IÑAKI EZKERRA – ABC – 31/10/15
· «Si a Mas y a los suyos les sale gratis esta gamberrada, será inevitable que el PNV se lance a otra intentona y quizá ya no en solitario. No será difícil que resucite con inéditos bríos la Declaración «trinacional» de Barcelona ni tampoco que sus socios hagan lo que puedan para que “a la tercera vaya la vencida”.
Por qué Urkullu no ha imitado a Mas y se ha mantenido a una calculada distancia de su culebrón secesionista? Es la pregunta que repetidamente nos hemos hecho durante los tres años que dura este. Y nos conviene tener claras sus razones porque, si nos dedicamos a halagarle y a ver en él un hombre de Estado, llegará el día en que use ese piropo contra nosotros. También Arzalluz jugó a la diplomacia florentina a finales de los 80 con el «Espíritu del Arriaga» y a mediados de los 90 con la primera legislatura de Aznar, pero lo hizo para sacar lo que pudo, recobrar el aliento y tomar carrerilla en sus desafíos. Urkullu carece del temperamento vesánico de Arzalluz (como de su carisma), pero practica un jesuitismo de baja intensidad que ha caracterizado la trayectoria centenaria de ese partido y que nos devuelve a la pregunta obligada: ¿por qué el PNV no ha seguido a Mas?
Hay varias razones que explican ese misterio. Una de ellas es la nueva correlación de fuerzas que se abrió en el País Vasco tras la sentencia del TC que legalizó a EH Bildu el 5 de mayo de 2011 y tras el comunicado de ETA del 20 de octubre de ese mismo año que anunciaba un definitivo cese de los atentados que ya se había hecho efectivo un año antes. Hasta esas fechas el reparto de papeles en el guiñol vasco había sido el siguiente: ETA mataba, su brazo político estaba ilegalizado y el PNV vivía una situación de privilegio escénico que explotaba al máximo. Condenaba a ETA y a la vez recogía su voto útil. Era el agente que capitaneaba los órdagos al Estado democrático en sintonía con la banda criminal y simultáneamente se presentaba como el partido vertebrador de la misma sociedad a la que crispaba «cuando tocaba hacerlo». Su situación era de una comodidad insuperable.
Sin embargo, legalizada toda la izquierda abertzale y desaparecida la violencia terrorista, el tablero vasco ha cambiado desde hace cinco años. El PNV ya no puede escenificar la centralidad fácilmente, como lo hacía antes, mediante la simple condena del asesinato de turno. Su desmarcamiento del mundo de ETA debe ser ahora político, más aún cuando ese mundo es hoy su verdadero rival y lucha por ocupar un mismo espacio hegemónico.
Desde hace cinco años, sí, el PNV y EH Bildu mantienen una guerra sorda tras los bastidores de la vida pública vasca por controlarlo todo: las instituciones, la empresa, el movimiento sindical, las entidades financieras, la universidad, la escuela pública y la concertada, los clubes de fútbol y de montaña, los obispados… Para colmo, el PNV sabe que se sostiene en el poder con una buena cantidad de votos prestados, así como que tal «fragilidad electoral» le obliga más si cabe a ese desmarcamiento de sus feos parientes ideológicos. Sigue coqueteando con la izquierda abertzale por si rasca alguna papeleta indecisa, pero a la vez necesita las del electorado posibilista del PSE-EE y del propio PP, que, ante la caída de lo que fue en su día el constitucionalismo, ve, paradójicamente, en el partido fundado por Arana un muro de contención frente a la radicalidad independentista.
Urkullu sabe también que la bandera más convincente de la secesión está hoy en las manos de EH Bildu y que, en ese terreno, esas manos tienen todas las de ganar frente a las suyas, pues sus embestidas siempre serán más audaces y verosímiles. Sabe hasta dónde podría debilitarlo una alianza secesionista con el abertzalismo radical. Por si no le bastara la experiencia propia de Lizarra y el Plan Ibarretxe, tiene ante los ojos el experimento catalán, que le ratifica en su prudencia. Si en los inicios del frente segregacionista de Mas con la Esquerra el actual lendakari vio motivos para no pasar de ser un observador a distancia, a estas alturas también los tiene para no reproducir esa aventura y correr la misma suerte que su homólogo mediterráneo, que de los 62 parlamentarios en 2010 pasó a 50 en 2012 y a 30 en el 27-S con la voladura previa de Convergencia i Unió.
