ANTONIO R. NARANJO-EL DEBATE
  • Sánchez ha hecho de todo para reformar la democracia y que solo exista nominalmente: le falta un último aso y hay que temer que lo dé
Sánchez es muchas cosas, ninguna buena más allá de que le sientan bien los trajes de escolta, y entre ellas una agencia de colocación. El sistema tributario consiste en quitarte el dinero si lo ganas con el IRPF, si consumes con el IVA, si lo regalas con donaciones y si lo acumulas con Patrimonio, con una fórmula conceptualmente discutible que se vuelve intolerable cuando se adentra en niveles confiscatorios.
Una parte de ello se dedica al Estado de Bienestar, aunque los más necios desechan el esfuerzo ajeno y se lo agradecen con su voto al Sánchez de turno, pero otra cara más poderosa se malversa en el Bienestar del Estado, un atraco del que se benefician quienes tienen capacidad para legalizarlo y por ello jamás lo revocarán.
Ahí florecen observatorios del mismo clima en cada pueblo, institutos de la mujer sin mujeres, fundaciones por el empleo inútiles frente al paro y hasta observatorios de los andares bonitos, todos con la misma eficacia que un peine para un calvo y un único objetivo: colocar al conmilitón que no cabía en la lista del partido, sin ser mucho más tonto que el titular.
De esto Sánchez ha hecho un arte, con prestaciones inéditas: a la tradicional cobertura alimentaria a los amigos, que así nunca se rebelan aunque pacte con ETA, libere a violadores o se deje enhebrar por Puigdemont; le añade una encomienda innegociable para devolver el favor.
Así hemos visto que, más allá de nombramientos infames pero inofensivos como el de Iceta para embajador ante la Unesco y las Cigalas, también ha metido a uno de los suyos en Hispasat, Correos, Indra y pronto en Telefónica a cambio de una millonada; lo que unido a otras cacicadas parecidas en el CIS, RTVE, el Tribunal Constitucional o la Fiscalía General del Estado confirma el modus operandi propio de quien quiere controlarlo todo. Incluyendo los procesos electorales, sí.
Porque si anda como un pato, vuela como un pato y grazna como un pato, probablemente sea un pato y al fondo del pasillo aparezca el mismo proceder ensayado con la Ley de Amnistía: en un país normal se anula un atraco inconstitucional; en la España de Sánchez se hace constitucional a las bravas con la misma impostura que, en otros ámbitos, tilda de «muerte digna» el suicidio asistido por el Estado, de «crecimiento cero» a la recesión o de «fijos discontinuos» a los parados.
Las sombras que aún pesan sobre la gestión de las Elecciones del 23 de julio, con Correos e Indra implicados tangencialmente en una parte del proceso, no son el mejor antídoto contra temores que, siendo en principio infundados, no son ni mucho menos absurdos.
Porque todo lo que era imposible ha ido ocurriendo con Sánchez, que presenta una hoja de servicios más digna de un quinqui que de un presidente: manipuló a su propio partido para hacerse con el poder, asaltó La Moncloa con una moción de censura infame, mantuvo el Gobierno con todos aquellos socios a quienes él mismo consideraba embajadores de las cartillas de racionamiento o culpables de graves delitos de rebelión y ahora, en el clímax de su indecencia, lo refuerza con negociaciones en Suiza, indultos tapados a ETA y el mayor despilfarro clientelar de la historia de Europa.
Sánchez no coloca amigos, que también: desplaza soldados a destinos bélicos para lanzar el ataque definitivo a la democracia. De momento ya ha señalado a media España y la ha confinado tras un muro. Y eso siempre es el preámbulo justificativo de un golpe final al Estado de Derecho en nombre, claro, de la necesidad de defenderlo de sus enemigos. Ojo, que cuando se animaliza la disidencia, siempre comienza la caza.