Pedro Rodríguez-ABC

  • Es importante saber quiénes fueron los nazis y por qué tantas personas aceptaron sin rechistar la dictadura, la guerra y el genocidio

Con cada año que pasa, las conmemoraciones por la liberación soviética del campo de exterminio de Auschwitz resultan más sombrías. El 80 aniversario no es una excepción; y no precisamente porque el número de supervivientes de toda aquella barbarie se esté reduciendo a decenas en virtud del inexorable paso del tiempo. Más bien, el peligro acecha en el multiplicado empeño por olvidar las lecciones de aquel terrible lugar en el sur de Polonia, donde los nazis asesinaron a más de un millón de personas, en su mayoría judíos.

Sin ir más allá de las últimas 72 horas, el nuevo ocupante de la Casa Blanca ha planteado la limpieza étnica de Gaza y ha valorado las posibilidades urbanísticas de ese maldito solar, sin cuestionarse porqué el porcentaje de destrucción es probablemente mayor que el de Berlín en mayo de 1945. En Estados Unidos se han iniciado masivas redadas de personas deshumanizadas y señaladas como una «emergencia nacional». Y Elon Musk ha alentado a los alemanes a dejar de sentirse culpables por los crímenes de sus bisabuelos, restaurando la grandeza germana con una sobredosis de amnesia histórica.

El colmo de toda esta creciente oscuridad son los filtrados detalles del huevo de Pascua que incuba la Administración Trump para terminar con la guerra de Ucrania limitando su soberanía, forzando a los europeos a pagar un precio exorbitante y recompensando a Putin por su agresión. No es tarea fácil reconvertir una forzada rendición –o lo que es peor, un siniestro apaciguamiento como el de Múnich en 1938– en una paz negociada.

Por todas estas cuestiones, el gran historiador Richard Evans insiste en su último libro ‘Gente de Hitler’ que ahora resulta más importante y urgente que nunca saber quiénes fueron los nazis y porque tantas personas, de la calle o en puestos de responsabilidad, aceptaron sin rechistar la dictadura, la guerra y el genocidio. Y entender que todas las buenas intenciones de «nunca jamás» generadas tras la Segunda Guerra Mundial están desapareciendo a la misma velocidad que los supervivientes de Auschwitz.