EL CORREO 09/04/14
JAVIER RUIZ EGAÑA, SECRETARIO GENERAL DE PP DE BIZKAIA
· Son ellos, y no nosotros, los que tienen que recorrer el tránsito hacia posiciones éticas y democráticas y son ellos, y no nosotros, los que tienen que entonar el ‘mea culpa’
En octubre de 2011 ETA anunciaba el «cese definitivo de su actividad armada». Desde la prudencia y también desde la esperanza, se abría un nuevo tiempo para el conjunto de la ciudadanía vasca. Tras años de grandes dosis de dolor y sufrimiento inoculado por las acciones del terrorismo, estábamos ante la posibilidad de que éste pudiera desaparecer definitivamente de nuestras vidas. Si bien es cierto que estamos ante un nuevo tiempo, no lo es menos que todavía no estamos en el ‘tiempo’. Y no lo estamos porque ETA aún no se ha disuelto, no ha desaparecido y, sobre todo, no ha reconocido el daño causado. Y a tenor de las declaraciones y de sus histrionismos televisivos, me temo que no existe la más mínima voluntad de realizar, no ya una enmienda a la totalidad, sino, ni tan siquiera, una enmienda parcial a su trayectoria criminal. Me temo que su intención es la de realizar una serie de enmiendas de adición para conseguir maquillar el relato de los años de sufrimiento producidos por la banda terrorista. Los demócratas tenemos la obligación moral de combatir la teoría del ‘conflicto político’, que simplemente pretende diluir y establecer falsas simetrías en materia de sufrimientos y responsabilidades. Pretende con ello establecer falsas equidistancias entre víctimas y victimarios. No podemos admitir el objetivo del empate infinito y no podemos permanecer impávidos ante su intento de blanqueo ético del dolor causado. Está en juego, además de conseguir su desaparición definitiva, el legado narrativo que recibirán las futuras generaciones sobre los 40 años de terrorismo en nuestro país. Nosotros vamos a defender que ese relato sea un fiel reflejo de lo ocurrido. Vamos a defender la necesidad de trasladar un legado ético que nos permita mirarnos con orgullo como sociedad madura y democrática, reconociendo que aquí no ha habido más ‘bandos’ que el de los que han sufrido y el de los causantes de tanto dolor ajeno. Queremos que la literatura escrita y transmitida en euskera y castellano se asiente en unos cimientos éticamente reconocibles, porque sin duda ésta será la mejor herencia que podamos dejar a nuestros hijos. Nuestra intención no pretende construir relato alguno, porque desgraciadamente este ya ha sido construido por las acciones de ETA. Perseguimos algo tan sencillo e imprescindible en términos democráticos, como la realización de una transcripción del mismo fiel, justa y verdadera. Han sido décadas de sufrimiento, dolor y llanto acumulado y con ello, no pretendo construir un discurso victimista, lastimero y lacrimógeno. Pero la Euskadi del futuro no puede sustentarse en el discurso del olvido y la desmemoria. No podemos ni debemos hacer un ejercicio de amnesia colectiva, que envíe a la papelera de reciclaje los años de terrorismo injustificado vividos en este país. Si queremos sentar las bases para una convivencia futura sólida y firme, algunos deben realizar un tránsito ético que les provoca miedo escénico y al que parecen resistirse.
El final de ETA no puede basarse en simples cálculos estratégicos, ya que solo conseguiremos un ‘The End’ del terrorismo digno en términos democráticos si los causantes de tanto dolor llegan la convicción moral de que ETA nunca debió existir. Creo sinceramente que el mundo radical debe de dejar de mirar hacia fuera en la búsqueda de culpables externos y mirar hacia dentro, donde encontrará todas las respuestas a tanta sinrazón. Son ellos, y no nosotros, los que tienen que recorrer el tránsito hacia posiciones éticas y democráticas, y son ellos, y no nosotros, los que tienen que entonar el ‘mea culpa’. La democracia no tiene como misión construir pistas de aterrizaje a medida de quienes han vulnerado de forma sistemática los derechos y libertades de la ciudadanía. Tenemos la obligación de exigirles la emisión de unas señales que demuestren unos parámetros de mínima sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno y una demostración individual y colectiva, de su pleno convencimiento de que no cabe justificación alguna, para la utilización del terrorismo como instrumento de acción política. De esa labor debemos ser participes los ciudadanos y las instituciones que nos representan y todos debemos aprovechar sinergias y esfuerzos conjuntos, para contar y transmitir sin interferencias o manipulaciones interesadas, la realidad de lo ocurrido. El final de ETA nos depara un futuro lleno de oportunidades, un futuro en el que la libertad sea un valor cotidiano, un futuro que transmita una imagen de una Euskadi abierta al mundo y cosmopolita, que represente los valores reales de la inmensa mayoría de la ciudadanía vasca. Necesitamos construir un futuro en paz y en libertad, sin quedarnos anclados en el pasado, pero teniéndolo siempre muy presente. ETA está y se sabe derrotada, su única aspiración es imponer su relato para tratar de maquillar su derrota. La democracia en su conjunto tiene la obligación de evitarlo para, de esta manera, ser capaz de testar a las futuras generaciones un relato veraz que nos dignifique como sociedad en términos éticos y humanos.