Pedro Rodríguez-ABC
- En su precipitada e interesada búsqueda de un final a la guerra iniciada por Rusia hace tres años, Washington ha empezado por concederle todo a Moscú
Vladimir Putin lleva toreando presidentes de Estados Unidos desde los entretenidos tiempos de Bill Clinton. Durante más de veinte años, ha liderado la transformación de lo que empezó como una democracia imperfecta hasta degenerar en una autocracia casi perfecta. De puertas para fuera, sumando acólitos por todo el mundo, ha perfeccionado el arte de hacerle la cobra a Occidente. Y entre brutalidad y brutalidad ha tenido tiempo de sobra para perfeccionar una gran estrategia de resurrección del imperio ruso/soviético.
Donald Trump, por otra parte, es un intuitivo genio de la política, tal y como demostró al ganar su reelección presidencial. Lo que empezó en 2016 como un eslogan electoral Make America Great Again se ha convertido en una visión política compartida por muchos. Pero como ya dijo su primer secretario de Estado, Rex Tillerson, Trump es también «un maldito imbécil» (a fucking moron) a la hora de gobernar. Hace cinco años estaba recomendando chupitos de lejía contra el coronavirus.
En su precipitada e interesada búsqueda de un final a la guerra iniciada por Rusia hace tres años, Trump ha empezado por concederle todo a Putin: cambio de gobierno de Kiev, soberanía rusa de los territorios conquistados, cero garantías de seguridad para Ucrania, levantamiento de sanciones, y blanqueo del Kremlin en la escena internacional, desde competiciones deportivas hasta el G7. A cambio, Trump ha sido incapaz de obtener algo tan básico como un completo alto el fuego de 30 días.