En el país del desconcierto, donde el pasado es impredecible y el futuro está determinado, no vale la pena hacer de profeta. Imaz, el político mejor valorado, se va, mostrando a la clase política que en los tiempos que corren el que se modera y plantea cosas sensatas acaba en el paro. La Navidad nos vuelve nostálgicos: volvamos a los acuerdos de la Transición.
Lo mejor es que se ha acabado esta legislatura, y, con el ánimo que da entrar en un año nuevo, cabe esperar que se haya aprendido de ésta y que la que viene sea mejor. Porque, al fin y al cabo, lo que ha conseguido Zapatero, que tiene su mérito, es aguantar día a día en el Gobierno. Bien es verdad que pareciendo asumir una conformidad fatalista, un amanece que no es poco a la gallega, ganando día tras día sabiéndose en minoría desde un inicio muy bronco. La legislatura se iba agotando con unos apoyos cada vez más limitados, por lo que su final es algo bienvenido que merece mirar con espíritu constructivo hacia lo que el futuro nos depare.
Todos estos buenos deseos sirven para unos; para otros, que aquí son muchos, no sirven de nada. Porque volvemos a oír soflamas contra los jueces, no sólo porque procesen al lehendakari, sino por la condena de los colaboradores de ETA. Y digo yo: de qué sirve condenar rutinariamente a ETA si cuando los jueces condenan a sus miembros y colaboradores el nacionalismo moderado pone el grito en el cielo, carga contra la sentencia, difama lo que ésta prueba y manifiesta junto a la solidaridad con los reos la reclamación de impunidad. Al menos en lo que se refiere al nacionalismo, tienen razón los del PCTV o ANV cuando dicen que condenar el terrorismo no sirve de nada. Es cierto, es pura mentira; condenamos pero que no les toquen un pelo.
Aquí, en Euskadi, estamos encadenados a la roca del pasado y todo lo que ocurre parece que lo hemos vivido ya por cuarta o quinta vez, por lo que no merece la pena perder el tiempo, aunque sea por cortesía, deseando buenas cosas ante un futuro ya conocido. En el país del desconcierto, donde el pasado es impredecible y el futuro está determinado, no vale la pena hacer de profeta. En ese país, digno de una fábula macabra, Imaz, el político mejor valorado, se va -lo cual dice poco a favor de los que se quedan-, avisando a la clase política en general que en los tiempos que corren el que se modera y plantea cosas sensatas acaba en el paro. Mala pedagogía política. Aquí lo que se estila es el político emotivo y soñador, más dado a la fabulación y a la arenga del clan que a resolver los problemas. No hay que extrañarse que en el otro nacionalismo importante, en el de CiU, Mas, su líder, aprendiera a todo correr la lección de Imaz.
No sé si afortunadamente, la gente pasa de política, se empeña en gastar y en consumir como si estas fueran las últimas Navidades de sus vidas. Y tienen algunas razones para creerlo ante los temores anunciados entre la crisis económica y el cambio climático. Así, sin pensar en el mañana, y creyendo que con buena voluntad todo se resuelve, la gente se empacha, y se vuelve a empachar al son de los peces del río que beben y vuelven a beber, puesto que a éstos no les hacen controles de alcoholemia.
Y mientras las muñecas se dirigen al portal, Manuel Marín abandona el Congreso de los Diputados con el alma serena, después de haber amonestado al personal, denunciando que otra legislatura como ésta es insoportable y que hay que volver a los acuerdos del pasado. Aquello era hacer política, aunque la crisis económica fuera tremenda, ETA dejara más de cien muertos al año y sectores militares hicieran sonar sus sables. Lo que hay que hacer es volver a la transición democrática, a la única que hemos tenido, a la que sirvió para que esto siguiera tirando a pesar de todo. Y es que la Navidad nos vuelve nostálgicos.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 27/12/2007