Ese magnífico hijo de puta llamado Cioran escribió que no vale la pena suicidarse porque siempre lo hace uno demasiado tarde. Cioran es poco recomendable a las personas de alma sensible. Ya los títulos de sus obras tales como “Del inconveniente de haber nacido” o “Breviario de podredumbre” indican que no es precisamente la alegría de la huerta. Pero en esa mala leche que atesora el viejo fascista existe una palpitación directa, viva, que nos afecta a todos: la muerte.
El mundo de Cioran está poblado por seres desengañados, sin esperanzas, convertidos por la adversidad en islas áridas en medio de océanos de indiferencia y soledad. He pensado en ese autor maudit al leer que en nuestro país se suicidaron 4.097 personas el pasado 2022. Añadamos que el promedio de gente que se quita la vida ha aumentado entre los menores de veinte años. Todo esto son datos del INE, así que debemos suponer que tienen cierta base real. No es que seamos el país del mundo con mayor índice de suicidios, gracias a Dios, pero vamos incrementándolo poco a poco y ya andamos por un 2,3% más que el año pasado.
El suicida no odia la vida, odia lo malo de esta y los sinsabores que acarrea. Por eso decide acabar, porque busca es la paz, la tranquilidad
Uno se pregunta qué razones pueden llevar a un compatriota nuestro a quitarse la vida. Y ahí me he fijado en que la edad más abundante son entre los cuarenta y los cincuenta y nueve años. El perfil es el de gente sin esperanza, sin futuro, que vive con tal dolor que quiere acabar con él. Ojo, no con la vida, sino con el dolor. Ese es el meollo, entiendo, del asunto. Acabar con lo que nos destruye, que nos tiene sujetos al tormento diario de abrir los ojos y encarar un día más. El suicida no odia la vida, odia lo malo de esta y los sinsabores que acarrea. Por eso decide acabar, porque lo que busca es la paz, la tranquilidad, la no existencia para aquellos que no creen en Dios y el perdón del mismo para los creyentes, porque cometer suicidio es pecado.
Si exceptuamos el suicidio cometido en un arrebato emocional o motivado por una patología en concreto como la depresión cronificada, ponderarlo como heroico o cobarde no es relevante
Dicen quienes jamás han sopesado en su mano una automática del 7,65, una navaja de afeitar o un frasco de somníferos que suicidarse es un acto cobarde. Y que lo valiente es seguir viviendo y plantar cara a los problemas por graves y acuciantes que estos sean. No me atrevería a pontificar acerca de una postura u otra. Si exceptuamos el suicidio cometido en un arrebato emocional o motivado por una patología en concreto como la depresión cronificada, ponderarlo como heroico o cobarde no es relevante. Habrá quien no puede vivir con el peso de su vida, con el dolor, repetimos, y habrá quien pueda hacerlo aunque eso le suponga suicidarse a diario cada vez que se levanta de la cama y se mira en el espejo. La vida es ya de por si un suicidio lento: cada día vivido nos acerca más a la muerte.
Insisto en que desconozco los motivos para suicidarse pero sí sé el principal motivo para no hacerlo: el amor a los nuestros
Y llegamos al punto dramático del asunto: ¿qué decirle a quien va a tirarse por una ventana, a pegarse un tiro, a estrellar su automóvil contra una pared? ¿Qué esperanza puede dársele a ese ser humano perdido en la turbulencia de la vida, que aliento, que consuelo? Créanme que me gustaría saberlo, pero no sé si sería capaz de decir eso tan socorrido de las novelas “La vida es hermosa” porque no es verdad. La vida es lo que es, ni peor ni mejor. Yo ignoro los motivos por los cuales pueda llegar a tomar esta decisión alguien en España. Lo que sí le diría es que recapacite, porque nuestras vidas no tan solo nos pertenecen a nosotros. También son de aquellos que nos quieren, de los que nos necesitan, de los que precisan nuestro apoyo. Cuando alguien se suicida, se suicidan también su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo. Insisto en que desconozco los motivos para suicidarse pero sí sé el principal motivo para no hacerlo: el amor a los nuestros.
Que a lo mejor esto va de quererse más a uno y a los demás.