José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Rajoy se ha ido subrepticiamente dejando tras de sí una guerra civil en el partido y sus siglas quizás lesionadas de manera irremediable
Faltan todas las claves necesarias para explicar cabalmente la sucesión de hechos que se produjeron entre la presentación en el registro del Congreso de la moción de censura el 25 de mayo y la toma de posesión del gobierno de Sánchez el pasado jueves en la Zarzuela. Pero una de ellas, sin duda la clave más decisiva, consiste en saber por qué no dimitió Mariano Rajoy la tarde-noche del 1 de junio, después de que el PNV le comunicase que respaldaría la iniciativa censora del PSOE.
De haberlo hecho –como le pidió explícitamente el propio Pedro Sánchez– la moción hubiese decaído, Rajoy hubiera pasado a presidente en funciones (como Suárez en enero y febrero de 1981), el PP se hubiese mantenido en el poder, el Rey hubiese iniciado una ronda de consultas para proponer a un candidato/a en una nueva investidura y, en ese contexto, los populares habrían podido –quizás, no es seguro– rehabilitar la mayoría parlamentaria que aprobó en la Cámara baja los Presupuestos Generales del Estado la semana anterior.
Habría que acreditar si los nacionalistas vascos hubieran aceptado una renuncia de Rajoy a cambio de investir a un candidato popular
La respuesta oficial y oficiosa del PP a esta cuestión es tan simple como frágil: “No hubiese servido para nada”. ¿Seguro? En absoluto. Antes de dar por buena semejante explicación habría que acreditar si los nacionalistas vascos hubieran aceptado (¿apuntaron esa posibilidad?) una renuncia de Rajoy a cambio de investir a un candidato popular y si por la misma labor hubiese estado Ciudadanos, esto último algo más que probable. Habría que saber, igualmente, si Rajoy y los dirigentes del PP dieron la batalla de la supervivencia aunque tuvieran que sacrificar al presidente, un trofeo que tanto adversarios como posibles compañeros de viaje consideraban inevitable tras la sentencia de la Audiencia Nacional sobre la primera época del caso Gürtel.
Según informaciones, que los reunidos en el restaurante Arahy se guardaran de desmentir, el encastillamiento de Rajoy, jaleado por algunos y asumido resignadamente por otros, se produjo durante la primera parte de la larga y antiestética sobremesa, mientras en el Congreso seguía el debate de la moción de censura. En un determinado momento posterior al ágape, Rajoy envió a María Dolores de Cospedal al Parlamento para que comunicase a los medios que no dimitía y que, por lo tanto, de manera muy diferente a la versión filtrada antes del pleno del Congreso, el presidente prefería irse censurado pero no dimitido. La razón seguía siendo la misma: “No hubiese servido de nada”.
Rajoy no dimitió por varios motivos. ¿Un rasgo de soberbia? El personaje, en su aparente bonhomía, la tiene arraigadísima
Rajoy no dimitió por varios motivos, siendo el primero su real gana: no estaba dispuesto a “comerse el marrón” de retirarse voluntariamente como chivo expiatorio por la corrupción en su partido. ¿Un rasgo de soberbia? El personaje, en su aparente bonhomía, la tiene arraigadísima. Subsidiariamente, el ex presidente “no veía” quien podía sucederle ya que la guerra entre la secretaria general del partido y la vicepresidenta era y es a muerte, y más allá de ambas políticas, el propio Rajoy había dejado el partido como un erial de mediocridad.
Una tercera razón remitía a la intolerancia de que Ciudadanos obtuviese réditos de su renuncia. En las prioridades del expresidente el odio a Rivera y a su partido cotizaba y cotiza muy al alza. Y en fin, una última razón (¿excusa tal vez?) de la preferencia de la censura a la dimisión residía en deslegitimar a Sánchez con dos argumentos: de una parte, que llegaba al poder por un procedimiento (la censura) que las bases populares comprarían como un latrocinio político; de otra, que los votos de los independentistas contaminaban al secretario general del PSOE porque “algo les habrá dado a cambio”.
Sin embargo, ni una nueva falsa versión sobre la ilegitimidad de la presidencia de Pedro Sánchez puede evitar que la autoestima de la militancia y de los electores del PP esté por los suelos. Rajoy se ha ido subrepticiamente dejando tras de sí una guerra civil en el partido y sus siglas quizás lesionadas de manera irremediable. Y con la amarga sensación de que la organización salió censurada del poder porque él –Mariano Rajoy Brey- no aceptó renunciar en soledad sino acompañado del encendido y fugacísimo elogio de su entorno inmediato, perdiendo al mismo tiempo el poder y la reputación.