Los partidos políticos han corrompido el sistema representativo hasta tal punto que bastan dos personas, poco apreciadas en las encuestas y en sus propios partidos, para convertir su dominio de las listas electorales en una votación sin fin, con los ciudadanos convertidos en cobayas hasta ver cuándo se agotan de votar a cuatro partidos y vuelven a votar a dos. Es indudable que bastaría que Rajoy ofreciera otro candidato del PP para que ese Gobierno que dice tan necesario se formara. Y bastaría que Sánchez se abstuviera y dejara gobernar un año a los 170 diputados de PP, C’s y CC, reservándose una moción de censura si fracasa, para que en octubre hubiera Gobierno y hasta el PSOE tuviera un líder de fuste. Pero la lógica interna, despótica y caudillista, de los partidos, lo hace imposible. Rajoy quiere elecciones el 18-D porque el PP ya lo ha proclamado candidato y espera mejorar algo su resultado; y Sánchez, técnicamente igual: será el candidato del PSOE, al margen del resultado, mientras no haya tiempo de buscar otro. Parodiando a Nietzsche, podríamos decir que el bipartidismo ha muerto, pero llevamos su cadáver sobre las urnas.