Miquel Escudero-El Correo
Alos principiantes en el juego del sudoku les sorprende y desconcierta que a veces no exista una solución única, lo cual les produce un cierto malestar. Sin embargo, en la vida cabe reconocer siempre algún grado de indeterminación. Es inexorable. Para enseñar a los hombres (y a las máquinas) a adquirir conocimientos y manejar, por tanto, emociones se necesita establecer analogías, ensayar con flexibilidad variaciones y organizar con ellas el reconocimiento de patrones. Veamos un ejemplo teórico.
Supongamos que se pasa de la secuencia ‘abc’ a la ‘abd’, y que se nos pregunta a dónde pasará, en consecuencia, ‘pqrs’. El asunto es que no hay una respuesta única y que corresponde agrupar similitudes. Podríamos escoger, por ejemplo, ‘pqrt’, modificando la última variable por la siguiente letra del abecedario, siguiendo el ejemplo de partida. Pero también valdría elegir ‘pqrd’ si el criterio fuese dar constancia a la ‘d’ como cierre. Por otro lado, ningún argumento lógico descalifica responder ‘pqrs’ apelando a que ninguna de las letras iniciales del modelo de referencia aparece en esta secuencia; ni la ‘a’, ni la ‘b’, ni la ‘c’. Asimismo, también es factible considerar como respuesta ‘abd’ (si se interpreta que el juego consiste solamente en responder siempre ‘abd’).
Vayamos más allá de los pasatiempos, que son necesarios porque el entretenimiento lo es para vivir. Hay que hacer pausas y, sin ser utilitaristas, reconocer que laboramos en ellas igual que lo hacemos cuando dormimos. El cerebro siempre está activo. Solo los fanáticos no valoran la importancia de una mente flexible que nos capacita ante diferentes puntos de vista.