qué pinta Europa en esa expansión?: representa un estorbo, porque la OTAN, que no es sino la alianza político-militar de Estados Unidos y Europa, fastidia los planes del trumpismo, que prefiere entenderse con Putin, centrarse en el Pacifico y abandonar a los europeos.

¿Y qué pasa con la cultura? Tiene mucha más importancia de la que los cínicos e incautos están dispuestos a reconocer. La democracia es una cultura, no solo un sistema de gobierno: cuanto antes lo entendamos, mejor preparados estaremos para afrontar los retos de la inmigración, la economía, la educación y hasta la unión política. Y aunque es cierto que esa cultura no es solo europea, sino “occidental” en sentido amplio (existe a su manera en Japón, Corea del Sur e India), es en Europa, su cuna histórica, donde puede dar el salto histórico de suma de culturas nacionales a una posnacional verdaderamente europea, con su propio patriotismo emocional (sin el cual, bien lo sabemos en España, la unión política no existe o está en peligro).

Michel Ignatieff, uno de los pocos teóricos políticos que ha tenido una experiencia de poder al máximo nivel como premier de Canadá, lo ha llamado el “borrado civilizatorio de Europa” en un artículo en Letras Libres. La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, un documento eurofóbico recién publicado, rebosa denuncias culturales que, precisamente, demuestran la importancia general de esa cultura europea que aquí no valoramos debidamente, pero que los nacionalistas, aislacionistas y supremacistas del trumpismo detestan y transmutan en “decadencia”.

El miedo del autócrata a la democracia

En efecto, un éxito en el proceso de unión europea, que naturalmente exigirá recuperar y desarrollar capacidades educativas, económicas y militares hoy en crisis, dormidas o subdesarrolladas, ofrecería al mundo un ejemplo de democracia eficaz, cosmopolita, inclusiva y avanzada que es, precisamente, el enemigo a batir del club de las autocracias. Ese es, creo, el sentido profundo de ese ataque incesante y ácido de los variados enemigos de la Unión Europea, club que ahora incluye a autócratas despiadados, oligarcas insaciables, extrema izquierda, islamistas, antisemitas y ultranacionalistas de todos los países.

En fin, Europa tiene infinitos problemas que resolver, pero quizás los veamos de otro modo si abandonamos la plúmbea cantinela de la decadencia (¿acaso son menos decadentes, si no mucho más, Rusia y los Estados Unidos trumpistas?), que se remonta a la línea intelectual que va de Nietzsche Spengler (políticamente nefasta), y nos vemos a nosotros mismos, los europeos, como adolescentes confundidos, egocéntricos e ilusos, pero también capaces de aprender y de crear lo mejor.