JOSÉ RODRÍGUEZ DE LA BORBOLLA-EL MUndo

El autor subraya la apelación al compromiso de todos por la consolidación de nuestro sistema constitucional en ‘La España en la que creo’, el libro de Alfonso Guerra que hoy se presenta en el Congreso.

A ALFONSOGuerra le duele España, y se ha puesto a explicarse y a explicarnos por qué le duele. Para ello ha dado a la luz un libro –La España en la que creo, recién publicado por La Esfera de los Libros–, que, desde mi punto de vista, es una manifestación de gallardía política, una demostración de capacidad de análisis –más allá de la mera coyuntura a la que nos tienen acostumbrados políticos y analistas actuales de todo rango–, y una afirmación de los componentes básicos –ricos y plurales– de la ideología socialdemócrata o democrático-social de la que se ha ido dotando a lo largo de su vida.

Charles de Gaulle iniciaba sus Mémoirs de guerre con una frase redonda: «Toute ma vie, je me suis faite une certaine idée de la France» (Toda mi vida he tenido una idea concreta de Francia). A partir de esa afirmación, y a partir de esa Idée de la France explicitada en tres o cuatro párrafos, el viejo brujo empezaba a explicarse a sí mismo. Su Conclusión era clara: «Francia es lo que yo digo y, en consecuencia, yo soy la Francia». Se quedó tan tranquilo, pero engatusó a muchísimos, tanto franceses como ciudadanos del resto del mundo de entonces.

Pues bien, Alfonso Guerra parte de un punto distinto: con una actitud más humilde y más dialéctica, recorre una parte de su itinerario intelectual y de algunos de sus más queridos mentores, con una mención especialmente significativa y entrañable a Lelio Basso y Norberto Bobbio, representantes ambos de ese socialismo europeo que, frente a las ortodoxias filocomunistas, tanto influyó en el socialismo democrático español desde 1965 en adelante; analiza las aspiraciones y objetivos, contradicciones, relaciones de fuerza, constricciones y errores –personales unos y colectivos otros–, sobre la base de los cuales se construyó la actual España constitucional; y, a partir de ahí, y sólo a partir de ahí, enuncia los problemas principales de la España actual, analiza las causas y señala las que, desde su punto de vista, pueden ser soluciones ampliamente aceptables.

Soluciones realistas, posibilistas y ampliamente aceptables, insisto, propias de un experimentado demócrata con conciencia social, que no propuestas por irredentos Savonarolas; o propias de clásicos Condottieri, aventureros y ansiosos por acceder al control de los poderes; o elaboradas por servidores de intereses globales que se conformarían con someter a la ciudadanía española a las oscuras reglas del mero juego de los mercados.

La España en la que creo es un libro que tiene muchos libros detrás. La España en la que creo es, también, un libro que tiene muchos libros dentro de sí mismo. Lo que Alfonso Guerra expone en estas 250 páginas podría haberse dicho en 500, 800 o 1.200 páginas, con lo cual, seguramente, se hubiera convertido en una obra académica definitiva, en un Tratado admirable y reconocible como tal por legos y por sabios. Pero La España en la que creo no ambiciona ser un tratado ni un opúsculo científico encerrado en sí mismo y dirigido a ilustrados. La España en la que creo es una obra militante, una llamada a la reflexión para la acción, una apelación al compromiso de todos por la consolidación de la España constitucional, la mejor España de la que hemos disfrutado en toda nuestra historia común.

Desde mi punto de vista, La España en la que creo tiene el aire de los primeros escritos de Marx y Engels, que iban dirigidos, al mismo tiempo, a la reflexión y la movilización de las conciencias. Contiene páginas de razonamientos más elaborados y párrafos más preñados de intuiciones, como pasaba con los Escritos políticos de Lukacs o con las anotaciones de Gramsci en los Quaderni del carcere; y, a escala de nuestra patria, enlaza con los textos regeneracionistas de Joaquín Costa, Lucas Mallada y Unamuno, y con los escritos y discursos de Fernando de los Ríos o Indalecio Prieto, todos ellos personajes preocupados, más allá de sus ideas personales, por la mejora de la vida de los españoles de su tiempo y por la consolidación de España como entidad real y duradera.

En La España en la que creo coexisten el análisis riguroso de lo actual y las ideas solventes para el futuro. De entre las ideas, destaco tres:

Primera.– La democracia no consiste, únicamente, en consultar periódicamente la opinión de los ciudadanos. La democracia es un conjunto de instituciones y de reglas de las que una sociedad se dota para ordenar la vida en común. Sin instituciones que funcionen y sin respeto a las reglas comunes no es viable ni posible la vida en democracia. Hoy por hoy, en España las instituciones están, todas, puestas en cuestión y las reglas no se respetan. Los demócratas, de todos los colores, tienen que reforzar su compromiso en defensa de las instituciones y de las reglas que emanan de la Constitución.

Segunda.– La Historia de España y de los territorios de España no es un juguete a disposición de quienes quieran manipularla, creando mitos o expandiendo agravios, para perseguir objetivos particulares y/o sectarios. Afortunadamente, va creciendo la nómina de los historiadores solventes que, a escala de España y de alguno de sus territorios, han iniciado y desarrollado una revisión de los malhadados relatos históricos de parte que –muchos de ellos heredados del pasado– están emputeciendo nuestra convivencia presente. De alguna manera, Alfonso Guerra lo que hace es un llamamiento a los profesionales de la ciencia de la historia para avanzar en la labor de desbroce de toda la ganga histórica propagandística que nos oprime.

Tercera.– La España del futuro no puede ser otra que la España de la Constitución: de la democracia, la igualdad y la solidaridad. Alfonso lo dice, para cerrar su llamado: «La unidad de España no es otra cosa que la igualdad entre españoles, así de simple, así de democrático. Es este el principio fundamental de la construcción de nuestra España».

Para mí, este Alfonso Guerra es perfectamente reconocible. Y España sería más reconocible para todos los españoles con personas como él al frente. Como dijo en 1975 Antonio Hombrado, viejo socialista sevillano: «Contigo sé a dónde voy, pero con otros no sé a dónde me llevan». Creo que, para hacer una España reconocible, los españoles necesitan saber hacia dónde vamos. Y hoy no lo sabemos.

José Rodríguez de la Borbolla ha sido presidente de la Junta andaluza y secretario general del PSOE de Andalucía.