Queremos un partido nuevo con vocación nacional que refuerce la unidad entre los españoles, con un programa de reforma constitucional para recuperar lo esencial del modelo de 1978 -es decir, un Estado unitario, descentralizado y solidario-, eliminando los incentivos que actuales al cuestionamiento permanentemente de la distribución institucional del poder.
EL anuncio efectuado por Rosa Díez de que va a encabezar una nueva formación política, un partido nuevo de amplio espectro ideológico, en el que pueden encontrar cabida muchas personas desencantadas principalmente con esa izquierda impregnada por el etno-nacionalismo en la que ha acabado derivando el PSOE, y también los inquilinos de ese siempre difuso centro político que ocupan ciudadanos moderados que no gustan del conservadurismo y, siendo reacios a la estridencia, ven con buenos ojos el cambio que encamina a la sociedad en el doble sentido de la libertad y la igualdad, ese anuncio, como digo, ha levantado, además de notables esperanzas, la severa y a veces despiadada crítica de quienes parecen preferir el sostenimiento del status quo político bien porque se encuentran cómodos en él, bien porque lo consideran un mal menor frente al riesgo de su reforma. Y, cómo no, esa crítica aparece las más de las veces impregnada de unos cálculos electorales cuyo fundamento empírico es muy endeble, por no decir inexistente, en vez de apelar a la discusión racional sobre la organización de nuestro sistema democrático y sus principales fallas.
Adelanto al lector mi propósito de participar en la formación de ese partido nuevo y, por tanto, que mi intervención en el debate suscitado por su creación es interesada. Si, sabiendo esto, quiere seguir leyéndome, le diré que, desde mi punto de vista, existe un impulso moral que me conduce a mí, como a otros muchos -y entre ellos, sin ninguna duda, a la propia Rosa Díez-, a emprender esa aventura. Un impulso que nace de la inquietud ante los acontecimientos que hemos vivido durante la última legislatura, de la constatación de que la actual coalición de gobierno se orienta hacia una modificación del sistema político en un sentido confederal, haciendo tabla rasa de los procedimientos legales y de las garantías constitucionales, y del malestar profundo que nos ocasiona la falaz negociación establecida por Rodríguez Zapatero con ETA para dar impulso a su proyecto político sin importarle ni la memoria de quienes cayeron bajo la violencia de esa organización terrorista, ni la reclamación de justicia de quienes, víctimas por ellos, les hemos sobrevivido.
Al poeta irlandés William Yeats corresponden estas palabras que describen el sentimiento con el que afrontamos nuestro presente: «Las cosas se desmoronan … cuando los mejores no tienen convicción y, mientras, los peores están llenos de apasionada intensidad». Porque, en efecto, han sido los que creíamos mejores en el terreno político -principalmente, en el campo socialista- los que no han sido capaces de reaccionar y poner freno a la deriva disolvente de su propia organización, dejando que pervirtiera sus viejos principios y se alejara de toda moral, y, sobre todo, que acabara repudiando a una nación de ciudadanos en favor de un conglomerado de territorios cuyos dirigentes se orientan por una obsesión identitaria atenta al privilegio y la desigualdad. Porque ellos no actuaron, tenemos nosotros ahora que afrontar la reconstrucción de nuestro destino para que no nos lo escriban los que nos traicionaron, tenemos que soportar la pesada carga que supone enfrentar la incertidumbre, tenemos que crear un partido nuevo.
Es esta iniciativa, por tanto, oportuna en la coyuntura actual de la sociedad española. Es, sin duda, ahora el momento en el que cabe dar los pasos necesarios para fundar una nueva organización con vocación de reforma del sistema político que aspira, además, a establecer nuevos estilos de intervención en el espacio público atentos a la libertad individual y la igualdad entre los españoles. Y es oportuna por más que no se nos oculte la urgencia de derrotar en las urnas a todos los que, con Rodríguez Zapatero a la cabeza, han propiciado la degeneración de la convivencia, singularmente en las regiones en las que el nacionalismo impera, y la descomposición institucional de nuestra arquitectura constitucional. Los que argumentan que hay que dejar sólo al Partido Popular en esa tarea olvidan que el espectro de los descontentos con la actual política socialista se extiende por todo el eje que va desde la derecha a la izquierda; olvidan asimismo que las correcciones a la proporcionalidad del sistema electoral sólo perjudican a los partidos nacionales pequeños; y olvidan también que si hemos de recomponer lo que se ha destruido, más vale que participemos en tan arduo trabajo todos los que, desde diferentes adscripciones ideológicas, nos sabemos capaces de restablecer los consensos de los que, con la Constitución de 1978, se hizo emerger nuestro sistema democrático.
Por tanto, queremos un partido nuevo con vocación nacional que refuerce la unidad entre los españoles, que asuma un programa de reforma constitucional para recuperar lo esencial del modelo de 1978 -es decir, un Estado unitario, descentralizado y solidario-, cerrando las grietas que se han abierto en la Constitución y, de ese modo, eliminando los incentivos que actualmente existen para que se cuestione permanentemente la distribución institucional del poder entre el gobierno de la nación y los gobiernos regionales. Hay, así, que redefinir y consolidar los ámbitos competenciales del Estado y las Comunidades Autónomas, corrigiendo las disfunciones actuales, singularmente en los ámbitos de la educación, la fiscalidad y la ordenación del territorio. Hay también que modificar el modelo electoral de manera que se aminore el excesivo poder adquirido por los partidos nacionalistas de vocación independentista, lo que exigirá revisar todos sus elementos, desde la definición de las circunscripciones hasta las reglas de proporcionalidad. Y hay que profundizar en la vida democrática adoptando reglas de representación que favorezcan el compromiso de los políticos con los ciudadanos, lo que obliga a debatir la cuestión de las listas abiertas o la elección directa a dos vueltas de las presidencias en todos los niveles de gobierno.
Este partido nuevo también aparecerá comprometido de manera radical en la lucha contra el terrorismo. Para ello, lo primero es negar la validez de cualquier razón política a quienes hacen de la violencia el instrumento de su intervención en la sociedad. Esto excluye cualquier veleidad negociadora con terroristas como los de ETA; excluye también los apoyos más o menos solapados que reciben organizaciones terroristas que operan en otros países; y debe conducir a explorar nuevas posibilidades de desarrollo jurídico que, sin perturbar las garantías democráticas, endurezcan el tratamiento penal del terrorismo, como podría ser su calificación de crimen contra la humanidad.
Tiempo habrá en los meses inmediatos de analizar las propuestas programáticas que formule este partido. Lo relevante ahora, desde mi punto de vista, es impulsar su nacimiento para que no nos ocurra lo que, con acertada reflexión, constató el libanés Amin Maalouf en ese maravilloso libro en el que indagó acerca de sus Orígenes: «La Historia se equivoca con frecuencia; pero nuestra cobardía de hombres mortales nos lleva siempre a explicar doctamente por qué fueron atinadas sus decisiones, por qué fue inevitable lo sucedido y por qué nuestros nobles sueños merecían irse al infierno». A quienes observamos con preocupación la deriva identitaria y disgregadora que caracteriza la realidad actual de España y todavía nos queda una pretensión de unidad, una ambición democrática y un sueño de libertad, se dirige este partido que nace con la vocación de contribuir a que esos anhelos no acaben en el abismo.
(Mikel Buesa es catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y presidente del Foro Ermua)
Mikel Buesa, ABC, 7/9/2007