ABC-IGNACIO CAMACHO
El separatismo tiene pendiente una deuda con esos muertos. Le debe a su memoria una mínima ofrenda de respeto
NO hacía falta este truculento detallismo del sumario para recordar a las víctimas. No era imprescindible saber cuántos metros fueron arrastradas, ni el orden preciso de la macabra carambola a varias bandas en el siniestro juego de bolos de aquella maldita furgoneta de las Ramblas. Sin embargo, ha tenido que pasar un año, y en medio de ese año tantas convulsiones innecesarias, para que la sociedad española, y sobre todo la catalana, enfoque el atentado con la óptica exacta, que no puede ser otra que la del homenaje a las vidas segadas. Y aún está por ver que el nacionalismo sepa dar la talla que no quiso alcanzar cuando en la hora del dolor rechazó el abrazo solidario de toda España para enrocarse en el delirio histérico y fantasioso de su vindicación identitaria.
Hasta el día de hoy, el separatismo tiene pendiente una deuda con esos muertos. Le debe a su memoria una mínima ofrenda de respeto. El que no tuvo cuando convirtió el ataque yihadista en un mero pretexto para tratar de lucirse ante el mundo como un pequeño Estado sin reconocimiento. El que obvió cuando utilizó a las víctimas para victimarse como pueblo. El que le faltó cuando rechazó la colaboración de las Fuerzas de Seguridad y escupió con desprecio sobre la empatía de los españoles con su sufrimiento. El que desdeñó para desairar al Rey y al Gobierno en una encerrona de oportunismo miserable y marrullero. El respeto, la decencia moral, la nobleza de espíritu que no supo mostrar cuando todo lo que necesitaba era una brizna de contención y un poco de decoroso silencio.
Hace un año, los independentistas se hicieron en Barcelona un pésimo autorretrato. Obcecados con el procés, transformaron la tragedia en un aquelarre de discordia civil y de propaganda política que desnudó su carácter ventajista, desaprensivo y falso. Todo lo que pasó después, en los meses siguientes, quedó anunciado en aquellos días aciagos. Nadie quiso tomar nota, nadie aprendió la lección del bochornoso espectáculo. Como tantas otras veces, las autoridades soslayaron los indicios de peligro y prefirieron mirar para otro lado. Pero el guión de la insurrección de octubre, de la deslealtad institucional, del golpismo indisimulado, estaba escrito desde agosto con un rigor minucioso, patente, exacto. Ninguna confianza podían merecer quienes fueron capaces de utilizar la sangre derramada para organizar un número publicitario.
Lo menos que cabe esperar es que hoy tengan un ápice de tardía dignidad para guardar las apariencias. Que conserven un rescoldo de pudor o de vergüenza, una chispa de recato y de compostura ética que otorgue a las víctimas una consideración formalmente honesta. Que se tengan a sí mismos la estima suficiente para evitar sacarse otra foto tan fea. Que durante unas horas le den a su matraca una leve tregua. Ya no se trata de que cambien de condición sino de que por un solo día lo parezca.