Estefanía Molina-El Confidencial
- La pandemia ha puesto de relieve una lucha de arquetipos que Ayuso y Díaz simbolizan a la perfección. El del individuo, sin injerencia del Estado, el primero. El del Estado, el segundo
Yolanda Díaz empezó a desplegar, con la visita al papa Francisco en el Vaticano, uno de los pilares que encarnarán su proyecto político en adelante. Esto es, que la izquierda colonice los referentes e instituciones que otrora se habían considerado «de la derecha», paradójicamente, como es el caso de la Iglesia, o incluso, la patronal en la cuestión del trabajo. Ello pivota sobre la voluntad de tejer una red institucional de asistencialismo y protección desde el Estado, de coser lazos en un entorno cada vez más atomizado junto a las corporaciones sociales, como única forma de desplazar el paradigma de una derecha políticamente pujante.
No hay más que ver el clima que ha rodeado a la pandemia para inferir las corrientes de fondo que se van gestando. En una comunidad recelosa por el miedo a perder el empleo, a enfermar, o a ir a la quiebra por las restricciones sanitarias, el marco individualista tenía el terreno abonado para abrirse paso con más fuerza en los próximos años. Cada individuo en su casa, luchando por salir del atolladero, protegido del vecino, o de los compañeros de trabajo, hasta una desconfianza cronificada por el crecimiento imparable de contagios.
Ese caldo de cultivo encaja como un guante en el ideario que, desde hace tiempo, la derecha española viene apoyando: un individualismo que pivota sobre una ideología de tintes liberales. Basta observar el buque insignia que supone Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid: la libertad entendida como la defensa de uno mismo, alejado de compromisos respecto al prójimo. La libertad para abrir el propio negocio; la libertad para ir a trabajar… y el combate contra la concepción del Estado asistencial «malvado», cuando nombró en campaña las colas del hambre.
Eso explica por qué la nueva derecha española no termina de estar conforme con la doctrina social de la Iglesia católica. Algunas de sus voces tildan al Papa actual de «comunista» por estar a favor del empleo digno o de la protección de los vulnerables. Ello cava una curiosa zanja entre una institución que en España se tendía a asociar más a la cosmovisión del PP. El propio Vox, de valores más conservadores, queda retratado con un ideario más liberal que los populares, rompiendo con el marco de la solidaridad, o del asistencialismo. Por ejemplo, en su crítica al Ingreso Mínimo Vital, al que llamaron «paguita».
Sin embargo, la izquierda no viene siendo ducha a la hora de contestar el relato de la libertad como algo individual, y no del colectivo. Ejemplo son las vacunas, el más potente antídoto para frenar la mortalidad de nuestros conciudadanos. Esa libertad está basada en la responsabilidad de las acciones individuales sobre la vida del conjunto, en la protección del grupo. Es un relato que Unidas Podemos ya trató de estirar con el mantra del «escudo social» en el pico de la pandemia. Aunque la implementación del IMV dista hoy de ser satisfactoria, o las ayudas a las empresas hayan sido pírricas por parte del Gobierno.
Pese a ello, la triangulación de las instituciones colectivas es el relato que quiere estirar la vicepresidenta Segunda, en la semilla incipiente de su proyecto político. Esta misma semana, puso la proa en contra de Vox y su programa laboral, afirmando que, si ellos gobernaran, entonces sí los trabajadores se manifestarían en su contra. Díaz buscó desechar la idea de que un político como Julio Anguita votaría por el partido de Santiago Abascal, en ese giro obrero que los voxitas proclaman. La candidata ‘in péctore’ quiere alejar así, a todas luces, la idea de que una derecha vinculada a las luchas colectivas laborales.
Por eso, la vicepresidenta también suele mostrarse ufana por su buena relación con el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, pillados por los fotógrafos en estampas habituales de complicidad. Para empezar, los ERTE han sido beneficiosos para trabajadores y empresas. Incluso, la reforma laboral tampoco atacará el abaratamiento del despido. Si bien, Díaz busca lanzar otro mensaje de más calado: el Gobierno, los agentes sociales (sindicatos, empresas…) caminan a la par en la construcción de un credo colectivo, muy alejado del individualismo que propugna hoy la derecha.
En esencia, porque es de esperar que, si el marco imperante en España hasta que haya elecciones generales es el del Partido Popular y Vox, estos podrían bastarse para gobernar. El PP de Pablo Casado se apreciaría entonces distinto al de Mariano Rajoy, al haberse criado en las faldas del PP de Madrid, el más liberal de España. Al expresidente Rajoy, en cambio, se le recuerda por su frase en 2008, que le costó el apelativo de «socialdemócrata» por parte de Esperanza Aguirre: «Creo en la libertad (pero) creo en más que la libertad. Creo en la igualdad de derechos y oportunidades. Sin esto no hay libertad. Y creo que el Estado debe ayudar a las personas a las que no les va tan bien».
A la sazón, la izquierda ha perdido en los últimos tiempos la oportunidad de reconstruir el paradigma de justicia social. Es decir, a reivindicar la importancia que en su programa le dan a lo público, frente al avance de una derecha cada vez más desacomplejada en sus postulados. El PSOE y Unidas Podemos basaron su campaña en la Comunidad de Madrid en la idea de un miedo al «fascismo». No casualmente, Más Madrid se impuso bajo el ideario de la desigualdad, como única forma de contestar la desprotección colectiva que a largo plazo fomenta el esquema liberalizante.
A fin de cuentas, la pandemia ha puesto de relieve una lucha de arquetipos que Ayuso y Díaz simbolizan a la perfección. El del individuo, sin injerencia del Estado, el primero. El del Estado, caminando de las instituciones colectivas, el segundo. Aunque he ahí la paradoja. Isabel Díaz Ayuso le quita el concepto «libertad» a la izquierda. Pero una militante del PCE le arrebata ya el relato de la «fe» y los «empresarios» a la derecha, tratando de vincularlos a un proyecto que ponga en el centro la confianza y colaboración entre corporaciones sociales. ‘Quid pro quo’, que se dirimirá en las urnas, pero cuyos relatos ya se están gestando.