Miquel Giméne-Vozpópuli
- Hay varias razones. Profundicemos.
Me viene a la cabeza aquella frase del gran Saza cuando, en un film, le pregunta a uno: “¿Usted es comunista porque es tonto o es tonto porque es comunista?”. Con Ada Colau se me ocurre una derivada: “¿Usted odia la Navidad porque es comunista o es comunista porque odia la Navidad?”. Y es que me llama la atención la fobia que el comunismo de cargo y moqueta siente respecto a cualquier festividad católica, llámese Navidad, Cabalgata de Reyes, Semana Santa o lo que fuere. Colau es odiadora, sin duda, de todo lo que huela a iglesia. Pertenece a una generación que babea ante el Ramadán y lo felicita, y felicita a budistas y a lo que sea con tal de no decir ni mú cuando se trata de la religión cristiana. Tampoco Colau felicita la Hanukkah, porque ella es anti Israel. De hecho, es anti religión, anti Dios, anti trascendencia, anti espiritualidad, anti fe. Su apoyo al Islam busquémoslo en la consigna de la URSS durante décadas y en su ignorancia oceánica. Anda y que iban a ponerse en tetas en una mezquita o pasear un coño enorme remedando el peregrinaje a la Meca.
Colau y sus socios sociatas ningunean estas fechas de manera tan chulesca que debería darles vergüenza. Los adornos en la fachada del consistorio barcelonés son este año parejas de todo género, incluso tríos, pero nada que indique al paseante que se celebra la Natividad de Nuestro Señor. Admitamos que las instituciones no han de hacer concesiones a ningún credo. Es mucho admitir, pero hagámoslo. ¿Eso excluye a Papá Noel, a los renos, al muérdago, a las bolitas del árbol, a un sencillo “Felices Fiestas”? ¿Tiene la menor consistencia pretender sustituir con ersatz penosos estos días con armatostes denominados “Día del Afecto” para el veinticinco o “Día de los Niños y Niñas” para el seis de enero? Esto último ya lo quiso introducir el Frente Popular con un fracaso estrepitoso. Los niños querían ver a los Magos. Normal.
No hay asociación comunistoide de solidaridad pasteurizada, liofilizada y subvención que llegue a la suela del zapato, ya no a un Rey Mago o a un paje, sino al camello que porta los regalos
No hay asociación comunistoide de solidaridad pasteurizada, liofilizada y subvención que llegue a la suela del zapato, ya no a un Rey Mago o a un paje, sino al camello que porta los regalos. Y es que las tradiciones son las que son, por más que se empeñen en pretender cambiarlas. Ellos afirman que el cristianismo proviene de la religión mitraica, que las Navidades son hijas de las saturnales romanas, que si el solsticio de invierno, que si la tierra y los campos de labranza, pero no les hagan caso. Que la historia del hombre, que es también la de la religión puesto que en todas las épocas el ser humano ha buscado el sentido de la vida que equivale al de Dios, es harto evidente. Pero no es en la erudición, la antropología o la historia comparada de las religiones donde han de buscar el odio que los podemitas profesan contra el hecho de que la mayoría de nosotros pongamos un Belén en nuestras casa y celebremos con recogimiento la llegada del Salvador. Colau odia esto porque es incapaz de ser feliz a fuer de comunista. Todo lo que sea inocencia, luminoso, puro, inmaculado, le es odioso a estas gentes que solo saben pintarrajearse los cuerpos y aullar cuando se manifiestan. Paradoja unamuniana: un niño que nace en la calle, sin medios, que persigue el rey Herodes, es para ellos un símbolo de opresión.
No nos equivoquemos. El odio es hacia la vida, hacia la capacidad de redención, hacia el sacrificio, hacia un hijo que llevará el amor por los demás y por su padre a entregar la propia existencia. Es el odio hacia la bondad que puede albergar el ser humano, a la sublime capacidad de perdonar, de arrodillarse para musitar una plegaria, de pensar más en el prójimo que en nuestros propios deseos.
Odian la Navidad porque, en definitiva, odian al Bien, con mayúsculas, e intentan reemplazar la vieja fe que caracolea, vivísima y sólida, en lareiras como la de mi admirado profesor Manolo Mandianes, en el convento de Peñaranda donde vive Tía Carmen, monja Concepcionista Franciscana, la que brilla en los ojos de una criatura que escribe una carta a tres magos de Oriente, la súplica a Jesús para que proteja a los nuestros, para que se arreglen las cosas, para sobrellevar las pérdidas irreparables. Esa fe que fluye por tantos arroyos de papel de plata en belenes hechos por manos cargadas de esperanza.
El árbol seco y estéril jamás podrá entender al que da jugosos frutos y cobija con su sombra al fatigado caminante. El árbol seco está solo. No tiene más pájaros que los cuervos para posarse en sus descarnadas ramas. Por eso, aunque sepamos cuan profundo es su odio, debemos decirle “que Dios te perdone”. Aunque el árbol no perdone a Dios. Pero a Él no le importa porque, si Dios es algo, es Amor y Perdón.