Rubén Amón-El Confidencial
El regreso triunfal de Bruselas y el cinismo ideológico permiten a Sánchez un estado de gracia que se beneficia de la caída de Iglesias y del desconcierto de la oposición
Tiene razón el economista José Ramón Iturriaga cuando sostiene que la principal cualidad evolutiva de Sánchez consiste en la ausencia de ideología. Tanto puede suscribir los dogmas más ortodoxos de Podemos como es capaz de adherirse a la política “conservadora” de Merkel, cuya mediación en la cumbre histórica de Bruselas ha proporcionado a España un tesoro de 140.000 millones de euros. Corresponde a Sánchez administrarlo con sensatez y prudencia. Porque no refleja un cheque en blanco. Y porque la ejecución del dinero requiere el escrutinio comunitario, aunque el botín representa una victoria mayúscula del líder ¿socialista? y le garantiza tres años de fertilidad al frente de la recuperación económica.
El volantazo ideológico que implica la operación de rescate bruselense sorprende a Iglesias en estado de inanición política y desconcierta la estrategia de la oposición: difícilmente Casado puede oponerse a las reformas que reclama la UE cuando está de acuerdo con ellas y cuando su aplicación supone, además, una enmienda al programa original de la coalición en el poder. Quiere decirse que Sánchez ha vuelto a transformarse. Y que el proceso de evolución darwinista tanto describe su reputación de superviviente como le conviene a la sociedad española, precisamente porque las exigencias de Bruselas moderan y hasta neutralizan el dogmatismo y asistencialismo que inauguraron la legislatura de la crispación.
Sánchez ha traído en las alforjas 140.000 millones. Parece el niño de San Ildefonso. Y es perfectamente consciente de que las reformas de emergencia en materia de funcionariado y pensiones -por ejemplo- únicamente puede emprenderlas la izquierda. No por una cualificación natural, sino porque la calle se ha demostrado mucho más tolerante y comprensiva con las iniciativas traumáticas que pueda llevar a término la progresía.
Semejante estado de indulgencia ha quedado claro durante la pandemia. Ni siquiera las caceroladas han molestado al Gobierno. Han sido degradadas a la categoría de una excentricidad de cayetanos y genovevas. La gestión del coronavirus puede definirse como desastrosa, pero el estado de amnesia y de mansedumbre colectivos -y el shock- se añaden a la condescendencia con que la opinión pública y las terminales mediáticas han reaccionado a la negligencia del PSOE y Unidas Podemos. No ha habido movilizaciones…
Sánchez es un oportunista, astuto, depredador, hasta el extremo de que la contrarreforma laboral se ha dejado morir
Ni las habrá cuando Sánchez comience a proponer y definir las condiciones del dineral. Un buen ejemplo es el anuncio entusiasta de la digitalización de la Administración. El prestigio tecnológico disimula la corpulencia y la agresividad del mensaje que Sánchez trasladaba el pasado jueves. Digitalizar la Administración no es otra cosa que reducir la plantilla de funcionarios, jubilar a los paquidermos, restringir la burocracia, pero el eufemismo y el estado de gracia sanchista transforman la (necesaria) reforma en una medida inocua y hasta generosa del Gobierno.
No podría el PP ejecutar sosegadamente las instrucciones de Bruselas si estuviera gobernando Casado. Sánchez, en cambio, dispone de una asombrosa inmunidad. Y hasta se relame de su cinismo político. Por eso abjura ahora de los costaleros soberanistas. Y por la misma razón busca el consenso de los partidos conservadores -PP, Cs, PNV-, convocados todos ellos a la aprobación de unos Presupuestos que reniegan del programa electoral y reflejan la cordura de las medidas “recomendadas” por la UE.
El único inconveniente al ejercicio de transformismo podría consistir en la contestación de Iglesias. Unidas Podemos debería abjurar de la doctrina de Merkel y reivindicar la desmesura del gasto público, el régimen estatalista, las pulsiones nacionalizadoras, pero sucede que Iglesias no tiene autoridad ni envergadura para levantar la voz. El pacto de coalición ha desfigurado al partido morado tanto como lo han hecho los resultados electorales, los episodios judiciales, la filiación iraní y la caricatura del cesarismo pablista.
Como diría Guardiola en alusión a Mourninho, Pedro Sánchez es el puto amo. Ha sobrepasado una crisis sanitaria que hubiera abatido a cualquier gobernante. Ha querido demostrar que la culpa es de Ayuso. Ha pactado con Bildu. Ha profanado la separación de poderes. Ha creado un estado de propaganda. Y ha subordinado cualquier principio ético y político a su propio instinto de supervivencia. Zapatero era un presidente activista, militante, ideologizado. Pedro Sánchez es un oportunista, un tipo astuto, un depredador, hasta el extremo de que la contrarreforma laboral, principio fundacional de la legislatura, se ha convertido en una difunta expresión de nostalgia.
La buena noticia es que los intereses de Sánchez esta vez coinciden con los de la nación. La mala noticia es que Sánchez va a consolidarse en el poder hasta 2027 o hasta 2031. No ya por sus cualidades de ilusionismo circense y taumaturgia conceptual, sino porque Pablo Casado insiste en asomarse al abismo de Vox; porque Unidas Podemos emprende el camino del hundimiento; y porque Sánchez conserva la llave de la aritmética parlamentaria gracias a sus relaciones perversas con el nacionalismo.