Miquel Giménez-Vozpópuli
- No es por cálculo político ni siquiera por ideología. Es algo genético, porque Sánchez lleva en su ADN todo lo que suponga la anti España
Pedro Sánchez tiene más que decidido el indulto a los separatistas encarcelados por su intento de golpe de estado, y le da igual lo que diga el Supremo o San Pedro. Se cree el nuevo Largo Caballero, aquel orate que reivindicaba la revolución comunista antes que la democracia y que contribuyó como pocos en dinamitar una república burguesita, modosa y pichaflojista con los violentos de izquierdas. Si hacemos historia con las gafas puestas veremos que ese Gobierno nacido de las urnas en febrero de 1936 una de las primeras cosas que hizo fue poner en la calle a los más de quince mil presos “políticos” que estaban en las cárceles. Entre ellos, naturalmente, Companys y sus adláteres. A renglón seguido, el Gobierno frente populista reestableció la Generalidad, suspendida tras el fallido intento de golpe de estado –la cosa viene de lejos– de 1934 y el parlamento catalán reeligió a Companys. Pocos meses después, y tras más de 270 asesinatos políticos, estalló la guerra.
Sánchez, que se mira en el espejo de aquellos terribles años, va a repetir la hazaña: indultará a los del ‘procés’ porque eso es lo que hicieron sus ídolos en el pasado, porque Iceta se pasa el día comiéndole la oreja para que lo haga, porque sus socios comunistas insisten en el indulto, porque cree que pasará a la posteridad como el hombre de Estado que pacificó Cataluña, terminando de una vez y para siempre con el “problema catalán”. A Sánchez le da igual que esos indultos dejen desamparados a más de la mitad de los catalanes o que los beneficiados escupan en su mano y digan que van a volver a dar un golpe de estado a la primera oportunidad. Sánchez ya les ha dado la mitad de los fondos que han llegado desde Europa sin que los separatistas hayan movido un músculo. El dinero, las medidas de gracia, los referéndums, todo es lo mínimo que puede hacer la malvada España que tanto les oprime a base de permitirles gobernar cobrando sueldazos astronómicos.
Sánchez, ajeno a la realidad, vive en su propio mundo en el que Iceta e Illa le van a garantizar la calma de los separatas, un mundo en el que Redondo es el paradigma de la inteligencia y la Chiqui ministra un dechado de simpatía y popularidad. Sánchez no conoce ni quiere conocer nada que vaya más allá de su ombligo, así que imaginen lo lejos que les caemos los españoles de a pie que. Los de Lledoners saldrán en olor de santidad y volverán a liarla porque es lo único que conocen, el perpetuo desafío para justificarse ante sus seguidores y barnizar su ideología racista con una pátina de heroicidad romántica.
Tampoco es de extrañar. Las alianzas entre ideologías totalitarias ni son nuevas ni sorprenden a quien gusta de bucear en la historia. Sería curioso ver como en la lista de tamañas tropelías se encuentra, junto al conocido pacto Molotov-Ribbentrop, el Iceta-Aragonés, por poner un ejemplo y salvando las distancias. Lo estoy viendo: Sánchez presidiendo la firma del referéndum con una justicia debidamente desarbolada –es cuestión de tiempo– y presentándose como hombre de paz. Hay que insistir, está en su ADN a diferencia de socialistas como Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina, Redondo Terreros, Corcuera o Barrionuevo. En estos políticos estaba el deseo de incardinar a España de una vez y para siempre en Europa, en los organismos internacionales, conseguir un estado del bienestar para todos los españoles, llevar a término, en fin, un programa de Gobierno social demócrata. Con todos los defectos, errores y fracasos que quieran, pero la idea era esa.
Sánchez, no. Él quiere un Frente Popular, a Zapatero oficiando como brujo en las narco dictaduras sudamericanas y a los que pretenden romper España a su lado, juntos, como en aquellos carteles de la república en los que compartían espacio de manera incoherente las banderas de la FAI, la estelada, la republicana, la roja con la hoz y el martillo y la ikurriña. Un cóctel indigesto para cualquier demócrata del siglo XXI.
Sánchez está anclado en aquellos turbulentos años y la falsa épica de los historiadores de izquierdas. Y no tiene otra más que indultarlos. Como hicieron sus predecesores. Los resultados los conocemos todos.