Miquel Giménez-Vozpópuli
  • Los errores enseñan más que los aciertos. Y pueden superarse. Rectificando

La Editorial Libros Libres acaba de publicar el volumen que da título a este artículo en el cual nueve personalidades conocidas anteriormente por su separatismo describen sin ambages los motivos por los cuales dejaron de serlo. Son peripecias tan distintas como distintos son sus protagonistas, pero mantienen un mismo denominador: el desengaño. Un desengaño ideológico, incluso estético, pero sobre todo un desengaño interno, casi desgarrador. Quienes participan en el libro fueron gente que creyó que la independencia era útil para Cataluña, que el nacionalismo había hecho de la sociedad catalana algo maduro, intelectual, de fibra moral sólida. Pero al caer la venda, el impacto fue devastador.

Salvador Sostres, Albert Soler, Anna Grau, Eva María Trias Terron, Júlia Calvet, Eva Parera, Miquel Porta Perales, Xavier Horcajo y Jesús Royo describen sus intransferibles caminos a Damasco con una verdad insoslayable, con más o menos sentido del humor, con mayor o menor retórica, pero todo lo que dicen está impregnado de la tristeza del que sabe que lo han estafado. Ahí tienen a la admirable Julia Calvet, actual dirigente de la más que meritoria organización estudiantil S’ha Acabat!, que pasó de TV3 y lucir la estelada a la agresión constante en la universidad por defender la Constitución y la libertad. Todo comenzó cuando un día le preguntó a su madre si realmente los catalanes estábamos tan mal como para irnos de España. Ese es el nudo del asunto: dudar.

Asumir lo que uno ha hecho porque, como dijo Nietzsche, nunca hay que cometer la cobardía de dejar abandonados los actos que hemos cometido

Cuando se ha conformado un imaginario político como el nacionalista, en el que todo se limita a creer y no a pensar, siendo condición imprescindible acatar todo lo que emana de los dirigentes y no separarse ni un milímetro de la pauta que rige la tribu, dudar acerca del paradigma, del dogma de fe, es el primer acto revolucionario y, por cierto, el que más temen los budas del separatismo. Dudar, analizar y rectificar. Y asumir lo que uno ha hecho porque, como dijo Nietzsche, nunca hay que cometer la cobardía de dejar abandonados los actos que hemos cometido. La asunción del propio error es imprescindible para poder salir de él. En este sentido, ahí está también el lúcido testimonio de Miquel Porta Perales, que mira al libro que escribiera en su día, “Nació i autodeterminació”, que le interpela desde su biblioteca brindándole la oportunidad de reconocerse en lo que fue y en lo que es ahora; Jesús Royo dice que su nacionalismo empezó a deshilacharse como un punto que se suelta, tirando de ese hilo que colgaba; Salvador Sostres se plantea la humanísima duda sobre si la victoria del separatismo que defendía iba a ser mejor o peor para su hija María.

En un país en el cual el mantenella y no enmendalla es motivo de elogios por parte de los mediocres y en el que la rectificación suele ser vituperada por los canallas

La condición humana aparece de manera descarnada en estas páginas repletas de humildad, de eso que nos hace mejores al cuestionarnos los mensajes totalitarios. Puedo asegurarlo porque servidor, que fue durante un cierto tiempo separatista sin ser nacionalista, también ha pasado por esas crisis espirituales de las que se puede y se debe salir más fuerte, más limpio, más luminoso. En un país en el cual el mantenella y no enmendalla es motivo de elogios por parte de los mediocres y en el que la rectificación suele ser vituperada por los canallas, acusándola siempre de puro interés en el medro, esto testimonios nos brindan, además de una página interesantísima de nuestra historia contemporánea que apenas ha empezado a escribirse, un rayo de esperanza.

Horrorícense de quien afirma que piensa lo mismo a los sesenta años que a los quince, de quien es persona de un solo libro y de quien hace de las ideas un lecho de Procusto. No es un hombre libre. Enhorabuena, pues al editor Alex del Rosal, a su editorial y a este “Por qué dejé de ser nacionalista”. Tropezar nunca es pecado, no querer levantarse, sí.