Empezó a hablar como Míriam Nogueras. Fue en Bruselas, apenas 48 horas después de recibir la bofetada en forma de ‘no’ a su ley de Amnistía. Sánchez decidió obviar que es el presidente de la cuarta democracia europea (en Bruselas también se han olvidado, lo sitúan junto a Petro y Maduro) y, con esa voz de seminarista penitente que usa cuando quiere vender alguna trola, proclamó aquello de que «los independentistas catalanes no son terroristas» que sonaba a grito de mani estrellada o, lo que es peor, a severa amenaza a los jueces. Sánchez se hizo un Nogueras sin vitriolo, pero vino a decir lo mismo. Ojo jueces del lawfare, que os estamos vigilando, sabemos dónde vivís, en qué súper compráis y cómo se llama el perrito del nene. Tomen nota, estas son las consignas: no hubo terrorismo en el procés, la lapidación de un centenar de policías, tres de ellos con secuelas dramáticas, la toma del aeropuerto, el secuestro durante días de toda una región mediante cortes en carreteras, la elaboración de explosivos… fueron apenas unas muestras inocentes del folclore típico local.
De modo que el gran narciso se travistió de Nogueras e hizo suyas el estilo y las proclamas de tan ‘incendiaria’ (es el adjetivo que más le gusta que le endosen) separatista
No es de extrañar que el jefe del Gobierno adecúe la letra de su discurso a la dama favorita de Puigdemont. Ya hace tiempo que lo hacen algunos de sus ministros, que callan como francinas cuando, en el Hemiciclo, la banda trapera de la secesión escupe sobre las togas. Consumado el ‘no’ a la amnistía, el desconcierto se apoderó de las filas socialistas. Primero les dio por alabar a los tribunales y por demonizar a los de Junts, a los que alineaban con la derechona de Vox y PP, para un ratito después, mudar radicalmente el guion y recuperar la monserga habitual del muro diabólico. Alguien en Moncloa debió pensar que, por el camino de la confrontación no lograrían el respaldo de Waterloo. Así, se procedió al drástico volantazo por boca del presidente, quizás convencido con Montaigne de que «obstinarse en la opinión es la prueba más segura de la estupidez». Nada de templar gaitas con la justicia, nada de apaciguar a los togados. A quienes hay que tranquilizar es a los siete escaños decisivos. De modo que el gran narciso se travistió de Míriam e hizo suyos el estilo y las proclamas de tan ‘incendiaria’ (es el adjetivo que más le gusta que le endosen) separatista, criada en una familia del textil de Maresme, educada en un colegio poco proclive a enseñar los Reyes Católicos, y dedicada a la política desde su vehemente adolescencia como concejal hasta su encumbramiento como dinamitera de Junts en la Carrera de San Jerónimo.
El pulso entre Sánchez y Puigdemont por ver quién cede ahora es asunto que agita las tertulias y mueve a las apuestas. Es pasatiempo estéril que apenas conduce a parte alguna, que diría Mariano. Antes de treinta días todo quedará resuelto. Mientras tanto, será Galicia y no Cataluña quien atraiga la atención del respetable. Por lo demás, no deja de resultar totalmente absurdo una discusión en la que no cabe más que una salida, esto es, el acuerdo entre las partes y aquí paz y después, republiqueta. «¿Por qué voy a pactar contigo, perro?», se preguntan ambos, como Héctor a Aquiles. Pues sencillamente, por dos cosas muy claras en esta desmadejada discordia. Ni Puigdemont va a ir a la cárcel ni Sánchez va a desalojar la Moncloa. Lo saben, están en ello, harán lo que sea para lograrlo. ¿A qué discutir, para qué nos vamos a pelear?
El caso es que el nuevo texto legal abrazará a toda esta piara como una madre protectora y lo que ocurra luego con los recursos, contrarrecursos, cautelares y demás excipientes tribunalicios será otro cantar
De modo que abandonen los sortilegios y las cábalas por un asunto está más que aclarado. La fórmula es lo de menos. Una transaccional apañadita (venga Bolaños, haga usted otra jeringonça) en la que ambas partes cedan una miqueta y p’alante. Se escuchan, claro, las voces de que, «lo que pide Junts no cuela ni el Constitucional de Pumpido ni en el Tejue de Europa». Ya se verá en qué para todo esto pero, de momento, hay una certeza. Sánchez ha dicho que «todos los independentistas catalanes van a ser amnistiados porque no son terroristas». ¿O era al revés? Todos los terroristas serán amnistiados porque son independentistas. Es igual, el caso es que el nuevo texto legal cobijará a toda esta piara supremacista como una madre protectora y lo que ocurra luego con los recursos, contrarrecursos, cautelares y demás excipientes tribunalicios será otro cantar. Largo y extenuante.
Sánchez y Puigdemont se necesitan. Al menos en estos trámites de ahora, tan turbios y ofuscado. El Gobierno le prometió al forajido que acataría el chantaje y que le evitaría una visita al trullo. A cambio, el malvado ya le dio la investidura y quizás los Presupuestos, asunto éste que, en contra de los ridículos aspavientos que brujulean por los medios, apenas inquieta al gran caudillo del progreso.
Travestido de la Juana de Arco de la espardeña y el virolai, asimilado su discurso escasamente respetuoso con los encargados de administrar Justicia, erigido en sumo hacedor de códigos y leyes, se ha saltado cuatro casillas en el tablero de ‘la convivencia y el reencuentro’ y enfila alegremente la recta final hacia la solución del presente desaguisado, esto es, ‘el reconocimiento de la realidad nacional catalana’, como proclama Zapatero, ese carril ideológico por el que circula ya la España plurinacional y amorfa. Por el camino, Sánchez perderá en Galicia, en el País Vasco, en las europeas, pero seguirá desafiante amarrado a su colchón. Las batallas de una en una y siempre que se vayan a ganar. Lincoln.