Antonio R. Naranjo-El Debate
  • No se trata de cargar contra Ayuso, sino de allanar el camino a la devaluación de España

Hay pocos políticos más sobrevalorados en España que Salvador Illa, el ministro de la pandemia que no daba voces pero tampoco acertaba ni una: es un caso curioso que la compensación a la mezcla de negligencia e ineficacia que caracterizó su gestión fuera la candidatura a presidir la Generalidad catalana. Y digno de estudio entomológico que, además, los catalanes le auparan.

Aunque nada extraña ya en un país en el que tantos hicieron del nefando Fernando Simón un personaje entrañable, con su rostro en camisetas y la candidatura a presidir no sé qué relativo a epidemias que no quiso ni supo ver pese a los incontables avisos, al menos hasta que pasara aquel 8-M recordado por el cántico «El machismo mata más que el virus».

El caso es que Illa ha mutado, o simplemente se ha quitado el disfraz, a peligroso independentista, suave en las formas y duro en el fondo, no muy distinto a Junqueras y Puigdemont, que tienen por eso la mosca detrás de la oreja: ellos han hecho presidente a Sánchez pero el botín se lo reparten él mismo y Salvador, en otro intercambio obsceno entre prebendas injustas por escaños en el Congreso en el último fortín electoral que le queda al PSOE en toda España.

Que un exministro del Gobierno de España reclame una «financiación singular» de su región; acepte avanzar en la creación de una Hacienda propia; anteponga la exigencia de extender el catalán a Europa a defender el español en Cataluña o no le haga ascos a asumir las competencias en inmigración deja claro el tipo de ministro que fue y el tipo de presidente que es: otro desleal capaz de defender en Bruselas que los alemanes auxilien a los españoles y, a la vez, exonerar a los catalanes de hacerlo con el resto de sus paisanos.

Ahora ha saltado el president independentista, votado por esa alocada élite burguesa catalana que por alguna extraña razón se siente progresista y siempre ha blanqueado al secesionismo, a cargar contra la Comunidad de Madrid, acusándola de practicar ‘dumping fiscal’. Esto es, de bajar impuestos de manera fraudulenta para, a continuación, pedirle dinero al Estado.

Lo ha dicho el susodicho con su tono habitual de ursulina, ciñéndose las gafas al entrecejo con el dedo índice, como si fuera el profesor Gómez Llorente (aquel socialista que llegó a disputarle el liderazgo a Felipe González y al perder se dedicó a la Filosofía) disertando sobre Platón en mi instituto de Alcalá de Henares y no un vulgar propagador de bulos y un peligro para la cohesión de España y la igualdad de quienes viven en ella.

No hay región más solidaria que la Comunidad de Madrid, sin cuya aportación a la caja común y al equilibrio territorial simplemente sería inviable el sostenimiento del Estado de Bienestar en los territorios más desfavorecidos. Y no la hay, además, que lo haga con buena cara, convencida de que la prosperidad es más factible si se avanza conjuntamente: Madrid invierte en sí misma al no aplicarse el axioma independentista de que lo suyo es suyo, porque sabe que el dinero está mejor en el bolsillo de los ciudadanos que en el de los políticos.

Cuanta menos pobreza haya en España, más avanzará Madrid, aunque Ayuso tenga menos cuartos proporcionalmente que Illa, Pradales o Chivite, los tres gestores de paraísos fiscales sustentados en antecedentes históricos mutados en derechos de pernada.

Que se ataque a Madrid es otra manera de atacar a España, esparciendo la idea de un centralismo insolidario que legitime un proyecto rupturista y egoísta, bajo una falsa excusa federal que en realidad esconde una deriva muy parecida a la del separatismo clásico.

Los ataques de Illa no son casuales ni aislados; forman parte de la estrategia del propio Sánchez, dispuesto siempre a blanquear la fractura de España mientras ataca, con todas las armas, a quienes mejor simbolizan su unidad constitucional. No se abomina de Madrid, pues, sino de la idea convencional de la España del 78.