Ignacio Vaela-El Confidencial

Llevamos cuatro años sin un Gobierno que merezca llamarse así. Este será el tercer Parlamento fracasado. Los partidos se han convertido en la parte más pútrida del sistema

Destrato es una palabra poco usada en España, pero muy común en otros países de habla hispana. Describe los comportamientos desconsiderados o poco respetuosos hacia otros. La política española se ha convertido en un caso clamoroso de destrato institucional en todas las direcciones: de los líderes políticos a los órganos de sus partidos, del Gobierno a las demás instituciones, de algunas comunidades autónomas al Estado del que forman parte, del poder ejecutivo al legislativo y al judicial, y de casi todos a la verdad.

Desde que asumió la función de jefe del Estado, Felipe VI ha sufrido un destrato contumaz por parte de los partidos políticos. No me refiero ahora a las operaciones políticas de descrédito de la Corona y de su titular promovidas con el palmario propósito de barrenar uno de los pilares de la Constitución, sino al inicuo desprecio de su papel en los procesos de investidura.

Este Rey inicia hoy su sexta ronda de consultas con los jefes de los partidos para designar un candidato a la presidencia del Gobierno. Seis rondas en poco más de tres años. En la primera, Mariano Rajoy lo dejó colgado de la brocha provocando una obstrucción constitucional grave. Rajoy ni siquiera se molestó en avisar previamente al Rey de sus intenciones; el jefe del Estado se enteró del renuncio casi a la vez que el resto del país.

En la segunda, se designó a Pedro Sánchez únicamente para desatascar la situación. Esa fue la primera vez que el Congreso rechazó al candidato del Rey, después vendrían varias más. La previsible derrota de Sánchez condujo al recurso extraordinario de unas elecciones convocadas directamente por el jefe del Estado en pleno vacío de poder.

Se repitieron las elecciones, tercera ronda de consultas. Esa vez, Rajoy sí aceptó presentarse, pero el Parlamento repudió de nuevo al candidato del Rey. Fue cuando Sánchez, con su cerril ‘noesnoísmo’, estuvo a punto de provocar las terceras elecciones —y, de paso, destruir su partido—. La cuarta ronda se hizo cuando el PSOE, casi en el último día del plazo, se deshizo (provisionalmente) del cepo sanchista y decidió abstenerse para evitar que lo destrozaran en las urnas.

Aquella fue, hasta el momento, la única ocasión en que un candidato de este Rey ha pasado una investidura. Pero lo hizo en condiciones tan precarias que la misma Cámara que lo eligió lo derribó cuando no habían pasado ni dos años. Ya entonces, el jefe del Estado mostró discretamente a los partidos su malestar por su negligencia irresponsable y su afición al bloqueo. Visto lo visto, es obvio que no le hicieron ni caso.

Las elecciones de 2019 se celebraron el 28 de abril y la quinta ronda de consultas de Felipe VI, 40 días después. ¿Por qué tanto tiempo si estaba claro que el candidato volvería a ser Sánchez? Porque la lógica del sistema es que los partidos utilicen ese periodo para negociar las mayorías de gobierno, de tal forma que lleguen a la consulta con los deberes hechos.

Sánchez decidió no mover un dedo hasta que le entregaran el dorsal de candidato oficial. Lo que delata una concepción profundamente desleal del proceso constitucional, porque obliga una y otra vez al jefe del Estado a proponer candidatos inciertos sin garantía de elección. Lo sano es que las negociaciones se realicen antes de las consultas con el Rey, no a partir de ellas.

Tras la segunda derrota de Sánchez en una investidura (tercer rechazo del Parlamento al nombre propuesto por el Rey), advertencia del jefe del Estado: esperaría al último momento para una nueva ronda de consultas, confiando en que, esta vez, los partidos cumplan con su deber y en ese tiempo resuelvan el problema. Vana esperanza. Lo que han hecho los partidos con los dos meses del plazo que marca la Constitución es entrenar para las nuevas elecciones, intercambiar vetos y amenazas, intoxicar a la opinión pública sobre sus intenciones y las de los demás y convertir el verano en un vertedero de basura política. Todo, menos negociar seriamente para sacar el país del atasco.

Así pues, cuando hoy y mañana el Rey pregunte a los dirigentes partidarios en qué han empleado el tiempo desde la consulta anterior, la única respuesta sincera será: Majestad, en nada de provecho (para España, se entiende). Estamos como estábamos, varados en un pantano de sectarismo, impericia y mezquindad.

Llevamos cuatro años sin un Gobierno que merezca llamarse así. Los partidos políticos se han convertido en la parte más pútrida del sistema

Sánchez debería explicarle por qué ha saboteado todas las vías de negociación posibles (que eran varias y en direcciones distintas), en su empeño de que los demás partidos cedan al chantaje de entregarle el poder en solitario cuando solo dispone de una raquítica minoría de un tercio del Congreso. Los líderes de la derecha, por qué se han desentendido de todo, deseando secretamente un acuerdo Frankenstein para machacar a Sánchez o machacar a Sánchez por la falta de acuerdo. Iglesias, qué clase de soberbia irracional lo llevó a despreciar el mismo Gobierno de coalición por el que ahora suplica. ERC y Bildu no aparecerán, lo que casi se agradece; y el mandado que envíe Puigdemont se limitará a repetir la tontuna de “lo volveremos a hacer”.

Siendo todo detestable, lo más bufo de estas vísperas es la insinuación de Iglesias de que el Rey le haga el trabajo que él no supo hacer. Habría que escuchar los alaridos de Podemos contra la monarquía corrupta si, a demanda de parte, el jefe del Estado se dedicara a presionar a Casado y Rivera para que faciliten la investidura de Sánchez, o a este para que cambie de ‘socio preferente’ y active las mayorías absolutas de que dispone con Ciudadanos o con el PP.

Llevamos cuatro años sin un Gobierno que merezca llamarse así. Este será el tercer Parlamento fracasado. Los partidos políticos se han convertido en la parte más pútrida y corrosiva del sistema. Generan el bloqueo y esperan las segundas elecciones para, desde la misma noche del 10 de noviembre, comenzar a especular con las terceras. Por eso hace tiempo que la defensa de la salud de la democracia constitucional descansa sobre los hombros del jefe del Estado y del poder judicial; y por eso las fuerzas destituyentes han hecho de ambos su diana principal.

Los dirigentes políticos españoles han resuelto la confrontación global entre populismo y democracia representativa con la sencilla fórmula de hacerse todos populistas. Si nos condenan a repetir las elecciones, les recuerdo que el voto en blanco es un voto válido.