EL CONFIDENCIAL 20/04/13
ROGELIO ALONSO
Los datos biográficos que se van conociendo de los responsables del atentado de Boston confirman dinámicas también comunes en otros terroristas. A pesar de que todavía se desconoce si actuaron vinculados a alguna organización o si tuvieron algún tipo de apoyo por parte de otros radicales, lo que resulta innegable es que nos encontramos ante jóvenes fanatizados capaces de cometer un salvaje asesinato múltiple. La voluntad de asesinar complementada con la adquisición de recursos para materializar sus deseos asesinos confirma la existencia de procesos de radicalización como los que tanto preocupan a los servicios de inteligencia en democracias occidentales como la nuestra.
En un periodo de tiempo cuya duración aún desconocemos, los dos terroristas de Boston han experimentado un tránsito que les ha llevado a asumir idearios extremistas con los que han sido capaces de perpetrar y justificar una atrocidad como la que hemos presenciado. Esa evolución, que culminó con el atentado del pasado lunes, se ha acometido mediante un fuerte adoctrinamiento influenciado por diversas variables. La ruptura de los inhibidores morales que les ha permitido idear, planificar, justificar y realizar semejante transgresión, presentando ante su conciencia como necesario tan brutal crimen, se ha conseguido a través de una marcada ideologización. Probablemente el islamismo radical les ha permitido consolidar y retroalimentar una subcultura del odio con la que han reafirmado las convicciones absolutistas que se encuentran en la raíz del terrorismo. Es muy posible que la inmersión en una interpretación fundamentalista del Islam haya facilitado esa deformación del pensamiento que acompaña el sesgo egocéntrico de tantos terroristas. De esa manera habrán contemplado sus postulados como los únicos válidos, legitimando la injusta identificación de sus conciudadanos como el enemigo al que agredir salvajemente.
Mediante esos perversos mecanismos, los terroristas habrán asumido también un error de atribución, identificando a una sociedad como la estadounidense que les acogió años atrás, como culpable de la masacre de la que sólo los asesinos son responsables. No es infrecuente que individuos aparentemente integrados en sociedades democráticas y abiertas desarrollen dicotomías identitarias derivadas de dobles y, en ocasiones, conflictivas identidades. Los enfrentados sentimientos de pertenencia y reconocimiento de la identidad individual en relación con la colectividad se encuentran en el origen de estas dualidades que a su vez facilitan el caldo de cultivo para la implantación de determinados idearios fanáticos. En el caso que nos ocupa, una interpretación radical del Islam parece haber fortalecido el proceso que se conoce como “radicalización transformadora”. Así se logra reforzar “precursores de radicalización” como la percepción de alienación, la búsqueda de pertenencia y auto realización, los sentimientos de venganza, o el rechazo a los códigos políticos, sociales y culturales de una democracia como la estadounidense.
“No tengo ningún amigo americano”
Es muy posible que la inmersión en una interpretación fundamentalista del Islam haya facilitado esa deformación del pensamiento que acompaña el sesgo egocéntrico de tantos terroristasEstas dinámicas a las que induce el radicalismo pueden favorecer relaciones adversas entre los inmigrantes y las sociedades de acogida, induciendo comportamientos anti sociales o una suerte de auto segregación que se ha venido en denominar “apartismo”. Como demuestra el ejemplo de los terroristas de Boston, algunos miembros aparentemente integrados en comunidades de acogida rechazan los vínculos de unión con su entorno, sintiéndose atraídos hacia una nueva identidad colectiva como la que el Islam radical les aporta. Esta identidad se construye mediante el odio, el dogmatismo errado y la beligerancia hacia quienes les acogen, acusándoles de hacerles sentir como extraños o extranjeros. Hemos sabido que uno de los terroristas alimentó su propio victimismo lamentándose de no tener ningún amigo americano porque, según decía, no le comprendían.
Ignoramos todavía cómo se aproximaron exactamente a esa ideología que ha coadyuvado a reforzar una identidad asesina. Tampoco conocemos cómo apuntalaron esa ideología que obstaculizó su integración, pero podemos asumir que intervinieron procedimientos similares a los evidenciados en otros procesos de radicalización. Por ello quizás se vieron influenciados por líderes espirituales o ideológicos que les sirvieron de modelo. O quizás la influencia vino de organizaciones religiosas denominadas como “puertas de entrada” o “correas de transmisión” para la radicalización violenta al ofrecer entornos de socialización susceptibles de ser instrumentalizados por los radicales. Este tipo de asociaciones constituyen a menudo importantes focos de magnetismo para la captación de adeptos. Proporcionan una cultura radical atractiva para ellos y un núcleo de aprendizaje de una ideología receptiva a planteamientos violentos.Pueden aportar también una red social en la que los miembros radicalizados encuentren apoyos y recursos. En otros casos, Internet complementa o suple otros entornos de socialización como los que ofrecen determinadas asociaciones religiosas, políticas y culturales.
La ideología, en este caso el Islam radical, en otras el nacionalismo violento como el que ha inspirado y motivado a ETA, impulsa a los fanáticos a la movilización. Les permite autodefinirse con altas dosis de egocentrismo como guardianes de la ortodoxia y, por tanto, como individuos legitimados para imponer su caprichosa y autoritaria voluntad mediante la violencia. Como años atrás subrayó un destacado mando de los servicios de inteligencia británicos, la ideología es “el arma más eficaz de la que disponen los terroristas”. La maldad materializada en el asesinato de seres humanos surge de ideologías fanáticas como la que motivó a los terroristas culpables de la matanza de Boston. Mataron porque odiaron. Y odiaron porque abrazaron una ideología radical y violenta.