Antonio Casado-El Confidencial
- Los españoles ven en la figura de Felipe VI, no en la de Pedro Sánchez, el muro constitucional frente a los ataques a la soberanía nacional y la integridad territorial
En la misma Plaza Mayor de Salamanca donde hace noventa años don Miguel de Unamuno proclamó la República a las seis y cuarto de la tarde de aquel 14 de abril, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, fue recibido este viernes con abucheos, que se volvieron aplausos minutos después cuando era Felipe VI quien llegaba para presidir la Conferencia de Presidentes de las Comunidades Autónomas.
En las visitas de ambos a las zonas del territorio nacional no confiscadas por gobiernos secesionistas o frente al edificio del Congreso de los Diputados, la reseña informativa de los aplausos al Rey y los abucheos a Sánchez se ha convertido en un clásico de los telediarios. Estampa recurrente de la España real no reñida con las tendencias demoscópicas. Todo lo contrario. En los sondeos electorales la figura del presidente cotiza a la baja. En cambio, sube la de Felipe VI por efecto contrario al perseguido en los ataques a la Monarquía desde el independentismo y la parte no socialista del Gobierno.
La razón es obvia. Cuando de nuevo soplan los vientos de la ira entre las dos maneras de entender España, la gente ve en la figura de Felipe VI, no en la de Pedro Sánchez, el muro constitucional frente a los arrogantes ataques contra la integridad territorial y soberanía nacional única. En Salamanca el grito de «Viva España unida» se alternó con el de «Viva el Rey», aún en plena campaña de quienes quieren desenterrar la confrontación Monarquía-República. A pesar de los deméritos del emérito, Juan Carlos de Borbón, el debate cursa con decimales entre las preocupaciones de la ciudadanía.
En Salamanca, el grito de «Viva España unida» se alternó con el de «Viva el Rey»
Más preocupa a la gente que el presidente del Gobierno y el líder del PP mantengan miradas tan contrapuestas sobre la situación del país. Volvió a escenificarse en la cumbre autonómica (todos menos el catalán, que es especie protegida) por cuenta del reparto del maná europeo lo que ya se había escenificado el jueves en las sucesivas ruedas de prensa del triunfalista Pedro Sánchez y el catastrofista Pablo Casado. Por mucho que asumamos la instituida dinámica Gobierno-oposición, uno de los dos, quizás los dos a la vez, le están tomando el pelo a los españoles.
«Dos Españas que viven juntas y son perfectamente extrañas», escribió Ortega en 1914 sobre la España «oficial» y la «real». No es un principio de realidad el que inspira a Sánchez cuando se jacta del éxito de la coordinación Gobierno-CCAA. Mentira y gorda. O cuando se autocondecora con la «medalla de oro» a la vacunación mientras países terceros desaconsejan viajar a España por miedo al contagio. Pero tampoco es de recibo que Pablo Casado responsabilice al Gobierno de los 40.000 muertos registrados después de dar por vencido al coronavirus invitando a «salir a las terrazas» el verano pasado.
Dos comparecencias fallidas que dejan la España real a merced de un laberinto de variables condicionadas por la aberrante ubicación en bancos opuestos del que gobierna y el que puede gobernar cuando se trata de temas de Estado, como el reto secesionista, la renovación de órganos constitucionales, el trato con Marruecos o el propio reparto de los fondos europeos.
Cuestiones de interés general convertidas en enfrentamientos que envenenan la vida pública. «El PP está aislado frente a un país que avanza», dice Sánchez. «Ya vendrá el PP a poner orden», dice Casado, que mira el desorden como oportunidad y no como preocupación, así como Sánchez celebra el aislamiento del PP, cuando debería ser el primero en evitarlo.
Eso nos dejan las sucesivas ruedas de prensa de los dos primeros actores de la política nacional. Lo demás es ocultación de realidades, marketing, palabrería, pelea de gallos. Pero ni media palabra sobre la vulnerabilidad de la economía española frente a los depredadores cuando la economía internacional se estabilice, nuestra medalla de oro en paro juvenil, la debilidad parlamentaria de un Gobierno que depende de declarados enemigos del Estado, las colas del hambre o las causas de que en la calle Sánchez se lleven los abucheos y el Rey los aplausos.