Rubén Amón-El Confidencial
- El porvenir es tan oscuro que la cuestión no consiste en saber si Cs va a morir o no, sino la manera en que va a hacerlo
Ni una buena campaña ni una buena gestión han evitado la catástrofe de Ciudadanos en Andalucía. El 19-J ha remarcado con ferocidad la agonía de un partido cuya volatilidad se mide y define en un castigo desmesurado. Y no por falta de errores propios ni de escarmientos merecidos, pero impresiona, aun así, la extinción de Ciudadanos, la elocuencia de un fallo multiorgánico que remite a la provisionalidad de la nueva política: de casi todo a nada.
El porvenir es tan oscuro que la cuestión no consiste en saber si Cs va a morir o no, sino la manera en que va a hacerlo. Está adquiriendo vuelo la peor de las ‘soluciones’ posibles, o sea, integrarse en el PP, someterse a la eutanasia de Génova 13, pero más les convendría a los naranjas cambiar de liderazgo nacional, resistir en el Parlamento con su idiosincrasia liberal y reaccionar con dignidad y con valentía a las inercias de un destino inevitable. Como el general Custer en Little Bighorn. O como recomienda Batman en un pasaje esclarecedor de ‘El caballero oscuro’: «O mueres como un héroe o vives lo suficiente para verte convertido en un villano».
I.- El pecado original
Albert Rivera creó Cs y Albert Rivera también lo destruyó, sobre todo cuando pudo haber demostrado la utilidad plena de la formación naranja como remedio al populismo de Podemos y al independentismo. Ni siquiera existía Vox en términos preocupantes cuando Rivera renunció a apoyar la investidura de Sánchez en julio de 2019. Sobrevino entonces el trauma electoral de los comicios subsiguientes: de 57 diputados a 10 (noviembre de 2019). Así reaccionaron las urnas al ‘error histórico’ de Rivera.
II- El personalismo
Rivera se hizo responsable del fracaso y decidió renunciar a todos los cargos. Un gesto encomiable en términos de coherencia y de dignidad que sorprendió al partido sin haber tenido tiempo de crear una estructura y sin haber adquirido la madurez suficiente para sobreponerse al mismo personalismo con que Iglesias malogró Podemos. En ausencia de un superlíder, Ciudadanos se encomendó a la buena reputación de Arrimadas, constreñida a bregar con una herencia envenenada a la que ha reaccionado con una estrategia miedosa y resignada, más allá de haber cometido errores tan evidentes como el fiasco de la moción de censura de Murcia.
«Cuántas plañideras que hoy lloran el cadáver de Ciudadanos han formado parte de los conspiradores que lo han envenenado»
III – Los pactos unilaterales
Y no se le puede imputar a Arrimadas, es verdad, la obstinación con que Rivera gestionó el éxito de las elecciones municipales y autonómicas de 2019. Los grandes acuerdos estructurales se definieron a favor del PP. Incluido el apoyo a los gobiernos elefantiásicos de Castilla y León y de Madrid, de tal manera que la estrategia no tuvo en cuenta la promesa de la regeneración y estableció una absurda línea roja con los gobiernos socialistas. La versatilidad de Cs predisponía precisamente la lógica de los pactos en otras direcciones, la utilidad, la cualificación de bisagra.
IV – La cohabitación
Ha quedado probado con Cs y con Podemos que los gobiernos de cooperación devoran al partido más pequeño. Quedan fagocitados, amaestrados, independientemente del grado de armonía o de desencuentro con que se establezcan las relaciones. Ayuso se vengó de la deslealtad de Ignacio Aguado convocando las elecciones anticipadas, pero la fidelidad y el respeto de Juan Marín en Andalucía tampoco han impedido la debacle del 19-J. El caso intermedio sería el de Francisco Igea en Castilla y León. Un posicionamiento leal y no incondicional que Mañueco ‘agradeció’ precipitando unos comicios contraproducentes cuyo escarmiento explica que el PP dependa ahora de la ultraderecha.
V – Los traidores
La ignominia del exnaranja Fran Hervías no se limitó a cambiar de bando, sino a inaugurar una oficina de reclutamiento en Génova 13 que pretendió —y muchas veces consiguió— desnutrir a Ciudadanos con promesas, cargos y talonarios. Fue la manera con la que el ‘difunto’ García Egea pretendía desarticular al competidor liberal del centro derecha. Y no puede decirse que el proyecto de los taimados representara un éxito integral, pero la ‘fuga de cerebros’ contribuyó al transfuguismo y a la debilitación de Ciudadanos, como si fuera una nave a la deriva de la que urgía marcharse. Cuántas plañideras que hoy lloran el cadáver de Cs han formado parte de los conspiradores que lo han envenenado.
VI – El ciclo
El escarmiento de las generales de 2019 precipitó un ciclo político catastrófico, empezando por los escenarios electorales que nunca le fueron propicios a Ciudadanos ni en su periodo de plenitud: País Vasco y Galicia. La adversidad de los resultados predispuso la peor de las batallas ‘autonómicas’ posibles. Cs se desmoronaba allí donde más había justificado su razón de ser: Cataluña. El veredicto de las urnas (febrero de 2021) establecía que el ganador de los comicios anteriores cedía 30 escaños (de 36) y se resignaba a una posición irrelevante. No cabía peor antecedente para plantear las batallas de Madrid, Castilla y León y Andalucía.
VII – La volatilidad del votante
La virtud de Cs era también su límite, o sea, la provisionalidad de un votante no militante ni ‘hooligan’ de centro que relacionaba la opción política con la utilidad y con su valor instrumental. Igual que el partido no se arraigó capilarmente en los territorios, tampoco se convirtió nunca en una opción política sólida, sino más bien líquida o gaseosa.
Ciudadanos ha experimentado más que ningún otro partido la volatilidad del electorado, especialmente cuando la polarización ha venido a premiar la beligerancia de los extremos. La batalla de Rivera contra el nacionalismo representó la plenitud y la alternativa, el éxtasis del españolismo, pero el líder dimisionario no comprendió la relevancia de las circunstancias y la fragilidad del voto prestado. Andalucía es un caso inequívoco. Todos los votantes de Cs se han ido al PP. Y ha sabido atraerlos Juanma Moreno, cuya manera de acabar con Marín no ha sido el odio de Ayuso a Aguado, sino el amor y el beso de Morfeo.
¿Réquiem?
La extinción de Ciudadanos es una noticia pésima para la pluralidad de la política española. No tenía sencillo Arrimadas sobreponerse a un legado envenenado, pero su gestión se ha caracterizado por la resignación y el pánico. Y por un discurso antisanchista que no siempre ha alcanzado a encubrir los problemas internos. Tiene sentido plantearse la cuestión sucesoria. No lo tiene ni diluirse en el PP ni invocar una refundación cosmética. Las siglas de Cs ya se parecen demasiado a las del CDS.