Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
No hacer nada, como recomiendan contemplativos y conformistas, es la opción menos realista
No voy a hacer una lista de predicciones para 2025, aunque es posible que acertara con alguna, sino que voy a intentar explicar por qué las predicciones fallan tan a menudo, incluso las más inteligentes. Podría argumentar si es probable que caiga Sánchez -no lo creo-, Putin o Maduro -este parece más probable-, de qué lado se decantará la lucha entre Steve Bannon y Elon Musk en el seno del trumpismo -nacionalismo woke contra tecnocracia globalizada-, si la Unión Europea se adaptará al mundo real o seguirá tejiendo la camisa de fuerza de las innumerables regulaciones, y una lista de cosas semejantes.
Naturalmente, cuantas más predicciones haces, más fácil es acertar con alguna porque, como dice el viejo principio, incluso un reloj parado da la hora correcta dos veces al día. Habrá ocasiones de equivocarse y acertar a lo largo del año, pero hoy, en este mes que suele dedicarse a predecir el año recién estrenado, déjenme darle una vuelta a la cuestión de por qué las predicciones, incluso de los predictores más competentes, están condenadas a fallar por lo menos en parte. No es cuestión de inteligencia, conocimiento e intuición, sino de los límites de nuestra capacidad de predecir, tan relacionada con la libertad. Hagamos un poco de filosofía de la buena.
Si muchos comparten una predicción y sus consecuencias, esta se hace mucho más probable o autocumpliente: por ejemplo, si decides madrugar para salir pronto de vacaciones y muchos piensan igual, tendrás embotellamientos de tráfico tempranos
Las razones de yerro de las personas menos informadas, inteligentes o intuitivas no tienen mucho misterio. ¿Pero por qué la fatalidad del error afecta incluso a los más competentes, inteligentes y equilibrados? Una cuestión previa: para entender este problema es necesario renunciar a la creencia en que todo lo que ocurre está planificado por alguien o es resultado de un designio secreto. Ciertamente los planes y conspiraciones existen, pero yerran por la misma lógica que las predicciones sobre asuntos humanos. Enseguida se verá por qué. Tampoco tiene misterio entender por qué nos equivocamos en estado de ofuscación o sesgo exagerado, confundiendo la probabilidad de algo con el deseo (o el temor) de que suceda.
Meter la pata no es que sea fácil, es que resulta inevitable, aunque solo sea porque no podemos dejar de prever lo que consideramos más probable ni de actuar en consecuencia. Uno de los corolarios de esta regla es que si muchos comparten una predicción y sus consecuencias, esta se hace mucho más probable o autocumpliente: por ejemplo, si decides madrugar para salir pronto de vacaciones y muchos piensan igual, tendrás embotellamientos de tráfico tempranos. Puede parecer banal, pero así funcionan también las burbujas especulativas y los pánicos bancarios que hunden la economía.
¿Pero por qué estamos condenados a equivocarnos? En primer lugar, porque debemos prever para decidir (porque tenemos libertad de elección). Después, porque el acierto presente produce su propio porcentaje de errores futuros. Supongamos que se dieran las condiciones ideales a las que aspira el racionalismo desde la más remota antigüedad: que todos tuviéramos la mejor información, que la comprendiéramos perfectamente y que estuviéramos dispuestos a obrar en consecuencia. Incluso en ese mundo infalible -huelga decir que estos requisitos no coinciden nunca- ocurrirían tres cosas:
1 – Es imposible tener a la vez toda la información sobre un caso, por simple que parezca.
2 – Es imposible entender todo el significado de la información (incompleta) que tengamos de ese caso en concreto.
3 – Es imposible prever todas las consecuencias futuras de nuestra consiguiente reacción a las predicciones (parciales) que hagamos.
Hagamos lo que hagamos, el resultado será imprevisto
Apliquemos estos tres principios al problema de cómo librarse de Sánchez antes de que acabe con nosotros. En primer lugar, hay multitud de cosas al respecto que no sabemos ni seguramente sabremos (por ejemplo, ¿qué harían todos los agentes concernidos?); en segundo lugar, algunas de las que sabemos resultan imprevisibles (por eso decimos que es un psicópata: sus motivos, medios y fines no son normales); en tercer lugar, en cuanto actuamos para echarle, él reacciona y volvemos a la casilla de salida. Calma: esto no implica que debamos soportarlo eternamente, sino que no podemos prever con exactitud cómo ni cuándo será ese día feliz (los buenos cristianos entenderán esto fácilmente). También que hacer algo siempre será mejor que no hacer nada, porque tomando la iniciativa haremos mejores predicciones del resultado, aun siendo inciertas. Y no lo he dicho, pero parece evidente: las predicciones sobre fenómenos vivos son casi siempre probabilistas y rara vez absolutas (volvemos a las tres reglas anteriores).
Las predicciones son incompletas y falibles por el tercer punto: al hacer algo para reaccionar a un fenómeno, también lo cambiamos. Por tanto, estamos obligados a recalcular y ajustar las predicciones a los cambios producto de nuestros movimientos y los de los otros: como somos jugadores y no meros observadores, cada jugada cambia las expectativas del resultado. Se parece a las carambolas de un juego de billar, pero todavía más al movimiento imprevisible de las esferas en una piscina de bolas con niños jugando dentro. Por eso es mucho más difícil hacer predicciones sobre asuntos humanos que sobre problemas mecánicos, y por eso la política es un arte y no una ciencia (por mucha verborrea que le echen los que dicen que sí lo es).
Producimos errores hasta cuando acertamos
Veamos otro caso. Ayer, el diario El Mundo publicaba una encuesta según la cual el 40% de los jóvenes españoles querían ser funcionarios. El motivo principal era lograr la estabilidad laboral y económica, y por tanto la emancipación, que parece negarles la economía privada. Ahora bien, si ese 40% tuviera éxito, frustrarían la ansiada estabilidad y certidumbre laboral, porque la economía presente no puede mantener un 40% de funcionarios más un 25% de pensionistas y, en España, un crónico 10% adicional de parados, con la producción del 25% restante (las cifras son aproximadas, claro está). Para que una pequeña parte cumpliera su sueño, la gran mayoría debería fracasar, con la frustración y pérdida de tiempo consiguiente. El corolario racionalista es que sería mucho más sensato cambiar la política y economía reales, pero esta es la predicción menos probable porque cada uno de los implicados considera sus planes privados en solitario, no como parte de un conjunto interactivo.
Conclusión: no hacer nada, como recomiendan contemplativos y conformistas, es la opción menos realista tras la de hacer algo creyendo que saldrá a la perfección. Hagamos predicciones y actuemos en consecuencia, pero sabiendo que producimos errores hasta cuando acertamos. Dicho lo cual, que tengan un año estupendo para sus buenos propósitos y sus predicciones más inteligentes.