- La cuestión es si un gobierno sin apenas opciones de lograr consensos transversales es el adecuado para afrontar los tiempos que vienen de renuncia y austeridad
España no es una gran potencia. España es uno de esos países medianos que dependen del exterior mucho más de lo que el exterior depende de ellos, como acertadamente han apuntado en un reciente trabajo los expertos del Círculo Cívico de Opinión. No quedan apenas asuntos enmarcados en lo que conocemos como política interior que no se vean de un modo u otro afectados por lo que ocurre fuera de nuestras fronteras. Las discrepancias en política exterior han dejado de ser episódicas para convertirse en sustanciales, y si alguien mantenía alguna duda al respecto, Vladímir Putin se lo acaba de aclarar.
La pandemia, y ahora la guerra en Ucrania, han hecho aún más evidentes los efectos negativos de la globalización. El mundo está cambiando aceleradamente. Estamos a las puertas de un nuevo orden mundial, en pleno cuestionamiento del actual statu quo por parte de potencias que no comparten los valores de las viejas democracias occidentales, ante la revisión forzada del papel que ha de jugar Europa en el inmediato futuro. Se está dibujando un mundo en el que no tiene fácil cabida esa Unión Europea que no hace mucho se postulaba como “potencia blanda”; un mundo distinto al que desde Bruselas, París, Londres, Roma, Berlín o Madrid pensábamos que era nuestra obligación exportar.
Federico Rampini: ‘La desinversión de Europa en Defensa la paga hoy, y muy cara, el pueblo ucraniano’
Ucrania nos ha despertado bruscamente de la ensoñación. El 24 de febrero la Unión Europea se acostaba como “potencia blanda” y el 25 se despertaba como “superpotencia herbívora”, en afortunada expresión del analista internacional Federico Rampini. “Quizá -comentaba en el Corriere della Sera Rampini- en un mundo ideal [el modelo europeo: Estado de bienestar, cultura, ciencia…] podría tener un gran futuro; pero este es un mundo real en el que la superpotencia herbívora está rodeado de bestias carnívoras”. Rampini concluía su comentario en el diario italiano con la que quizá sea la conclusión políticamente más relevante y descorazonadora: “La desinversión de Europa en Defensa la paga hoy muy cara el pueblo ucraniano”.
En estas graves circunstancias, resulta patético el espectáculo de un gobierno párvulo que discute en la plaza pública si mandamos o no tirachinas a los soldados ucranianos. En un gobierno normal, coherente, con un acentuado sentido de la responsabilidad, y de la estética, no se consentirían estas cosas. Pero este no es un gobierno normal. Mejor dicho, este no es un gobierno. Son dos; o tres. Con concepciones contrapuestas sobre cómo afrontar la situación crítica provocada por Putin; sobre cómo tratar a Putin. Con posiciones previsiblemente antagónicas en lo que concierne a las graves decisiones que habrán de tomarse para afrontar esta brutal amplificación de la crisis.
La duda es si un gobierno enfrentado, sin apenas opciones de lograr consensos transversales, a causa de su composición y sus apoyos, es el adecuado para afrontar los tiempos que vienen; tiempos de resistencia y de austeridad; tiempos duros, de compromiso y de renuncia; tiempos carnívoros. La pregunta es si, por ejemplo, un Gobierno puede aceptar el riesgo de que una parte de sus integrantes avergüencen a todo un país boicoteando -ya han avisado- la trascendental cumbre de la OTAN que se va a celebrar en España a finales del próximo junio. En definitiva, la cuestión de fondo es si Pedro Sánchez debiera plantearse prescindir de Unidas Podemos y construir una sólida mayoría alternativa para encarar lo que se nos viene encima. Y la respuesta es bien sencilla: sí, pero no lo hará. Al menos de momento.
En UP tragaron con una reforma laboral ‘light’ y seguirán tragando porque saben que no hay vida fuera del lugar subalterno que ocupan en el Gobierno
Ya saben aquello de “mantén cerca a tus amigos pero aún más a tus enemigos”. Sánchez no quiere a Podemos en la calle. Bastante tiene con las prédicas semanales de Iglesias. Prefiere a Belarra y a Montero dentro del Palacio de Exposiciones que gritando “OTAN no, bases fuera” en la acera contraria, mientras él recibe en Madrid a los dirigentes de la Alianza. Y hará todo lo posible para retrasar el divorcio con una Yolanda Díaz que habrá que ver cómo se maneja en situaciones que van a hacer imposible la política expansiva, en materia de gasto social, sobre la que pretendía construir su proyecto político (“Evidentemente la guerra cambia el escenario económico. Tenemos que prepararnos para una inflación persistente”; Nadia Calviño). No, Sánchez, hasta que estemos en vísperas de la presidencia española de la UE, segundo semestre del 23, no tiene (o no tenía) la menor intención de señalar a Unidas Podemos la puerta de salida. Salvo que se lo pongan imposible, hipótesis hoy por hoy bastante improbable.
En Podemos tragaron con una reforma laboral muy alejada de sus exigencias y tragarán con lo que venga porque saben que apenas hay vida fuera del lugar subalterno que ocupan en el Gobierno. Engullirán carros y carretas, si hace falta aguantarán el envío de armamento pesado, y hasta la intervención de la OTAN en suelo ucraniano, en el improbable caso de que esta llegara a producirse; y aceptarán el rigor presupuestario que ya se empieza a esbozar y hasta una nueva congelación salarial de los empleados públicos. Todo eso y más, porque desde el púlpito ministerial sus protestas y sus propuestas herbívoras seguirán despertando en los medios el morboso atractivo de la rebeldía. No se irán hasta que les echen o no les quede más remedio, si es que aún les queda credibilidad para recuperar un espacio menguado por su inconsistencia. Sí, nos queda Gobierno bi o tripartito para rato.
La postdata: ‘Los hijos de Ucrania que odian a Moscú’
Aunque nació en el Kiev del imperio zarista, debemos considerar a Mijaíl Bulgákov como un escritor ruso. Sus padres eran rusos y su estancia en suelo ucraniano se debió al traslado del cabeza de familia, que era predicador. Bulgákov, considerado como el heredero natural de Gogol, falleció en Moscú a los 48 años de edad, pero dejó algunas piezas memorables que no siempre contaron con la comprensión de Stalin, que le sometió a una constante vigilancia. En “La guardia blanca”, novela publicada en 1922, hay un pasaje en el que se puede leer: “La aspiración de los hijos auténticos de la ardiente Ucrania, patria de los girasoles… que odian a Moscú, independientemente de que sea bolchevique, zarista o cualquier otra cosa”. Mientras se mantuvo en pie la URSS esta frase no aparecía en las distintas ediciones que se publicaron del libro. Solo después de la caída del muro los editores rusos de Bulgákov pudieron recuperar una afirmación que pone de manifiesto hasta qué punto Ucrania y Rusia no han sido nunca la misma cosa, como pretende Putin. La censura, hoy recuperada con ferocidad por el Kremlin, también fue en el pasado una poderosa arma de propaganda.
Una encuesta de la Fundación Iniciativas Democráticas (KIIS), realizada en 2021 en Ucrania, y citada por Política Exterior, indica que «un 59% de la muestra a nivel nacional se considera ciudadana de Ucrania, el 19% se identifica como residente de su ciudad o pueblo, y el 11% tiene sobre todo una autoidentificación regional. Un inequívoco 72% de los encuestados se declara orgulloso de ser ciudadano de Ucrania; un número que ha ido creciendo constantemente en los últimos 19 años».