Carmen Martínez Castro-El Debate
  • Tanta arrogancia contra las instituciones que velan por los derechos de la mayoría de la sociedad contrasta con la sumisión total ante las demandas siempre insolidarias de esas auténticas minorías extractivas que le mantienen en el poder

Ustedes disculpen el palabro, pero es el que ha acuñado la ministra de Igualdad, Ana Redondo, para explicar su última campaña publicitaria. Doña Ana pasa sin pena ni gloria por la política española. Nadie la conoce y los pocos capaces de identificarla lo hacen por las plumas con las que se adorna como una Pocahontas de Valladolid o porque recuerdan el día en que se puso a dar alaridos completamente fuera de sus casillas en una sesión parlamentaria.

Esta ministra inédita ha decidido estrenarse con una campaña de gallinas y huevos para liberar a los hombres de un rol social que, según nos explicó, viene definido por la «carga testosterónica» y el «pormishuevismo». En resumidas cuentas, doña Ana ha decidido emplear nuestros impuestos en convencer a los hombres de que su masculinidad no se resiente por hacer la compra o cocinar.

Este tipo de ocurrencias del feminismo oficial, parecen más adecuadas para la España de Cine de Barrio Cuéntame que para la sociedad española de hoy. A mí siempre me inspiran la misma pregunta: ¿con qué tipo de hombres se tratan estas señoras de la política?¿qué clase de relaciones de poder se desarrollan en la izquierda para que su modelo de feminismo sea tan rancio? Yo veo machismo a mi alrededor; machismo de verdad, no la caricatura maniquea y simplona de estas campañas.

Paradójicamente, si tuviera que señalar un caso de pormishuevismo evidente y tóxico en la España de hoy, ese sería precisamente el que ejerce el jefe de la ministra. Pedro Sánchez es puro pormishuevismo político. Pormishuevismo para mantenerse en el poder sin presupuestos, pormishuevismo para ignorar al parlamento y despreciar al Senado, pormishuevismo para imponer al poder judicial la presencia insultante de un fiscal general al borde del banquillo, pormishuevismo para hacer tragar a su partido con las corruptelas de su familia, pormishuevismo para mentir con descaro o para lograr que su Tribunal Constitucional sentencie que lo blanco es negro; también pormishuevismo a la hora de agraviar con todo tipo de desplantes al jefe del Estado.

Este despotismo – testosterónico añadiría la ministra – de Pedro Sánchez siempre se dirige contra las instituciones y ello no es por casualidad. En democracia esas instituciones tienen la misión de marcar los límites al poder político y si algo ha acreditado el presidente durante estos años es su profunda aversión a cualquier elemento que pueda suponer una cortapisa a su desmedida ambición de poder.

Tanta arrogancia contra las instituciones que velan por los derechos de la mayoría de la sociedad contrasta con la sumisión total ante las demandas siempre insolidarias y a veces disparatadas de esas auténticas minorías extractivas que le mantienen en el poder. La arrogancia de Sánchez se evapora cada vez que le toca ir a mendigar los votos de Puigdemont, de ERC o del PNV. También cuando se tiene que enfrentar cara a cara con los ciudadanos que sistemáticamente se empeñan en negarle su confianza mayoritaria.

Parafraseando la famosa sentencia que se atribuye, como tanta otras a El Gallo, a Sánchez bien se le podría decir: «Ese pormishuevismo, en Paiporta o en Waterloo».