- Tal vez ni él mismo lo tenga perfectamente claro, pero ha de haber algo más que la versión oficial del reparto de menas
Instalado en la empanada del arcaico sentido común, supuse que a la hora de la verdad el deber de servir a once millones largos de españoles se impondría al malestar por tener que acoger en esas regiones a 110 menores extranjeros no acompañados. Pero no. Abascal ha concluido, por ejemplo, que una vez que el PP ha aceptado que lleguen 23 menas más a la Comunidad de Valencia, su partido debe decir basta y largarse del Gobierno de coalición, que estaba trabajando satisfactoriamente para cinco millones de valencianos y que entre otras acciones acertadas iba desmontando las peligrosas obsesiones pancatalanistas de la etapa de Puig (batalla que se daba, por cierto, gracias precisamente al empuje de Vox).
¿Por qué ha roto Abascal? ¿Ha hecho bien?
Vamos primero con el punto de vista del Vox. Los simpatizantes más comprometidos con el partido aplauden con énfasis la decisión. La saludan como un ejemplo de que «Vox es un partido de principios». Además, «demuestra que es el único que no está ahí por los carguitos». Consideran también que la inmigración irregular está fuera de control –lo cual es cierto, pues el Gobierno hace el avestruz– y que los llamados ‘menas’ están creando serios problemas de delincuencia en muchas localidades («no vamos a ser cómplices de las violaciones, robos y machetazos», ha llegado a decir uno de los comunicados de Vox). Por lo tanto, era necesario dar un sonoro puñetazo sobre la mesa, incluso a riesgo de romperla. La explicación pública de Abascal es que Feijóo –«una estafa», según Vox– ha roto los acuerdos entre ambos partidos y fomenta una política de fronteras abiertas.
Pero sigamos rascando en el asunto. ¿Es completa esa versión oficial? Casualmente en la noche de la ruptura cené con un cargo local de Vox. Y ahí ya se escuchaba otra melodía. Me venía a decir que el detonante real es que el partido se sentía maltratado por el PP en los gobiernos de coalición, «ninguneado». «Los nuestros estaban hartos».
Tal vez ni el propio Abascal tenga del todo claro qué ha pesado más en la ruptura. Después de perder por goleada mi apuesta de la percebada, no estoy como para ir de gurú politológico, pero sí cabe recoger algunas de las hipótesis que circulan por ahí:
1.-Vox estaría convencido de que puede haber un adelanto de las generales, por lo que le convenía subrayar su perfil propio. Además, la irrupción de la excentricidad Alvise, que pesca sobre todo en caladeros de Vox, los dejaría como un partido más apegado al establishment que la informal plataforma Se Acabó la Fiesta, que no tiene filtro, por lo que necesitarían un golpe de efecto para hacerse notar y reafirmar su contundencia ideológica.
2.-Vox habría reparado en que la historia demuestra que en las coaliciones el pez grande siempre se come al chico. Así que mejor cortar ya, no correr ese riesgo.
3.-Vox habría comprobado que una cosa es predicar y otra dar trigo. Cuando no se ha tocado poder jamás se puede vender una grandiosa expectativa. Sin embargo, cuando hay que responder con una gestión real se puede hacer razonablemente bien, como era el caso, pero no ocurre nada tan sensacional que permita decir que las cosas han dado un impresionante giro. Mejor volver a la cómoda oposición que asumir responsabilidades con el examen de hechos y números.
4.-Puede que haya pesado el ejemplo de Francia, donde el partido de Le Pen se ha puesto en órbita sobre todo por la preocupación por la inseguridad provocada por los inmigrantes. Vox habría tomado nota y lanzado su precampaña alzaprimando ese problema, hasta el extremo de sacrificar para ello las coaliciones.
5.-La última hipótesis, y confío en que no sea cierta, es la de los que dicen que «Vox está en el cuanto peor, mejor». Sabedores de que ahora mismo tienen un techo, muy alejado todavía de la posibilidad de gobernar, necesitarían que la crisis política que sin duda sufre ya España se agudizase todavía más, que se alcanzase una situación límite, en la que Vox aglutinaría por fin todo el voto de protesta de la derecha, como ha hecho el lepenismo en Francia. Si fuese así, se estarían poniendo los intereses partidistas por encima de los de la nación, pues se aceptaría fomentar la inestabilidad a cambio de una hipotética subida en las urnas.
Imagino que la verdad estará en un cóctel de todo lo anterior, porque en la vida real las cosas siempre discurren en gama de grises. ¿Le saldrá bien la jugada a Vox? Una gran mayoría de los votantes de derechas querrían que los dos partidos colaborasen lealmente para afrontar la urgencia mayor: echar a Sánchez. Los muy comprometidos con Vox están exultantes y aplauden la jugada. Pero a los votantes más desapegados del partido de Abascal les puede suscitar dudas esta nueva modalidad de dejar tirados seis gobiernos por un berrinche (pues los menas ya llegaban cuando se firmaron los acuerdos y van a seguir llegando). Tampoco faltan votantes de derechas cristianos que creen que se está faltando al deber de caridad con esos niños y adolescentes que predica la Iglesia, pues aunque sin duda existe un problema de inseguridad, resultaría reduccionista e hiperbólico asociarlos a todos ellos a «violaciones, robos y machetazos». Por último, es indudable que este follón ha supuesto un balón de oxígeno para Sánchez, pues le sirve de cortina de humo en pleno espectáculo con su hermano y su mujer.
Anoche dormí por trabajo en un hotel. «La mitad de mi plantilla son extranjeros, sin ellos simplemente cerraría», me comentó el dueño, un hombre inteligente con muchos años de oficio. Las cosas nunca son en blanco y negro.