Editorial-El Español

La ovación que le ha tributado a Pedro Sánchez la Ejecutiva Federal reunida este lunes da cuenta del ambiente triunfalista que se ha apoderado del PSOE tras los resultados del 9-J.

Los socialistas están escenificando un nuevo 23-J: a pesar de que el PP ha ganado las elecciones, que el PSOE haya logrado mantener unos números no muy alejados de los de 2019 probaría que el desenlace del plebiscito sobre Sánchez en el que Feijóo convirtió las europeas no ha sido lo suficientemente rotundo como para desalojar al presidente.

Olvida interesadamente el PSOE que esta vez su rival le ha sacado más de cuatro puntos, aumentando notablemente la distancia que los separó el 23-J. Y que si estos resultados se extrapolasen a unas generales, a Sánchez no le alcanzaría para ser investido presidente.

Aún así, es cierto que el PSOE puede alegar que ha remontado en los sondeos que hace un mes vaticinaban una derrota mucho más contundente. Y que después de la controvertida amnistía y de toda la campaña del «fango» de la oposición, el desgaste de Sánchez ha sido a priori leve, quedando a sólo dos escaños del PP.

Pero la flaqueza de este argumentario ha quedado al descubierto en toda su plenitud después de que la dulce derrota se le haya amargado a Sánchez aceleradamente. Sólo veinticuatro horas después de las elecciones europeas se han puesto en evidencia dos problemas derivados del resultado del 9-J.

El primero es que el aparente buen resultado del PSOE se explica fundamentalmente por la absorción del electorado de Sumar. Sánchez ha salvado los muebles a costa de quemar la habitación de su socio de Gobierno. Porque si Sumar no se hubiera hundido, se habría hundido él.

Sánchez podrá vender a los suyos que se mantienen vivas las expectativas de ganarle algún día a Feijóo, cosa que no ha conseguido hacer hasta ahora. Pero no podrá soslayar que resiste únicamente a costa de esquilmar el espacio a su izquierda.

Que Yolanda Díaz haya dimitido este lunes como líder de Sumar, tratándose de una vicepresidenta de su gabinete, desestabiliza indudablemente a su Gobierno de forma directa, y a su mayoría parlamentaria indirectamente. Y abre una lucha por el poder en un movimiento percibido ya irremediablemente como fallido.

Hoy por hoy no existe ningún liderazgo fuerte que pueda sustituir a la cabeza del proyecto más personalista que ha visto la política española. El verdadero poder al acecho será en adelante Pablo Iglesias, que gracias a los dos activos que conserva (Ione Belarra en el Parlamento español e Irene Montero en el europeo) intentará una reconstrucción de su espacio político. Y cabe esperar que el planteamiento será el de un retorno a la intransigencia, después del fiasco de la dulcificación de la extrema izquierda que representó la figura de Yolanda.

Este nuevo elemento de inestabilidad, fruto de haber tensionado con fines electoralistas su flanco izquierdo, es responsabilidad inequívoca de Sánchez. Se ha escorado tanto a la izquierda que ha dejado sin espacio a Sumar.

La segunda grieta que se le ha abierto a Sánchez tras las europeas concierne a Cataluña. Que el PSOE no haya ni ganado ni empatado supone que ha perdido gran parte de su poder intimidatorio sobre Carles Puigdemont.

A Sánchez le hubiera gustado emerger de este 9-J empoderado para lanzarle un órdago al prófugo, y forzarle así a facilitar la investidura de Salvador Illa bajo la amenaza de una repetición de las elecciones generales que le permitiese dejar de depender de los votos de Junts.

Pero Sánchez ya no está en condiciones ir a un adelanto electoral, algo que, de hecho, el PSOE ha descartado este lunes. Y haber perdido esa baza fortalece a Puigdemont.

Además, ha facilitado el movimiento de ERC, que se ha unido a Junts para pactar una «mesa antirrepresiva» para el Parlament de Cataluña. Un acuerdo que, al permitir votar a los fugados Puigdemont y Lluís Puig, contraviene la resolución del Tribunal Constitucional. El independentismo vuelve a hacerse así con la Mesa del Parlament con un desafío al TC, y echa por tierra el discurso de la «reconciliación» y el fin del procés que el PSOE pretendió imponer gracias a la victoria de Illa.

La elección de Josep Rull como nuevo presidente de la Cámara está pensada para que Puigdemont se postule como el primer candidato a la investidura. Podrá así volver a España y disfrutar de una plataforma extraordinaria con vistas a una repetición electoral en Cataluña. Por eso, lo esperable es que el expresident le plantee al presidente un do ut des entre perdedores: el Gobierno de España a cambio del Govern catalán.

Pensar que con estos dos incendios, tanto en su flanco derecho como en el izquierdo, Sánchez pueda gobernar, o estabilizar el resto de la legislatura, empieza a ser una absoluta quimera. Por eso, y en términos de un examen de conjunto, el PSOE ha perdido este domingo mucho más de lo que está dispuesto a reconocer.