- Trump disfruta de su venganza contra los que le acusaron en el pasado mientras sus detractores demuestran su incapacidad para tomar las riendas del Partido Republicano.
Estados Unidos vive en una constante premonición de su futuro. En las últimas semanas, varias voces han hablado de la posibilidad de una guerra civil. Algunas de esas voces han sido avivadas desde el epicentro de un Partido Republicano que vive su particular contienda. Una en la que Donald Trump ha jugado sus cartas con estrategia.
Los candidatos respaldados por Trump han ganado el 92% de las primarias celebradas en el país. Son 183 candidatos de Trump frente a 17 candidatos «oficialistas». De los diez congresistas que votaron a favor del juicio político a Trump, ocho no volverán a la Cámara de Representantes.
Con el fracaso por casi cuarenta puntos de la candidata Liz Cheney en el conservador Wyoming, el panorama queda, además, despejado para el expresidente.
Líder del movimiento contra el expresidente dentro del Partido Republicano, Cheney alegó que habría ganado las elecciones «si hubiera aceptado la mentira de Trump sobre las elecciones de 2020».
¿Por qué el Partido Republicano sigue en manos de Trump cuando sobre él pesa no ya una derrota electoral, sino una orden de allanamiento de su casa en Mar-a-Lago?
La frase es para analizar.
Porque el debate en el republicanismo versa hoy sobre unos comicios pasados y cuyos resultados conoce todo el mundo. Que todavía hoy se cuestione quién es el legítimo presidente de los Estados Unidos es rocambolesco.
Pero ocurre. Y obliga a preguntarse por qué el Partido Republicano sigue de manera simbólica en manos de Donald Trump cuando sobre él pesa no ya una derrota electoral, sino una orden de allanamiento de su casa en Mar-a-Lago y diversos problemas legales relacionados con sus negocios.
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¿Qué llama más la atención, un bar o un estadio de fútbol? Cuando el candidato a fiscal general de Maryland Michael Peroutka se fue hasta un restaurante italiano de Rockville para describir cómo sería un ataque extranjero a Estados Unidos, consiguió llamar la atención de una multitud a la que se llega con pequeños actos antes que con campañas multitudinarias.
¿Y qué llama la atención, en sentido negativo, para que un votante deje de apostar por ti? Que renuncies a un acto de campaña por miedo a que se consumen las amenazas de muerte recibidas. Eso es lo que decidió Liz Cheney. Y la sangría de votos estuvo servida.
La acción política surge de una combinación del entendimiento racional con las respuestas emocionales a la situación política del momento. Trump y sus colaboradores dicen las cosas como son en un contexto en el que triunfa la micropolítica. El individuo está en el centro y el líder político, para llegar al votante, se pone en su lugar, sin hablar de generalidades.
Lo decía el precursor de la teoría de las relaciones públicas, Edward Bernays: no te centres en satisfacer la demanda pública, intenta influir en la opinión del público.
Y aquí el Partido Republicano juega a distintas velocidades.
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¿Qué hace que uno abandone la tarea que le ocupa para prestar atención a la televisión? El 78% de los votantes de Trump que en 2020 apostaron por él lo hicieron por la percepción de autenticidad. A los votantes, en un sistema en que las ideologías se han diluido hasta el extremo, no les importa ya lo que se dice, sino lo que les hace sentir.
La tecnocracia no llama la atención. Las pasiones, sí.
En El discurso político. Las máscaras del poder, Patrick Charaudeau (2021) afirma que es posible que en los sistemas democráticos, pese a serlo, funcione más la opinión sobre las imágenes y sobre el afecto que sobre la razón y los valores.
«La realidad pone en entredicho que las posiciones moderadas triunfen en un mundo en que el individuo se siente abandonado a las primeras de cambio»
Teniendo en cuenta que todas las sociedades son emocionales, el cierre de la cuenta de Twitter de Donald Trump es un extra que alimenta los ánimos del populismo y que contribuye a convertirle en un mito político. Sus adversarios, al ponerle contra las cuerdas, están construyendo un «héroe de la patria».
En el siglo XVII, René Descartes analizó con recelo las sensaciones físicas y emocionales frente a los principios racionales. Pero las emociones se han adueñado de la sociedad en un contexto que invita a ello: una inflación que crece a un ritmo interanual del 8,5% y una recesión técnica tras la contracción de la economía por segundo trimestre consecutivo. El caldo de cultivo perfecto para que los acólitos de Trump pidan su vuelta. La sensación es que Joe Biden no tiene margen de maniobra.
La realidad pone en entredicho que las posiciones moderadas triunfen en un mundo en que el individuo, entendido como clase trabajadora que pide acciones concretas y que interacciona con sus líderes en las redes sociales, se siente abandonado a las primeras de cambio.
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Es la llamada «polarización afectiva», que sigue aupando a Trump como líder del Partido Republicano en un país que no se debe analizar desde una óptica europea. Aunque su carisma sea similar, no se puede comparar a Trump con casos como el de Silvio Berlusconi. Porque el ciudadano estadounidense no es el italiano.
Donald Trump disfruta de su venganza contra los que le acusaron en el pasado mientras sus detractores demuestran su incapacidad para tomar las riendas del partido. La clave estaba en sumar a la ecuación de la racionalidad el pathos. Es decir, las emociones.
Y de lo segundo andan faltos en el Partido Republicano.
*** Marta García Bruno es periodista, profesora en la facultad de Comunicación de la Universidad Francisco de Vitoria y doctoranda en Comunicación Política.