RUBÉN AMÓN-El Confidencial
El teatro de la Moncloa predispone el futuro de una ley que saldrá para adelante, porque los necesitan quienes los apoyan y quienes los rechazan
La una y el otro se han avenido a la cita monclovense de este miércoles para redondear la estrategia ganadora de Pedro Sánchez. Porque es el crupier y la banca. Y porque ha convertido en eslogan existencial la advertencia lapidaria que Robert de Niro proclama en el frenesí ludópata de ‘Casino’: «Hay tres formas de hacer las cosas: la correcta, la incorrecta y la mía».
Habrá Presupuestos Generales, independientemente del antagonismo explícito del PP y de la cautela especulativa de Ciudadanos. Y los habrá porque la aprobación de los Presupuestos conviene a todos. Empezando por quienes los rechazan y van a boicotearlos en el Congreso.
Lo demuestra el desencuentro de Casado y Sánchez en la Moncloa. La distancia sanitaria y las máscaras los convertían en la caricatura de un duelo entre embozados. Ambos están muy de acuerdo en estar en desacuerdo. Les beneficia el reparto de papeles y la beligerancia. Tanto Sánchez subraya la intransigencia de Casado, tanto Casado consolida su papel de líder de la oposición, más todavía cuando Abascal carece del acceso a la alfombra roja del palacio y cuando se atrinchera en un requisito imposible para el consenso con Sánchez: la ruptura con Iglesias.
Habrá Presupuestos Generales, independientemente del antagonismo explícito del PP y de la cautela especulativa de Ciudadanos
Casado puede rechazar los Presupuestos sabiendo que se van a aprobar. De hecho, la aritmética de la victoria se la garantiza a Sánchez el mismo consenso y el mismo criterio conceptual que operó en los vaivenes del estado de alarma. Tiene a su favor el apoyo del PNV —ya veremos el precio de la factura— y va a obtener con seguridad el plácet de Arrimadas.
La líder de Cs inicia las negociaciones desde una posición oficiosa de dureza, pero el consenso definitivo reviste mucho interés estratégico y patriótico. Estratégico, porque convierte a Ciudadanos en un partido determinante. Y patriótico, porque la mejor noticia de estos Presupuestos consiste en que, esta vez, los intereses particulares de Sánchez coinciden con los de la nación.
El motivo no es otro que la intervención y feliz injerencia de Bruselas. Las ayudas a la reconstrucción de la crisis sanitaria y económica se acompañan de condiciones y de reformas. Casi todas ellas colisionan con el programa de Pablo Iglesias, de tal manera que el líder de Podemos no tiene otro remedio que replegarse en su posición gregaria y lastimera.
Ni puede ni quiere romper con Sánchez. La propia debilidad de Iglesias relativiza la ferocidad con que algunos de los subcomandantes morados han renegado de Ciudadanos. Transigirá Iglesias porque su condición de banderillero menguante se añade a la debilísima interlocución entre el Gobierno y los socios separatistas de la investidura. Iglesias funciona como mediador de los orcos, como amaestrador, pero la ecuación perfecta de Pedro Sánchez —PSOE, UP, Cs, PNV— no necesita el veneno soberanista del mismo modo que los soberanistas, en periodo preelectoral, están obligados a rechazar los Presupuestos como expresión de rechazo a Madrid.
No sabemos los contenidos de la ley presupuestaria ni los matices. Sánchez los irá desglosando como las cartas del black-jack, pero el presidente del Gobierno maneja, otra vez, un escenario perfecto. Y se relame en otro pasaje memorable de la película de Scorsese: «Se trata de hacerles jugar el mayor tiempo posible. Cuanto más juegan, más pierden. Y al final, nos lo quedamos todo. Todo está pensado para que nos llevásemos su dinero. Esa es la verdad sobre Las Vegas. Somos los únicos que ganamos…».