Estefania Molina-El Confidencial
- Y aunque la política es hoy populismo y polarización, Feijóo aún no ha desembarcado, y curiosamente, la marcha de Casado, de su liderazgo errático, suena ya como la peor noticia para el gobierno de coalición
El liderazgo de Alberto Núñez Feijóo, de materializarse en Partido Popular, podría incurrir en fracaso, si asumimos a regañadientes que la política de hoy no responde a los códigos de hace 10 años, y que un líder institucional y con sentido de Estado no tiene por qué triunfar en la arena de un Congreso hipermediático con tics populistas, como el nuestro. ‘Times are changing’. Máxime ahora que el PP se aboca a una travesía del desierto en fondo y forma —ideológica y orgánica—, tras la salida del liderazgo débil que simbolizó Pablo Casado al frente de Génova 13.
Primero, porque la derecha está inmersa en un ciclo populista, como ocurrió en la izquierda hace dos años. Es decir, entre dos partidos que rivalizan por imponer su hegemonía entre los votantes, por una «expectativa de», un proyecto que ilusione, que escapa a cualquier aval de gestión. Como expliqué, Vox es ahora un potente vector del sentimiento de abandono en varios colectivos —agricultores, regiones despobladas…—. Capitaliza ya esa expectativa de cambio, a la luz de las elecciones sucesivas, pese a haber irrumpido en sus inicios como pulsión identitaria.
Ayuso, entendida como una política que sabe moverse en dos claves troncales en nuestro tiempo: el populismo y la polarización
Así pues, la «expectativa de» en el PP solo puede darse bajo un liderazgo comunicativo ágil, que conecte con la ciudadanía superando a un PP de marca muy gastada. Un liderazgo que sea capaz de disuadir al votante de irse a Vox. O en caso de los jóvenes, de considerar que dicha formación es el «futuro». Ese liderazgo, en la Comunidad de Madrid, se concretó en la figura de Isabel Díaz Ayuso. Esta, entendida como una política que sabe moverse en dos claves troncales en nuestro tiempo: el populismo y la polarización.
Así lo define Christian Salmon en su obra, ‘La Ceremonia Caníbal’, «el político es cada vez más un producto de la cultura de masas, y menos una figura de autoridad. Más algo que consumir, que como algo a lo que obedecer». De un lado, la presidenta regional es hoy lo más parecido a una líder pop. De ahí que sea capaz de llegar a votantes desafectos, no interesados en política, trascendiendo a las páginas de nacional de un diario. Por ejemplo, con el chascarrillo de «no encontrarse al novio» que la hizo conocida entre el votante medio, algo difícil hoy en día.
Muestra de ello es la manifestación a las puertas de Génova, de lo que podríamos tildar «fans» de Ayuso
Muestra de ello es la manifestación a las puertas de Génova, de lo que podríamos tildar «fans» de Ayuso. Es decir, ciudadanos que apoyan a la presidenta más como un icono, que como a una política o gestora. A saber, que a un político se le fiscaliza, y a un icono se le alaba. Y, notoriamente, el foco en la fiscalización de la presidenta fue desplazado la semana anterior, tras imponer ella el marco: la víctima de esto soy yo, y ganar en la batalla del relato a Casado.
De otro lado, está la cuestión ideológica. La oposición frontal al PSOE y UP, permitió a Ayuso reabsorber a Ciudadanos y frenar a Vox. Popularidad y polarización. La política española, caracterizada por un bibloquismo galopante, cada vez va más de gustar a tu bloque para imponerte en él. Es decir: cada vez va menos de gustar en el otro bloque, porque no te votará, ‘a priori’. De ahí que las posiciones estén enconadas, y la rivalidad sea tan profunda a izquierda y derecha, irreconciliable.
Asumidas esas dos claves, cabría preguntarse si la política hoy es tan ingrata que podría repeler a un Feijóo, lo que antiguamente se llamaba «un hombre de Estado». Político de carrera, persona con autoridad y respetabilidad, desde abajo. En definitiva, una balsa de sosiego y altura en el barro que es el Congreso. A la postre, un líder que no dejará titulares de periódicos altisonantes, ni estridencias. Es la tensión entre las lógicas institucionales, o las aguas profundas, frente a la crispada sociedad del instante.
Primero, porque Vox penetra en el electorado joven del PP, como hizo Ciudadanos. Así pues, cabe preguntarse si Feijóo será un líder atractivo para ese nicho. Personas debajo de los 45 años, que dan al PP por agotado, y cuyos usos comunicativos son distintos, más propios de la vida hipermediatizada. Basta ver hasta qué punto Vox es ya un movimiento cultural entre una parte de sus bases jóvenes, quienes tratan de emular al líder en vestimenta, en jerga política —»progre» como descalificativo, «enemigos de España» sobre el nacionalismo periférico… y demás.
En segundo lugar, está la idealización de las mayorías absolutas de en Galicia. No tiene por qué ser extrapolable a toda España, porque no es lo mismo gobernar en tu taifa de características concretas —galleguismo y ruralismo— que ser líder nacional y dar respuesta a conflictos como el catalán, entre otros. Tampoco será lo mismo abanderar el no a Vox desde el parlamento gallego, donde el partido no entró, que desde la realidad de tus en adelante barones, como el de Castilla y León, Murcia o Andalucía.
A la sazón, Feijóo ni siquiera es hoy candidato. De serlo, primero tendría que dejar la presidencia de la Xunta
Tercero, Feijóo raramente planteará su oposición como algo frontal contra la izquierda, al menos no en las formas de Ayuso o de algunos de los tumbos de Pablo Casado. Feijóo podría fácilmente renovar el Consejo General del Poder Judicial, como muestra de su lealtad institucional, y romper la política de bloques en otros pactos. De nuevo, cabe preguntarse si lo que sería una buena noticia para la política en su conjunto, la reducción de la crispación, será una buena estrategia para el PP en este ciclo populista en que estamos inmersos.
A la sazón, Feijóo ni siquiera es hoy candidato. De serlo, primero tendría que dejar la presidencia de la Xunta. Incluso, para quedarse sin escaño en el Congreso —como le ocurrió a Pedro Sánchez en 2017—, tal vez pudiendo optar a senador. Si bien, su lugar en adelante estaría en Génova 13, reconstruyendo el proyecto errante del partido. Para empezar, en su discurso y relación con Abascal. De momento, al líder gallego le conviene esperar al cierre del pacto de Mañueco con Vox para llegar sin mácula a la presidencia del PP. La mácula de haber metido a Vox en los gobiernos.
Y aunque la política es hoy populismo y polarización, Feijóo aún no ha desembarcado, y curiosamente, la marcha de Casado, de su liderazgo errático, suena ya como la peor noticia para el gobierno de coalición. Por algo será, pues la renovación podría colocar al PP ya en el camino de la Moncloa. Con un líder populista, o con un líder de Estado, el tiempo despejará la clave.