Juan Carlos Girauta-El Debate
  • La estrategia con la que se impuso la izquierda woke fue diseñada por Ernesto Laclau en 1985, triunfó a partir de 2014 y otro argentino, Javier Milei, la ha herido de muerte

La gran ventaja estratégica del movimiento woke (el carácter fraccionario pero articulado de sus múltiples causas) será la razón de su desmoronamiento. Nadie vea en esto una paradoja. Semejante inversión es normal en los cambios de paradigma. Lo que ayer fue virtud hoy es vicio, el activo te lo encuentras en el pasivo, lo que permitía superar a los competidores pasa a ser un lastre fatal.

Así, antes de la última globalización (no confundir con globalismo), el tamaño, las dimensiones, el peso «físico» de una empresa representaba y garantizaba su superioridad. La desintermediación, el fin de la distancia, la concentración en los eslabones más rentables de la cadena de valor por parte de pequeños grupos intensivos en conocimiento, o el descubrimiento de que lo intangible constituía el valor principal, provocaron el desmantelamiento de compañías elefantiásicas. Las organizaciones jerarquizadas según el modelo piramidal clásico, e incluso las que se habían modernizado estructurándose en matrices (por proyectos), simplemente no pudieron responder a los cambios con la celeridad necesaria. Los pequeños se convirtieron en los reyes. Ser grande era ser lento.

Los nuevos reyes, al crecer, mantuvieron las rutinas y el ambiente de los innovadores audaces. ¿Cómo? Dotándose de estructuras reticulares. Los mastodontes corporativos solo se salvaron en la medida en que imitaron a los recién llegados, renunciaron al «orden de la orden» (ver Escohotado) y confiaron en la autoorganización, en el orden espontáneo, en las estrategias emergentes. En las redes. Para mantener la coherencia, una empresa tenía suficiente con no descuidar su cultura corporativa. Sin embargo, una por una, las corporaciones fueron cayeron en el ‘wokismo’, lo que significa que las culturas corporativas se alinearon y perdieron carácter. Por ejemplo, todas nos instaron a «salvar el planeta».

Tomo el cambio de paradigma empresarial para compararlo con el vuelco que ha comenzado en la política occidental, y que es revolucionario: el regreso del individuo al centro del ideal democrático. También lo hago para subrayar algo que parece no entender la derecha convencional, intoxicada de wokismo: la lucha política pública es hoy, ante todo, una lucha cultural, y están en el bando perdedor. La estrategia con la que se impuso la izquierda woke fue diseñada por Ernesto Laclau en 1985, triunfó a partir de 2014 y otro argentino, Javier Milei, la ha herido de muerte. Vea el interesado su intervención ante el Foro Económico Mundial en Davos, ante las fauces del monstruo.

Cada vez que una causa woke es abatida en EEUU o Argentina se advierte cuán fácil y útil es hacerlo, y un espantajo se cae. Escoja causa: catastrofismo climático, tolerar la inmigración ilegal masiva, antisemitismo por defecto, autodeterminación de género… Parecía consolidada. Se había legislado e impuesto. La derecha convencional la había asimilado. Pero se derrumba de un día para otro. Es entonces cuando el efecto dominó —que había constituido la principal ventaja del wokismo, pues el «progresista» iba interiorizando cada causa— deviene su mayor debilidad. Y todas se abandonan pronto, en cadena.