Pedro J. Ramírez-El Español

Hay mentiras que hieren. Otras que matan. Pero algunas tienen la extraña virtud de desnudar a quien las pronuncia. La última de Pedro Sánchez pertenece, por su descaro, a esta familia.

El martes por la mañana negó ante su entrevistadora de cabecera haber felicitado antes a otros Nobel de la Paz. Trataba de justificar así la ominosa indiferencia con que había acogido la concesión del galardón a María Corina Machado.

Pero simple y llanamente eso era mentira.

Sánchez había felicitado desde la Moncloa al menos a los ganadores de 2018 y 2019. En concreto al ginecólogo congoleño Denis Mukgewe, a la activista Nadia Murad y al primer ministro de Etiopía Ahmed Alí. Ninguno de ellos tenía los vínculos con España de la valiente opositora venezolana.

Más allá de la soterrada connivencia de Sánchez con el usurpador Maduro para no enojar a sus socios radicales, lo que el episodio denota no es tanto desprecio hacia lo que significa María Corina como indiferencia hacia la verdad. Y por lo tanto hacia todos nosotros.

Si muchas mentiras tienen las patas cortas, esta de Sánchez carecía de recorrido alguno. Era obvio que en cuestión de minutos cualquiera comprobaría el dato y la falacia quedaría en evidencia.

Pero a Sánchez le daba igual. Hay gobernantes para quienes la mentira es un arte refinado. Para nuestro presidente parece haberse convertido en una actividad fisiológica. Miente como suda.

Sánchez ha mentido ya tantas veces sin ser castigado por ello, que ni siquiera se preocupa ya de si lo que dice es o no cierto. Él, que tanto se ceba en las «fake news» de los «seudomedios» y que cuenta con centenares de picapedreros a su servicio, parece haber prescindido de la más elemental técnica de comprobación de la certeza de sus argumentos.

Hay gobernantes para quienes la mentira es un arte refinado. Para nuestro presidente parece haberse convertido en una actividad fisiológica.

Es una señal de prepotencia con pocos precedentes. En la propia entrevista del martes negó haber escuchado nunca conversaciones ‘machistas’ a Ábalos y Koldo mientras recorrían España en el Peugeot: «En absoluto, se lo puedo garantizar».

¿Quién cerraría a estas alturas un trato con la palabra de Sánchez como «garantía»? Cualquiera diría que él ha llegado al convencimiento de que la da lo mismo que los ciudadanos con capacidad crítica le crean o no.

Tal vez porque piensa que la adhesión a unas siglas, la pertenencia a una organización, la adscripción a una ideología y, sobre todo, el miedo —o mejor aún el odio— a los adversarios son motivaciones electorales mucho más potentes que la verdad.

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Sánchez ni siquiera ha rectificado lo de los Premios Nobel. No ya por la incomodidad de tener que buscarse otra coartada —en Moncloa circulan comentarios tan negativos como injustos sobre María Corina—, sino por el desdén hacia el propio concepto de rendición de cuentas.

Si Sánchez puede gobernar sin presentar presupuestos durante tres ejercicios consecutivos —lo que implica, como ha advertido la AIREF, que nadie controle el gasto público—, también puede hacerlo sin someterse al detector de mentiras de la hemeroteca.

Es muy propio de los dirigentes endiosados cuando pierden el sentido de la realidad. Cuanto más poderosos se sienten, mayores son las ruedas de molino con las que hacen comulgar a sus súbditos.

Felipe González y Rajoy abusaron de sus mayorías absolutas para encubrir los GAL y la caja B del PP con embustes ridículos. Pero la ambición y el ego de Sánchez ni siquiera precisan del trampolín de la aritmética parlamentaria.

De ahí que para él no haya nunca mejor empleado del año que José Félix Tezanos.

Es más, casi podría decirse que a Sánchez le gustaría de mayor ser Tezanos. No sólo por el desparpajo con el que miente, sino por el sadismo con que lo hace. ¿Qué no quieres una taza? Pues lavativa y media.

Es muy propio de los dirigentes endiosados cuando pierden el sentido de la realidad. Cuanto más poderosos se sienten, mayores son las ruedas de molino con las que hacen comulgar a sus súbditos.

En privado Sánchez hace como que se burla de Tezanos —si tomara en serio sus encuestas ya habría convocado elecciones anticipadas—, pero en realidad le admira profundamente porque es el único que le gana en caradura. El único al que mentir le importa menos que a él.

Cuando se trata de servir a la causa, a Tezanos todo le resbala. Y nada como su permanencia en el cargo certifica las tragaderas de la sociedad española, empezando por las de la oposición. ¡Qué menos que abandonar cada pleno durante cinco minutos mientras este individuo siga en el cargo!

El último barómetro del CIS ha batido todos los récords de divergencia respecto al resto de los sondeos. Y de confrontación con el sentido común.

Hace falta ser muy fanático o muy sinvergüenza —tal vez sean las dos caras de una misma moneda— para atribuir a Sánchez, de la noche a la mañana, quince puntos de ventaja sobre Feijóo con el maremoto de la corrupción que le rodea.

Pero lo más notorio de todo, como en el caso de la mentira sobre la felicitación a los anteriores Nobel de la Paz, es la despreocupación con que Tezanos ha dejado patente la huella de su trampa. Porque es el propio CIS el que incluye en sus tablas de referencia un recuerdo de voto adulterado en nada menos que 22 puntos en favor del PSOE.

