Un inmigrante que desconozca todo del país de acogida, de sus costumbres y cultura, parece ser una pizarra en blanco más explotable que los hispanoamericanos, muy bien informados y formados
Para entender la gira africana de Pedro Sánchez iniciada en Mauritania, mientras la oposición recoge perezosamente la tumbona de la playa o cierra su ejemplar del Guerrero del Antifaz, debemos partir de uno de los mayores fracasos sociales del sistema de la Transición: España importa inmigrantes poco cualificados para mano de obra barata, y exporta jóvenes emigrantes de alto nivel profesional, en especial ingenieros y sanitarios formados aquí a un alto costo. Seguramente es el peor negocio de la historia desde que Grecia exportara artistas y filósofos a cambio de legiones y recaudadores romanos.
Sin misericordia para los autónomos
La razón de fondo de tan pésimo intercambio es conocida: tenemos un modelo económico poco competitivo e innovador, más basado en salarios bajos y precariedad laboral que en aumentar el valor añadido de la producción, con un porcentaje insólito de pymes para una economía desarrollada y con pocas grandes empresas de escala internacional. Una especie de paisaje empresarial de minifundios sin futuro con unos pocos y prepotentes megaterratenientes.
El resumen gráfico de este sistema lo dan unos cuantos datos: España, campeona de paro de la OCDE; alto desempleo juvenil y sobrecualificación laboral (graduados universitarios trabajando de administrativos o empleados públicos); empleo precario con bajos salarios y vivienda inaccesible, causa de la retardada edad de emancipación de los jóvenes (y de rebote, bajísima natalidad); jubilados con mayores ingresos medios que los empleados que pagan las pensiones; malestar y merma de los autónomos, ordeñados sin misericordia para financiar este sistema que califiqué de “capitalismo de amiguetes” (citen, o será plagio), nuestra modalidad degenerada de economía de mercado (la explicación, aquí).
Pues bien, en su viaje a Mauritania, seguido de la visita a Gambia y Senegal (todos países emisores de los miles de inmigrantes sin papeles que invaden Canarias), Pedro Sánchez ha ofrecido al gobierno de aquel país regularizar a 250.000 inmigrantes (el 5% de la población mauritana) en un sistema denominado, con típico y pedante oscurantismo, de migración circular, que no es otra cosa que empleo temporal de ida y vuelta (ese que ningún emigrante de la pobreza quiere).
Para lo que sí parecen imprescindibles es para mantener este lamentable sistema económico y laboral, fuente del voto socialista y del que, por tanto, depende el poder del propio Sánchez
La justificación oficial es que España necesita centenares de miles de inmigrantes para cubrir la demanda de mano de obra barata que los parados españoles no pueden o quieren cubrir. Si bien es incierto que mauritanos y africanos en general vengan a quitar puestos de trabajo a los españoles, pues ningún español compite por recoger cosechas en Huelva, Almería y Murcia, o para cuidar ancianos dependientes por cuatro perras, también es falso que sean imprescindibles para el desarrollo económico. Para lo que sí parecen imprescindibles es para mantener este lamentable sistema económico y laboral, fuente del voto socialista y del que, por tanto, depende el poder del propio Sánchez y su rapaz famiglia política y carnal. A tal fin, Mauritania y sus vecinos ofrecen ciertas ventajas.
Mauritania surgió de la arbitraria división del vasto imperio africano de Francia (que acaba de ser expulsada del Sahel, mostrando la parálisis e impotencia de la república gala… y de Europa). Como otros países saharianos, viene de una sociedad musulmana de castas, con herederos de los clanes árabes conquistadores en la cúspide y esclavos negros en la base. El país se rige por leyes islámicas que discriminan a las mujeres, criminalizan la homosexualidad y, en la práctica, mantienen la esclavitud de facto: observadores independientes estiman que en torno al 20% de la población mauritana padecería en la práctica situaciones de semiesclavitud.
Inmigración musulmana en masa
En definitiva, la islámica, sahariana y cuasi feudal Mauritania, un Estado débil de escasa población a pesar del boom demográfico moderno, es casi lo más ajeno a las reglas y hábitos sociales y culturales españoles y europeos que se pueda encontrar. Y esto es trascendental, pese a la negativa tecnocrática y seudoprogresista a reconocerlo, hasta que las tensiones y desastres sociales de Francia, Reino Unido y Suecia han obligado a admitir que la inmigración musulmana en masa (pues no es igual con la africana subsahariana, asiática e hispanoamericana) es ese tremendo elefante metido en la habitación del que no se quiere hablar.
Es imposible instalar en un país dado a millones de inmigrantes de cultura muy diferente, y esperar que no formen espontáneamente guetos y círculos cerrados, creyendo que se adaptarán milagrosamente a los valores y hábitos extraños y que se convertirán fácilmente en nuevos suecos, alemanes, franceses o británicos ejemplares (o españoles).
El racismo simétrico seudoprogresista
Esperar que ocurra porque sí algo tan improbable revela un racismo simétrico al xenófobo, un supremacismo cultural confiado en que nuestro modelo es tan superior que el inmigrante, y el musulmán medio considera que sus leyes y cultura son superiores, se integrará con solo un poco de tutela del Estado de bienestar y escuela obligatoria. Francia no lo ha logrado en tres generaciones, pero ya es sabido que el relato biempensante mata al dato discrepante. Pero dejemos este interesante problema para otro día.
Para los intereses de Sánchez y sus cómplices, la dificultad objetiva de los inmigrantes de Mauritania y Sahel para integrarse en una sociedad tan radicalmente diferente a la suya parece una ventaja, porque los hace más dependientes de la tutela gubernamental. Parece mano de obra barata y poco exigente, sumisa por necesidad. Más aún si se les amenaza con la deportación de no obedecer y colaborar, como Sánchez ha dicho, con el psicopatológico cinismo habitual, copiando velozmente (estaba cantado) el discurso anti inmigración ilegal y barata del premier canadiense Justin Trudeau, hasta ayer entusiasta multiculturalista (esa teoría social nació en Canadá con el profesor Will Kymlicka).
No sería sorprendente que la inspiradora estrategia catalana de selección de inmigrantes lo menos hispanos posibles haya surgido en las charlas de Illa a Sánchez en Lanzarote
Jordi Pujol hizo exactamente eso para importar inmigrantes magrebíes en vez de hispanos españolistas, protegiendo el corrupto monopolio político y económico del poder nacionalista catalán. No sería sorprendente que la inspiradora estrategia catalana de selección de inmigrantes lo menos hispanos posibles haya surgido en las charlas de Illa a Sánchez en Lanzarote para “mejorar España”. Pues un inmigrante que desconozca todo del país de acogida, de sus costumbres y cultura, parece ser una pizarra en blanco más explotable que los hispanoamericanos, muy bien informados y formados y que, precisamente, huyen de los demenciales secuaces de Sánchez en sus saqueados países natales. Por eso la arenosa Mauritania y sus vecinos parecen el vivero laboral ideal. Aparte del juego que dan a los oscuros negocios africanos y cátedras ful de esta famiglia, otra sinergia interesante.