- El PP no tiene ningún programa para Europa, como si Europa no tuviese ahora mismo problemas de gravedad y como si España renunciase a decir cualquier cosa en Europa.
Supongo que la carta que he recibido en mi domicilio para pedir el voto al PP el próximo domingo y que lleva tres firmas, nada menos, la de Feijóo, la de quien encabeza la candidatura y la de quien preside la comunidad autónoma, será exactamente la misma que han recibido otros millones de españoles. Aunque con esto de la microsegmentación y las adaptaciones del PP al paisaje de cada comunidad no cabe estar del todo seguro.
La carta es un auténtico brindis al sol y un prodigio de ambigüedad porque se limita a decir unas cuantas vaguedades perfectamente inanes para quien no sea un elector dispuesto a lo que sea por ese partido. A mí me parece una falta total de respeto a la inteligencia y a los sentimientos de los posibles votantes y trataré de explicar las razones.
Parto de suponer que los partidos deben proponer políticas, pero esta carta parece inclinada a asumir que el PP hará milagros. Sin mencionar nada de lo que el PP piense que pueda hacer afirma, de manera campanuda, que «no se puede apartar la mirada de problemas como los del campo, los precios, la vivienda, la inseguridad o el paro juvenil con políticos que sólo miran para sí mismos».
Imagino que quieren sugerir que con solo que el PP fije la mirada en estos asuntos tan genéricos se producirá un vuelco total en el estado de estas cuestiones, de modo que los precios bajarán, el campo sonreirá, obtendremos las viviendas necesarias y se limpiaran las calles de toda suerte de sujetos molestos y peligrosos. La verdad es que lo ponen tan fácil que cabría sugerir que hubiesen ampliado un poco el foco hasta incluir las pensiones, la deuda pública, la buena administración y, ya puestos, lo de Ucrania y Palestina, como hacen, por cierto, los del PSOE en su misiva.
No crean que en la carta sólo hay eso, porque comienzan en tono solemne sugiriendo que están apostando «por la igualdad, las libertades y el futuro», ahí queda eso. Apuntan luego que la gran mayoría de españoles no eligió «un país en el que unos pocos se intercambian el poder y privilegios a costa de desatender y perjudicar a los demás». Una afirmación que da píe, por cierto, a un importante equívoco, puesto que no creo que estén queriendo decir que el Gobierno que tenemos no hace precisamente eso, sino que, con redacción torpe, pretenden sugerir que ellos no lo harían.
Por lo que se ve ni se les ocurre preguntarse si pudiera ocurrir que esa presunción acerca de su excelsitud podría chocar con la idea que muchos españoles pueden tener acerca de cómo funciona el PP. Un partido que nunca ha dado la sensación de enterarse de que su ya larga lejanía de las mayorías electorales podría estar relacionada con su manera de comportarse, por ejemplo, con la alegre exclusión de los liberales y los conservadores que se llevó a cabo en el Congreso de Valencia y que nadie ha tratado nunca de corregir. Cualquier empresa trataría de relacionar sus resultados con sus políticas, pero en el PP no parece existir nadie que se atreva a plantear que se necesita una reforma muy a fondo del partido para recuperar la posibilidad de obtener el respaldo de una mayoría efectiva de electores.
En el PP parece una tradición muy consolidada la de encomendar la asesoría en materia de previsiones electorales y propaganda a gente no muy despierta, a expertos, por ejemplo, que les auguran una mayoría que nunca llega o a escribanos capaces de producir una carta tan insulsa. Otro argumento que se le ha ocurrido al redactor, y que no ha desechado ninguno de los abajo firmantes, es que el voto del día 9 ha de ser la culminación de las movilizaciones hechas en las calles. No llevo una contabilidad minuciosa del caso, pero mucho me temo que lo de las calles ha ido a menos, de forma que no acabo de ver la agudeza del argumento. Al menos podían haber lanzado algún guiño a los millones que no hemos ido a ninguna de las manifas.
Todo el texto respira una autocomplacencia que es difícil de comprender. Si como me temo el PSOE les acaba rondando los talones el 9 de junio, tal vez eso pudiera servir para que algunos responsables de campañas tan desastrosas frente a un rival a quien parecen juzgar de manera tan negativa, y no sin mil razones, se fueran a su casa a descansar. Pero sospecho que el afán de servicio de la mayoría les hará persistir en su sacrificada labor pese a la ridiculez de los resultados.
«La derecha española parece conformarse con ser una derecha inexistente, un vacío de proyectos y programas»
El PP no acaba de comprender que los españoles que seguimos votándole y que podrían votarle no esperan sólo que el partido se limite a subrayar los males de la patria que seguramente sufrimos con bastante más intensidad que ellos, sino que se sirvan indicarnos qué es lo que van a hacer para tratar de remediarlos, con qué medios, de qué forma. Estamos ante unas elecciones europeas y el PP no tiene ningún programa para Europa, como si Europa no tuviese ahora mismo problemas de gravedad y como si España renunciase a decir cualquier cosa en Europa.
No estoy aludiendo a un defecto específico de esta dirección del partido, me refiero a un vicio muy de fondo que hace que el PP sea lo contrario de lo que su nombre indica: un partido nada popular, nada abierto, que no estudia nada, que no consulta a nadie, salvo, al parecer, a esos listillos cuya biografía está cuajada de grandes aciertos como los de julio pasado. La derecha española parece conformarse con ser una derecha inexistente, un vacío de proyectos y programas, una mera alianza disforme de pequeñas bandas regionales que son más nacionalistas que nadie de su propio terruño, un partido oportunista, sin alma y sin nervio. Por eso me temo que, pese a que tendrán mi voto cabreado y el de otros muchos que imagino como yo, no serán capaces de marcar distancias importantes con la banda de Pedro Sánchez.
Pablo Casado vivió persuadido de la creencia errónea de que haber llegado a ser presidente del PP le pondría en la Moncloa sin apenas pestañear. Feijóo parece estar siendo víctima del mismo hechizo visto los esfuerzos que hace por no significar nada que pueda ser interesante. Otros, me imagino, que estarán pensando en subir ellos al puesto de mando una vez que Feijóo se caiga del caballo, pero todos olvidan que el PP es ahora mismo un barco a la deriva que no tiene otro rumbo conocido que alcanzar el poder.
Llegar a la Moncloa puede interesarles mucho, pero no se ve la razón para que esa mera posibilidad entusiasme a los electores mientras en el PP no se dediquen a explicar a los españoles cómo sería nuestra patria en sus manos y trabajen para hacerlo creíble. Esto precisa mucha organización, mucha movilización y mucho debate interno y social, algo de lo que el PP parece huir como de la mismísima peste a la vista de lo que nos cuentan en la desangelada carta con la que pretende convencernos de que son la mezcla de todos los bienes y el convoy de todos los remedios.
Pese a tanta presunción sin el menor fundamento, la campaña actual, apoyada en los mismos errores de fondo que la de julio, ha conseguido que las encuestas pasen de darles una ventaja de casi 16 puntos por delante del PSOE a estar, de momento, apenas a 5. Al leer la cartita de marras he estado a punto de pensar en retirarles el voto, pero fíjense lo mal que está el panorama que ni siquiera con argumentos tan extraviados he sido capaz de pensar en otra alternativa. De todas formas, deberían pensar que sólo con los votos que, con tanta desenvoltura, consideran propios no van a tener mejor título que ser los que hacen que Sánchez parezca un triunfador.
*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es La virtud de la política (Unión Editorial).