¿De dónde saca este hombre a los individuos que componen esa muestra supuestamente representativa de la sociedad española? Debe ser de las agrupaciones del PSOE y sus aledaños.

Sólo así se explica que el 38,6% diga que votó al PSOE, cuando en realidad sólo lo hizo el 31,6%; y que nada más que el 18,9% diga que votó al PP, cuando la verdad es que lo hizo el 33,05%.

Y a partir de ahí, ancha es Castilla. Como subraya Kiko Llaneras, Tezanos ha sobrestimado a la izquierda en 41 de 42 elecciones. Una más no cambiará su currículo.

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Haciendo las cuentas de la vieja, resultaría que al descontar ese sesgo de quince puntos de ventaja de Sánchez saldrían más o menos los siete que SocioMétrica establecía el pasado domingo en EL ESPAÑOL a favor de Feijóo.

Pero una parte de los ciudadanos, poco o nada interesada por los detalles de la política, se limita a escuchar el resultado en la televisión pública sin ninguna prevención crítica. En eso confían Tezanos y Sánchez: en la abulia y conformismo con el discurso oficial de gran parte de la audiencia.

En que a base de tanto repetirlo haya quienes vivan convencidos de que Feijóo le hace el juego a Abascal y de que juntos justifican el «genocidio» de los palestinos y las trabas al aborto que obligan a las españolas —sobre todo a las madrileñas— a volver a tener que viajar a Londres para interrumpir el embarazo.

En eso confían Tezanos y Sánchez: en la abulia y conformismo con el discurso oficial de gran parte de la audiencia.

A partir de estas premisas mendaces, es lógico que Sánchez lleve quince puntos de ventaja. Lo incomprensible es que aún no haya llegado a la mayoría absoluta. Todo se andará.

¿Por qué miente tanto y tan fácilmente el CIS? ¿Por qué miente tanto y tan cómodamente la televisión pública? ¿Por qué mienten tanto y tan despreocupadamente la ministra portavoz y gran parte de los miembros del Gobierno?

¿Por qué miente tanto y tan impunemente el presidente del Gobierno?

Una legión de asesores lleva el control de la escenografía y el guion de los debates. La mentira no es sólo un método de supervivencia. Es también una técnica de avance y ocupación.

Mejor aún: la mentira es un producto industrial metódicamente fabricado en la factoría de la Moncloa.

La mentira sirve para eludir críticas, para anestesiar a la opinión pública, para distorsionar el marco de un debate como el esviaje alteraba sin disimulo la proporción de un arco para que pudieran pasar determinados carruajes.

La mentira crea falsas víctimas e insólitos verdugos. Cuando la mentira impregna la maquinaria de la administración, infecta las estadísticas y se reproduce a través de múltiples canales amañados, el punto de saturación es tal que mentir deja de penalizar a los contumaces.

Nadie pide cuentas. La sociedad se acostumbra como a cualquier narcótico. El relato oficial aplasta los hechos.

Cuando la mentira impregna la maquinaria de la administración, infecta las estadísticas y se reproduce a través de múltiples canales amañados.

Por eso nunca sabremos si las cifras del paro, la evolución del PIB, la tasa de inflación o los datos de subida de alquileres son tan fiables como el recuento de las felicitaciones del presidente o la estimación de voto del CIS.

Por mucho aval que obtengan en altas instancias internacionales. El de Sánchez no sería el primer gobierno en haber mentido literalmente a todo el mundo.

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¿Qué futuro nos espera cuando quien conduce el timón político se enrosca tanto en la posverdad y cuando la maquinaria estatal multiplica y amplifica cada distorsión?

No es sólo la oposición política, no somos sólo los medios quienes estamos en riesgo. Es el conjunto de la ciudadanía la que corre el peligro de perder el propio sustrato democrático en el que hoy se asienta la convivencia.

En el mundo desarrollado del siglo XXI ninguna democracia sucumbirá por un fulminante golpe de Estado. Pero cuidado con la extinción paulatina de la confianza de los ciudadanos en las instituciones.

Nada ocurrirá de un día a otro. Simplemente llegará un momento en que la realidad pierda toda relación con los valores constitucionales.

Cuando la palabra del jefe del poder ejecutivo ya no significa nada y todo un expansivo aparato político amplifica sus falacias sin el menor rubor, sin el menor contrapeso, sin el menor atisbo de autocrítica, la mentira se convierte en un arma cargada de futuro.

De un futuro incierto, oscuro, trufado de sucias amenazas, dolorosas mutilaciones y cobardes renuncias.

Nada ocurrirá de un día a otro. Simplemente llegará un momento en que la realidad pierda toda relación con los valores constitucionales.

Por algo insisto en que las próximas elecciones generales, sea cual sea su fecha, serán las más importantes de este medio siglo de democracia.

Si la actual situación en la que miente quien manda y manda quien miente se alarga y cronifica, el espíritu de la transición quedará dilapidado y a las nuevas generaciones les esperará un futuro más parecido al pasado que al presente.

Será un nuevo mundo feliz en el que las chistorras volverán a ser solo chistorras y las lechugas, nada más que lechugas. «Se lo puedo garantizar».