¿Por qué se han multiplicado los cuellos de botella?

Juan Ramón Rallo-El Confidencial

  • La inflación de hoy puede ser la desinflación (o deflación) de mañana… salvo que la inflación de hoy penetre en las expectativas de los agentes y termine enquistándose en la economía

La principal explicación que se nos ha proporcionado hasta la fecha sobre el estallido inflacionista que estamos experimentando muchos países en la actualidad es el surgimiento de ‘cuellos de botella’, a saber, sectores de la economía que presentan una oferta fuertemente inelástica a corto plazo y que, en consecuencia, reaccionan a su incrementada demanda mediante elevaciones de precios. Tal ha sido el caso de los semiconductores, de muchas materias primas o de los contenedores. Pero ¿por qué se ha tensionado simultáneamente la oferta de todas estas mercancías? La semana pasada, el Banco Central Europeo y el Banco de Pagos Internacionales de Basilea trataron de ofrecernos una respuesta distinta, pero complementaria, sobre este asunto. 

Primero, el Banco Central Europeo vinculó los cuellos de botella al deterioro de la capacidad productiva vivido durante la pandemia y, en especial, durante el año 2020. Si la función agregada de producción depende de la disponibilidad de factores productivos (trabajo y capital) así como de la productividad conjunta de los mismos, en 2020 asistimos en la mayoría de países a una caída de la inversión en capital y a una fuerte reducción del número de horas trabajadas que ni siquiera a estas alturas se ha recuperado plenamente. Además, parece que la productividad total de los factores también se redujo. Por consiguiente, un primer elemento que explica el surgimiento de cuellos de botella es que la capacidad productiva de muchos sectores de la economía quedó tocada durante 2020. 

En todo caso, si los análisis del BCE y del BIS son correctos, los cuellos de botella podrían terminar solventándose de un modo súbito 

Segundo, el Banco de Pagos Internacionales de Basilea conecta los cuellos de botella con alteraciones en la demanda agregada. Por un lado, alteraciones en la composición de la misma: después de la pandemia, hemos dejado de demandar mercancías en forma de servicios para empezar a demandar mercancías en forma de bienes (probablemente por minimizar el contacto social). Eso ha llevado a que la estructura productiva se desalinee con respecto a la demanda: no solo es que nuestra capacidad de producción se resintiera en términos agregados durante 2020, sino que dejó de ajustarse a nuestras nuevas necesidades, lo que hace necesaria una recomposición de la estructura de producción (y, como suelen enfatizar los economistas austriacos, los bienes de capital son heterogéneos y difícilmente reconvertibles, de modo que no pueden trasvasarse los recursos de, por ejemplo, la restauración a los del transporte por carretera de la noche a la mañana). 

Pero, por otro lado, el BIS también detecta un incremento del volumen total de demanda derivada de los propios cuellos de botella: si los empresarios perciben que el abastecimiento de ciertos bienes no está normalizado y regularizado, pueden incrementar su demanda precaucionaria para así disponer de mayores inventarios de esos bienes que escasean (puro incremento de la ‘convenience yield’ de esos recursos). Pero si todos los empresarios incrementan su demanda de aquellos componentes que son relativamente escasos, entonces estos se vuelven aún más escasos, agravando de ese modo el desabastecimiento en el conjunto del mercado. La reflexión del BIS es interesante, pero, a mi juicio, deja fuera otro factor que ha contribuido a cebar la demanda agregada agravando adicionalmente ese desabastecimiento: las políticas monetarias y sobre todo fiscales de estímulo.

En todo caso, si los análisis del BCE y del BIS son correctos, los cuellos de botella podrían terminar solventándose de un modo súbito. Conforme aumente lo suficiente la inversión en capital y las horas trabajadas en sectores con oferta inelástica y hacia los que ha migrado la nueva demanda pospandemia, la oferta de esos productos podría aumentar y, conforme los empresarios perciban que su suministro se normaliza, su demanda precaucionaria tendería a disminuir, liberándose los inventarios ahora retenidos y hundiendo los precios. 

La inflación de hoy puede ser la desinflación (o deflación) de mañana… salvo que la inflación de hoy penetre en las expectativas de los agentes y termine enquistándose en la economía. Cuanto más se alargue la inflación presente, mayor será la probabilidad de que se desvincule de las causas originales que la provocaron (los cuellos de botella) y que se asocie a un fenómeno exclusiva o principalmente monetario (caída de la demanda nominal de dinero). De ahí que la pasividad de gobiernos y bancos centrales en contrarrestar la inflación actual —si bien puede entenderse desde su óptica de que hay que priorizar el crecimiento— resulte cada vez menos justificable, especialmente allí donde, como EEUU, ya se han recuperado los niveles de actividad, de ingresos nominales y de gasto nominal previos a la pandemia. Están jugando con fuego.