Todo esto no quiere decir que el PNV haya renunciado para siempre a echarse al monte. Simplemente, «ahora no toca». Lo que toca es recoger los frutos de esa pragmática y moderada estrategia que no sólo le ha permitido recuperarse de las bajas, las deserciones y los quebrantos que le generó la última batalla de la era Arzalluz, sino salir más airoso que el PP y el PSE-EE del tsunami Bildu cuando era en principio el partido al que más podría haber afectado aquella legalización y el regreso a las urnas de la izquierda abertzale en pleno. La moderación le ha ido bien. No le podía salir más rentable, pero sabe que su situación es frágil y que no tiene el País Vasco tan bien atado como creía. Lo que toca ahora, en fin, es consolidar el régimen discretamente, neutralizar la fuerza competidora de EH Bildu y «hacer país».
Otro factor que –creo– ha contribuido a la contención peneuvista es el hecho de que el País Vasco, a diferencia y en clamoroso contraste con Cataluña, es hoy receptor neto de fondos estatales gracias a un Concierto Económico que subyace bajo el serial secesionista catalán como una referencia subliminal de solución posible o de comparativo agravio. Por homólogas que sean sus ideologías, el PNV no se habría sentido cómodo en un debate como el abierto por Mas, que en el fondo cuestiona la institución del Cupo por el mero hecho de que carecen de ella los catalanes y de que se presenta para estos como una meta codiciable cuando no inalcanzable. Pienso que Urkullu en ese contexto se habría sentido como el único colegial de la clase con bocadillo para el recreo.
Y a todas esas razones pueden sumarse dos más: por un lado, el miedo del PNV a que un desafío a la catalana sea paralelo en su tierra a un destape de los casos de corrupción y a un cerco judicial como el que se cierne sobre Pujol o sobre Mas; por otro lado, la oportunidad que el 20-D puede ofrecerle de volver a su rentable vocación de partido bisagra en el guiñol nacional ante un PP que gane las generales precariamente. Sería triste y tedioso, pero no descartable, que, por miedo a una sana rivalidad democrática con Ciudadanos, el PP volviera a meterse en la vieja boca de lobo del nacionalismo vasco y le restituyera la influencia de la que nos creíamos librados.
¿Por qué el PNV no ha seguido a su par catalán? La verdad es que las razones sobran. Lo difícil es hallar una para haberlo seguido. Pero que no lo haya hecho hoy no quiere decir que no lo hará mañana. Los nacionalistas son los únicos especímenes de la fauna política que aprenden de la experiencia. Por cegado que esté, Mas ha aprendido la lección que le brindó Ibarretxe y no ha llevado su «plan» a las Cortes para exponerlo a un similar mazazo. Este hecho debería darnos que pensar. Ideó una estrategia distinta: primero el 9-N y luego el 27-S, que fue un fraude de ley porque fue planteado contra la Ley, aunque no lo penalicen nuestras leyes.
Y, del mismo modo que el nacionalismo catalán aprendió de los errores del vasco para no caer en ellos, el vasco hoy está tomando nota en su laboratorio de la respuesta que da el Estado al reto del nacionalismo catalán, mientras Urkullu hace el papel de aldeano educado. Si a Mas y a los suyos les sale gratis esta gamberrada, será inevitable que el PNV se lance a otra intentona «cuando toque» y quizá ya no en solitario. No será difícil que resucite con inéditos bríos la Declaración «trinacional» de Barcelona ni tampoco que sus socios hagan lo que puedan para que «a la tercera vaya la vencida».
IÑAKI EZKERRA – ABC – 31/10/15