Porque no saben lo que hacen

EL MUNDO – 25/03/16 – JORGE BUSTOS

· Del testamento de Ibrahim El Bakraoui sorprende que no mencione a Alá. El manual de estilo de Daesh –esa estricta sección de necrológicas– prescribe invocaciones lunáticas que aquí faltan por tratarse más de un desahogo que de un legado público; pero es justo su carácter privado lo que invita a creer en su sinceridad. Y el terrorista confiesa allí dudas operativas vulgares: afirma que se siente asediado, que no sabe qué hacer, que no quiere acabar en una celda como Abdeslam. Es el diario de un criminal estresado, no de un fanático religioso.

Que los yihadistas son europeos lo dicen su cuna y el garantismo que ampara sus enojosas idas y venidas por Schengen. Que no lo son lo avala su cerebro premoderno, agusanado por ese código del crimen teocrático que llaman sharia. Pero el horror tiene sus clases, y la mente pragmática de Ibrahim quizá se parezca más a la del funcionario del genocidio que describió Arendt. Cuando a Von Braun, el físico nazi que diseñó las bombas V1 y V2 y que acabó fichando por la NASA, alguien le preguntó si se arrepentía del invento que había destrozado Londres, él respondió en impecable prusiano: «Mi problema es el cohete desde que despega hasta que aterriza. De dónde despegue y en dónde aterrice me da igual». Savater ve en esta respuesta la definición canónica de amoralidad: una cesura entre medios y fines. O sea, lo contrario de la trabazón que persigue el humanista.

Pero el ideal civilizatorio que exigimos del europeísmo requiere un esfuerzo, como ser mujer según Beauvoir: uno no nace europeo aunque sea parido en París o Bruselas, sino que se hace. Pues bien, igual que hay europeos que dejan de serlo por desidia, hay otros que no llegan a serlo por un activismo pervertido. Empecé a sospechar que los yihadistas pertenecían a este tipo de europeos puramente circunstanciales cuando leí que Daesh recluta a jóvenes musulmanes españoles con este cebo: «¿Quieres jugar al Call of Duty pero de verdad?». No Alá, no el gran califa, no las 72 huríes: el reclamo es un videojuego de disparos. Y ahí demuestran conocer bien la mentalidad hedonista del occidental: tan solo se trata de llevar su ansia de adrenalina hasta el final.

Quizá el viaje interior que desemboca en un terrorista islámico lo empieza un nihilista aburrido, un quinqui moruno en absoluto indigente. Son extranjeros camusianos que ni se identifican ya con la tradición de sus padres ni todavía con la avanzada Europa, y a quienes una versión adrenalínica del islam les suministra la única identidad satisfactoria. Nos explican el proceso de radicalización como una ascesis, el avance por la senda más rigorista de una fe; ¿pero no será al revés? ¿No será que la frivolidad extrema se toca al fin con el radicalismo?

El islam, dice Sloterdijk, profesa la neoclastia: el deseo de destruir lo nuevo. Un volteriano cabal dirá que todas las religiones temen el progreso; pero hace mucho que un cristiano no recela de la democracia como sigue haciéndolo el mundo árabe, el de las primaveras congeladas en los inviernos de nuestro descontento. Y hay razones teológicas para ello.

El Corán no nos presenta a Alá hecho hombre lavando pies de pescadores, traicionado por 30 monedas, flagelado, escupido y colgado como un ratero y resucitando al tercer día no para vengarse de sus ejecutores, sino para que se difunda por todo el mundo un mensaje de misericordia. El mismo mensaje que alzan los pasos en procesión, y que dificulta la frivolidad tanto como el asesinato en nombre de un asesinado que expiró perdonando.

EL MUNDO – 25/03/16 – JORGE BUSTOS