ABC 03/10/16
ALBERTO G. IBÁÑEZ, ADMINISTRADOR CIVIL DEL ESTADO
· Necesitamos un nuevo patriotismo transversal e integrador donde un ateo, homosexual y comunista pueda sentirse tan patriota como un católico, padre/madre de familia numerosa y de derechas
Aprovechando que curiosamente fue Podemos el único partido que utilizó en la última campaña electoral el término Patria, si bien con un sesgo únicamente social, conviene preguntarse ¿por qué España es el único país del mundo donde el concepto de patriotismo huele a rancio, mientras el de nacionalismo suena a moderno, cuando es exactamente al revés? El nacionalismo es un movimiento que surge a finales del siglo XIX. Busca la exaltación de la raza, de las emociones de las masas, y se dirige directamente a la división, a la confrontación y por tanto al desastre. Este tipo de nacionalismo es de carácter expansivo, busca invadir romper y dividir Estados pre-existentes y consolidados. Ha producido resultados de todos conocidos, entre otros: la II Guerra Mundial y la guerra de los Balcanes.
Por el contrario, el patriotismo crítico surge con la ilustración y se afianza con el liberalismo, transformándose a finales del siglo XX en la figura habbermasiana del patriotismo constitucional. Se fundamenta en la razón y en la búsqueda de lo que nos une como comunidad, pero sin enfrentarse al resto con el que también busca puntos de encuentro en un movimiento que tiende a lo universal: primero dentro del liberalismo y después en el marxismo (cfr. J.P. Fusi). El ser humano es uno, pero sabedor de que resulta, por ahora, imposible un gobierno mundial, busca fórmulas de organizarse que permitan el mejor juego e interacción de sus fuerzas. El patriotismo no viene de ningún sistema dictatorial carpetovetónico, procede del liberalismo más progresista, mientras el nacionalismo lo hace del absolutismo más rancio. Rafael Altamira precisaba ya esta diferencia en 1928. Ser patriota para él no se parecía en nada al ser nacionalista: «ni en lo agresivo de esta política, por lo que se refiere a las relaciones internacionales, ni en su inclinación retrógrada (aquí es exacta la aplicación de ese calificativo) en punto a la idealidad y tipo de vida de una nación determinada (…) Ser patriota significa amar a la patria y desear siempre su prosperidad».
Ha señalado a este respecto más recientemente Benigno Pendás: «El patriotismo –abierto, generoso, creativo– es, en el lenguaje contemporáneo, la antítesis del nacionalismo exclusivista, estrecho, reaccionario». Y José María Marco ha precisado: «El sentimiento patriótico se expresa cuando dedicamos lo mejor de nosotros mismos a nuestros compatriotas y compartimos con ellos el mejor fruto de nuestro esfuerzo (…) Es la lealtad nacional (…) lo que nos permite disentir sin enfrentamientos, crear instituciones consensuadas que permitan una vida no politizada del todo, aceptar la alternancia política sabiendo que quienes ocupan el poder, aunque no tengan nuestras mismas ideas, no atacarán aquello que los españoles consideramos común, y por tanto respetable por todos». Estos dos últimos autores no se mueven en círculos precisamente de izquierdas, pero en tiempos tanto de la Primera como de la Segunda República un Pi i Margall, un Besterio o incluso un comunista como Jesús Monzón, habrían suscrito sus mismas palabras. Es más, hoy lo haría cualquier socialista francés, laborista británico o socialdemócrata alemán o danés. ¿Qué enfermedad aqueja a los españoles? Tras la transición «el patriotismo se convirtió en una patología vergonzosa (…) y de significar generosidad, voluntad de sacrificio, lealtad y agradecimiento, se convirtió en una broma, en un insulto» (cfr. J.M. Marco). No cabe duda que la palabra patriota ha venido molestando caso como un virus peligroso.
En España existe un problema añadido entre las naciones viejas y modernas: la imagen interesada de que sólo se puede ser patriota si se es al mismo tiempo católico. Los ateos, agnósticos o creyentes en otra religión acaban de esta manera enmarcándose en cualquier ideología que minusvalore a su país. Incluso pueden ser nacionalistas catalanes o vascos, pero no patriotas españoles; esto solo para los de la cruzada nacional. Somos el único caso del mundo en que sucede esto, a pesar de las pocas potencias que no dispone de una Iglesia nacional.
Como resultado de esta trampa conceptual, si se es de izquierdas o ateo no se puede hablar de Patria, por lo menos sin adjetivos añadidos, aunque paradójicamente sí quepa ensalzar las ideas de comunidad, comunitarismo o ciudadanía, conceptos aparentemente más modernos. Una vez más, el problema de las palabras. Si uno se considera un patriota es un fascista, pero ¡ojo, sólo si es español! Sin embargo, si apoya la idea de comunidad o de una ciudadanía cooperativa e integradora (que no rompa, divida o enfrente), tiene un pase. Pues bien, si los términos molestan utilicemos otros, pero defendamos las ideas y el contenido de lo que representan: ¡A las barricadas por una ciudadanía cooperativa e integradora! De hecho, los conservadores británicos llevan tiempo sosteniendo (y Theresa May lo recordó en su primer discurso como primera ministra británica) que el patriotismo implica que no haya ciudadanos de primera y de segunda, y que no existan privilegios porque todos somos socios del mismo club.
En resumen, necesitamos un nuevo patriotismo transversal e integrador donde un ateo, homosexual y comunista pueda sentirse tan patriota español como un católico, padre/madre de familia numerosa y de derechas. Porque es lo que nos une, lo que garantiza la paz y el progreso, lo que sucede en los demás países, lo que nos conviene. Defendamos lo esencial que siempre es común y sigamos dentro de ese marco debatiendo por los matices que puedan mejorar el conjunto. Todos saldremos ganando.